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A la mañana siguiente, y con la resaca, nos dirigimos los dos al palacio. Vistes un vestido verde muy bonito que te compraste ayer en el mercado. Yo, más por obligación que por gusto, llevo la armadura. Atravesamos un par de calles que nos llevan ante el palacio. Los guardias, en un principio, nos prohíben la entrada alegando que la princesa presenta un jaqueca y que no puede atendernos, pero luego, al presentarme como sobrino del emir de Granada, las puertas se abren ante nuestros ojos. Un impresionante decorado impregna las paredes de la sala donde nos espera el sultán. Este parece estar afligido, con la mirada perdida y cabizbajo. Además, su supuesto harén de esposas no está con él. Todo comienza a ser muy extraño hasta que el soberano nos da la fatídica noticia: la princesa había fallecido por culpa de unas fiebres terribles esa misma noche. Cortésmente le damos nuestro apoyo y le damos nuestras más sinceras condolencias. Yo, singularmente, le doy el pésame de parte de mi tío y salimos del palacio. Tú estas triste por haber perdido a una amiga de la infancia, pero a mí se me plantea un problema: mi tío es un ser irracional, ¿cómo decirle que su quinta esposa esta muerta?...

Al llegar a la posada comienzo a preparar mi equipaje. El camino hasta Tiro es largo y prefiero salir cuanto antes, pero me sorprende verte con una bolsa a cuestas.

-¿Cuándo salimos?

-¿Tan poco equipaje tienes?

-Te recuerdo que soy una vulgar ladrona. No tengo muchos bienes.

-Aun así, Aley, necesitarás algo más de equipaje. El Mediterráneo y más allá no son como estos desiertos.

-Bueno, si paso frío ya me compraré ropa de abrigo.

-¿Y con qué dinero?

-Con el tuyo, claro. Yo soy pobre- dices, risueña. No puedo evitar sorprenderme, aunque cierto es que me hace bastante gracia. Me río para mis adentros mientras veo como me ayudas a recoger el equipaje.

Salimos con las primeras estrellas. Al volver del palacio habíamos comprado unos caballos, los cuales cargábamos con víveres y equipaje. Una de las tres monturas llevaba todas las cosas, mientras que las otras dos nos llevaban a nosotros. Los soldados de las murallas nos opusieron una férrea resistencia debido a que estaba prohibido abandonar la ciudad por la noche. Sin embargo, diciendo que eramos enviados del sultán, y alegando que nos mandaba en misión secreta, nos abrieron las puertas. Que estúpidos llegan a ser los hombres. ¡Ojj!... Una vez tras las murallas, el camino es inhóspito y seco. El calor es sofocante hasta por la noche, y mi cuerpo, acostumbrado a las frascas noches granadinas, nota con rapidez el cansancio y la fatiga.

-¿Quieres dormir?- te oigo decir. No te veo por la oscuridad, pero sé que te tengo al lado.

-¿No te importa?

-Tu cuerpo no está acostumbrado a este calor asfixiante. Si quieres dormir un poco lo comprenderé perfectamente.

No sé si me viste, pero no pude evitar sonreír. En ti había encontrado una amiga... una buena amiga.

Con las primeras luces del sol abro los ojos. A mi lado encuentro un par de sacos, los caballos pastando y a ti, dormida, apoyada sobre una piedra. Miro a los lados y veo que estamos en medio de la nada. Unas caravanas aparecen en la lejanía. Me acerco a ti y, zarandeándote, te despierto.

-Aley, acaba de amanecer. Con suerte llegaremos a Damasco de madrugada- digo mientras abres los ojos débilmente. Tras un ratito te levantas y, poniéndome cara de pocos amigos, subes los sacos a uno de los caballos y nos ponemos en marcha.

El día es triste y sombrío a pesar de la calor extrema del ambiente y de la falta de sombra. Entre los dos apenas nos cruzamos unas pocas palabras. Algo me dice que no te ha hecho mucha gracia que te despertara, pero bueno, eso es algo que ya sé para la próxima. Con la caída de la noche atisbo, en la lejanía, las luces de Damasco. Veo que sonríes, y yo te sonrío. En la ciudad tengo un buen amigo que nos ayudará a encontrar agua y que nos dejará descansar en su casa. Harum, mi amigo, está avisado de nuestra llegada, por lo que nos estará esperando en las puertas. Con el paso de las horas llegamos a las murallas y a la puerta, donde unos guardias acompañan a mi amigo. Nos abren y nos dejan pasar al interior de la ciudad.

De Ánaer y AleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora