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Escucho un golpe que me despierta. Abro los ojos y veo como, frustrada, golpeas la puerta para escapar. Me levanto y me acerco a ti. Odiosamente te retiras de la puerta y me miras con desprecio.

-Puedes seguir intentando huir- digo con una sonrisa-, otra cosa es que lo consigas.

-¿Qué quieres de mí?

Me acerco a ti mientras cojo una manzana. Al llegar a ti me agacho, pues estas sentada en el suelo, y te la ofrezco.

-Quiero una compañera. No conozco la ciudad, y deduzco que tú te has criado en las calles- paro mientras que, cogiendo confianza, agarras la manzana-. Necesito tu ayuda para llegar al palacio y hablar con el sultán.

-¿Y que gano yo con eso?

-Dinero, tal vez- me siento en el suelo, enfrente tuya-. Con un chasquido puedo hacerte la mujer más rica al este del Mediterráneo...

-No quiero dinero.

-¡¿NO?! Eres la primera persona que me niega dinero. ¡Increíble!

-Tú lo has dicho: me he criado en las calles- sonríes-. He aprendido a vivir sin necesidad de poseer dinero.

-Bueno, en ese caso... ¿con qué puedo compensarte tu ayuda?

-Quiero ir a Granada contigo- dices después de un prolongado silencio-. Mis padres murieron hace meses, y allí tengo familia.

-De acuerdo, aunque he de admitir que no pensaba tener tanta compañía femenina en el camino de vuelta...

-¿Tanta?

-Sí. Mi misión aquí es custodiar a la princesa de aquí a Granada.

-¿Y eso?

-Será la quinta esposa de mi tío, el emir.

-¿Y cuántos años tienen ambos?

-Mi tío ronda los sesenta años. En cuanto a la princesa... no sé si son quince o dieciséis los años que tiene- al ver tu cara de horror por la diferencia de edad no puedo evitar reírme-. Sí, a la pobre le ha tocado un viejo chocho.

Consigo que sueltes una carcajada con esas palabras. Solo entonces nuestras miradas se cruzan y nos sonreímos. Al poco me tiendes la mano.

-Soy Aley, ¿con quién hablo?

-Ánaer- respondo mientras te estrecho la mano. Te echo una mirada que te recorre el cuerpo-. ¿Edad?

-Veinte años.

-¿Eres mayor que yo entonces?- preguntó asombrado. A simple vista te había echado mi misma edad o un poco menor.

-¿Cuántos años tienes tú?

-Diecinueve.

-¡¿Diecinueve?! Yo te echaba cerca de veintiséis- ambos volvemos a reírnos y, tras eso, nos levantamos.

-Bueno, ¿me muestras el camino al palacio?

-Encantada de hacerlo, pero no podrás entrar ni ver al sultán.

-¿Por?

-Todos los viernes reúne a su consejo y están todo el día metidos allí dentro.

-¿Y cómo sabes tú eso?

-Mi madre fue criada en el palacio. Cuando era niña correteaba por los pasillos del lugar junto con la princesa.

-Muy interesante tu infancia. Algún día tendrás que contármela- volvemos a reír-. ¿Y qué haremos hoy?

-Mmmm... ¿te apetecería dar una vuelta?

El día acaba de manera realmente especial. Con la caída de la noche nos encontramos los dos metidos en unos barriles de vino que nos hemos traído a la habitación de la posada. Hemos estado todo el día visitando los mercados y los lugares más significativos de la ciudad, aunque la verdad es que solo me he fijado en tu soltura a la hora de hablar y de moverte. Me cuesta creer que, con lo arisca que fuiste ayer conmigo, seas tan alegre y jovial. Tienes unos movimientos curiosos en una muchacha, aunque no por eso dejan de tener su encanto. En la habitación nos servimos unas copas y bebemos de los barriles, que en cuestión de horas acaba cayendo. Yo aguanto el alcohol, pero a ti te puede. Estas bastante desorientada, como si el alcohol jamás hubiera navegado por tus venas. Medio adormilada, te ayudo a levantarte y te tumbo en la cama, y casi al instante te quedas dormida. Yo me tumbo en el suelo de madera, cerca de la ventana, y miro a través de ella. Las luces de las estrellas me inundan y, lentamente, me duermo...

De Ánaer y AleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora