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Llego a la habitación y cierro la puerta tras de mí. Moralmente estoy por los suelos, y lo único que de verdad me apetece es colgarme y morir. Me voy hacia la cama como puedo pero, incapaz de tumbarme, me acabo hiendo al balcón. Miro a la gran puerta de la sala del trono: abierta. Las campanas suenan... y ya eres reina de Granada. ¡Mierda! Agacho la cabeza y comienzo a llorar.

-¿Por qué lloras?- oigo a mi espalda. Esa voz, esa forma de articular las palabras... No, ¡no puede ser! Dejo de llorar y rápidamente me vuelvo: estas delante de mí, en el umbral de la puerta con tu traje blanco y tu ramo en una mano.

-¿Qué haces aquí? Las campanas han sonado y... y... ¡y tú estás ya casada con mi tío!

-No, no lo estoy- dices mientras te acercas y me agarras de las manos-. Tú tío se ha desmayado y lo están atendiendo en sus aposentos. Yo me he escapado como he podido.

-Pero... - balbuceo. No creo que estés frente a mí, y apenas me salen las palabras.

-Cállate ya- dices mientras me besas. Tus labios... mmmm... ¡Hacía días que no los saboreaba y temía no poder volver a hacerlo! Te agarro por la cintura e introduzco mi lengua hasta tu garganta mientras que pasas tus brazos por mis hombros y te aferras a mi cuello.

-Aley...

-¿Si?

-Espera un segundo- digo mientras me suelto de ti. Me sueltas y, extrañada, miras como me dirijo a la puerta. Asomo la cabeza y, en milésimas de segundo, cierro la puerta-. ¿Quieres que nos observen?

Ríes mientras te acercas a mí y, abrazándome, me besas. Te agarro por la cintura y nos dirigimos al borde de la cama, donde me siento mientras que tú te quedas en pie frente a mí.

-Es un vestido precioso...- musito mientras paso mis manos por tu cuerpo, por encima de la tela. Cierras los ojos mientras suspiras-. Qué lastima que tenga que quitártelo, ¿no te parece?

No respondes, pero un escalofrío te recorre la espalda. Tiritas mientras un gemido de afirmación sale de tus labios. Sonrío. Mis manos desabrochan la falda que, lentamente, cae al suelo. Luego te agarro de las manos y te siento a horcajadas sobre mí, mientras que te quito la parte de arriba. Como siempre, no llevas sujetador. Agarro tus sinuosos pechos y los besos con bravura. ¡Ay madre, el tiempo que llevaba yo esperando esto! Tu respiración se acelera por momentos, casi a la par que mi pene erecto comienza a notar la entrada de tu húmedo sexo, pero claro, mi pantalón los separa.

-Ánaer...

-¿Si?- digo mientras lameteo tus pezones erectos.

-¿Qué haces vestido?

-Espero a que alguien me desvista...

-¿Y eso?

-Se me ha olvidado- digo tras babear tus pechos. Sonríes mientras te levantas y, de un empujón, me tumbas. Te colocas sobre mí, a cuatro patas. Sigo con el traje puesto.

-Este traje tiene su encanto... - dices mientras me muerdes el cuello. Asiento como puedo-. Qué lástima que tenga que quitártelo, ¿no te parece?

-... para nada- musito. Te ríes mientras retiras la camisa. Luego los pantalones y mi ropa interior, y ante ti se coloca mi pene erecto. Lo miras durante unos instantes mientras te muerdes el labio inferior. Acto seguido jugueteas con él: lo acaricias, los besas, lo lames... así hasta que te lo introduces por entero en la boca. Tu lengua lo lame y lo hace moverse dentro de tu boca con rapidez. Comienzo a notar ese cosquilleo que avisa de que voy a eyacular, pero me callo y al poco tu boca, tus labios, tu garganta, tu cuello y tus senos se manchan enteros de blanco. Mmmmmm... ¡Qué ganas de lamerte por entera! Cuando te sacias de beber te sacas mi falo de la boca y te tumbas a mi lado. Cojo aire mientras tu cierras los ojos y respiras irregularmente. Me incorporo y te abro las piernas.

-Mmmm... ¿Qué tienes aquí para mí?- digo mientras tu hinchado sexo se dilata para mí. Te agarro las piernas, de dentro a fuera, mientras te como la vagina a besos y mi lengua te penetra. Se mueve con avidez dentro de ti, provocando que tu orgasmo sea más y más fuerte. Te arqueas para recibirme, y cada vez que mi lengua se introduce más en ti abres más las piernas. Gimes, incluso gritas a veces, pero me da igual. Ya puedes gemir, gritar o incluso llorar de placer, que hasta que no te corras en mi garganta no voy a parar. Y la verdad es que no tardas mucho. ¡Mmmmm, pero que bien sabes! Mi garganta y mis labios se tiñen de blanco y, antes de dejes de correrte, retiro mi lengua e introduzco mi pene, y mientras te penetro te sigues corriendo, y las sábanas de la cama se tiñen de blanco y de sudor hasta que me corro dentro de ti. Gritamos los dos a la vez antes de desplomarme sobre ti. Te miro y te beso. Abro la cama y te vuelvo a penetrar bajo las sábanas, y me vuelvo a correr y tu vuelves a gemir. Acabas reventada.

-Ánaer...

-Dime amor.

-No deseo otra cosa que estar aquí- dices con los ojos entreabiertos...

De Ánaer y AleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora