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Con los primeros rayos del sol los puestos del mercado se abrieron por todas las calles comerciales de Bagdad. Desde mi hostal podía ver la plaza principal de la ciudad, en la cual se cruzaban varias calles en las cuales se encontraban los principales comercios de la ciudad. Tras comer un buen desayuno, salí a por un poco de diversión. Habían pasado tres días desde mi llegada a la ciudad del Tigris y aún no había podido entablar conversación con el sultán. Mi misión era simple: hacer un pacto con el sultán para llevarme a su hija, con la que mi tío, el señor de Granada, contraerá matrimonio. Será su quinta esposa, pero entre mi tío y yo existe también otro pacto: la hija del sultán es realmente bella, y como mi pobre tío es viejo y dudo que sobreviva al invierno, seré yo quien se case con la para entonces viuda reina consorte de Granada. Un plan perfecto, sin duda alguna.

Paseo por las calles de la ciudad mientras veo las cosas que los mercaderes venden. En Bagdad se puede encontrar de todo: desde una tablilla escrita en hebreo hasta la puta más bella de todo el mundo islámico. A mi entender, Bagdad es la nueva Sodoma. Cuando el sol llegó a su punto más alto en el cielo decidí buscar un lugar a la sombra donde poder sentarme a descansar, y durante esa búsqueda hallé una tienda en la cual se vendía un precioso collar de zafiros. Embobado, preguntó al comerciante cuanto vale y, tras mucho rato regateando, consigo llegar a un precio justo. Llevo las manos a la bolsa donde llevo el dinero y, para mi sorpresa, me encuentro con una mano fisgona que intenta abrirla. La mano aferró la bolsa mientras yo me giraba a ver quien era el ladrón que intentaba robarme... No fueron ni cinco segundos los que mis ojos se posaron en los ojos de aquella muchacha, y a pesar del poco tiempo pude analizarla bien: pelo oscuro con unos sensuales tirabuzones; unos ojos marrones que intentaban atravesarme; unos labios gruesos que ocultaban tras ellos unos bellos dientes blancos; un rostro fino con una atractiva nariz llena de barro y unos hoyuelos también manchados; un tanto baja, con exuberantes pechos. La miré todo el tiempo que pude mirarla, que fue poco dado que huyó de mi cuando consiguió coger la bolsa. Tardé en reaccionar pero pude echar a correr tras ella. Necesitaba la bolsa, y no precisamente por el dinero. Dentro llevaba los papeles del trato entre mi tío y el sultán. Corrí entre la multitud buscando a esa joven que tan sorprendido me había dejado pero, para mi desgracia, era una ladrona hábil y la perdí de vista en poco tiempo. Ofuscado, maldigo en voz baja mientras intento reencontrarla. Trabajo inútil. Enfadado y cabreado, me dirijo hacia el cuartel de la ciudad para avisar a los soldados de que la busquen y la encuentren. Al llegar, denuncio el robo, y los soldados me aseguran que darán con ella. Con la facilidad con la que me ha dado esquinazo, dudo mucho que lo consigan...

Es muy entrada la tarde cuando un soldado llega a mi hostal en mi busca. Han encontrado a la ladrona. Sorprendido, me visto rápidamente y salgo corriendo hacia el cuartel. Al llegar me indican que mi ladrona se encuentra recluida en una de las habitaciones-prisión. En silencio, me guían hasta ella y me dejan entrar. Ella mira por la ventana hacia la calle. Cuando estamos solos, nos miramos. Ella con cara de odio, y yo con cara de pocos amigos.

-Hola- digo sin pensar. Solo deseo empezar una conversación. Tan solo gruñe-. ¿Por qué robaste mi bolsa?

-... para poder comer- responde, medio atemorizada medio cabreada.

-Aja... ¿y qué te parece si me la devuelves y dejamos esto en un pequeño malentendido?

-No la llevo conmigo...

-No me mientras, la estoy viendo bajo tus ropas- digo. La joven se encoge un poco para que no vea la bolsa.

-No puedo dártela. Hay niños y niñas que necesitan el dinero...

-No me importa el dinero, sólo quiero los papeles que hay en la bolsa.

La muchacha me mira extrañada. Durante unos minutos reina el silencio.

-Sácame de aquí y te entregaré la bolsa.

-Está bien, me parece justo. Eso sí, vendrás conmigo a mi hostal.

-¿Y por qué haría yo eso?

-Porque de lo contrario vas a pasar entre estas cuatro paredes más tiempo del que tu crees.

-... está bien- dice. La miro a los ojos y veo en ellos que, en cuanto esté libre, huirá de la misma forma que lo hizo antes. La miro y sonrío.

-Guardia, ¿le importaría acompañarnos a la señorita y a mi a mi hostal?

Veo como sus planes se frustran y no puedo evitar sonreír.

Al llegar al hostal el soldado se despide de nosotros. Yo te acompaño hasta mi habitación. Sin ganas ninguna, esperas la más mínima oportunidad para escapar. ¡Qué lástima que yo no te vaya a dejar escapar! Entramos en mi habitación y cierro la puerta con llave. Me miras con odio mientras buscas una salida: la ventana es la mejor opción, pero una caída de un tercer piso es prácticamente mortal.

-¿Nos sentamos?- te ofrezco una silla. De mala gana aceptas y te sientas-. ¿Me das mis patentes, por favor?

Me miras, seria. Sacas de entre tus ropajes mi bolsa, y de ella, las patentes. Me las tiendes y yo, cuando voy a agarrarlas, veo como sacas un puñal y, con la otra mano, lo colocas en mi garganta.

-¿Para qué son estas patentes?- preguntas.

-No son de tu incumbencia, señorita.

-¿Me hablas con chulería pudiendo matarte en cualquier momento?

-Lo mismo te digo, ladrona. ¿No te has percatado de que podría acuchillarte el vientre de un momento a otro?

Miras hacia tu vientre y, efectivamente, allí mi otra mano sostenía otro puñal.

-No me das miedo. Puedo matarte mucho antes de que tu me toques...

-¿Lo comprobamos?- digo muy seguro de mi mismo. Nos miramos y, al poco, retiras el puñal y yo retiro el mío. Agarro las patentes.

-¿Qué son esas patentes, señor?- vuelves a preguntar. Te miro.

-Unos papeles con información que únicamente el emir de Granada y el sultán de Bagdad conocen.

-¿El emir de Granada? ¿Eres de allí?- dices con un atisbo de ilusión, pero cuando nuestras miradas se cruzan vuelves a tu rostro serio-. ¿Quién eres?

-Llámame Príncipe- digo con arrogancia.

-Príncipe, ¿cuándo podré irme?

-Hoy no, desde luego. Te quedarás conmigo aquí, está noche, y mañana me ayudaras en un pequeño trabajo.

-¡Ja, eso no te lo crees ni tú!- dices mientras te levantas y sacas de nuevo el puñal-. Seguro que me matarías o me violarías.

-Sí quisiera matarte ya lo habría hecho antes, ¿no te parece?

-... ¡pues violarme entonces!

-Querida, si en algún momento de la noche intento violarte, mátame.

-¿Y quién te dice a ti que no te vaya a matar mientras duermes?

-Sí me quisieras muerto... me hubieras matado antes.

Muda, te me quedas mirando. Yo me levanto y me dirijo a la ventana para abrirla. La noche cae lentamente sobre Bagdad. Me quito la armadura y la dejo sobre la silla.

-Coge lo que quieras de cena y acuéstate en la cama. Yo no dormiré. ¡Ah, y te puedes dar un baño si te apetece!

Extrañada, te me quedas mirando. Yo mientras hago mis cosas y no te hecho demasiada cuenta. Al poco dejas el puñal sobre la mesa y desapareces para darte un baño.

De Ánaer y AleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora