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Cuando bajamos Harum y su esposa ya han desayunado. Nos han dejado un par de piezas de fruta, que comemos tranquilos. Con el sol en lo alto del cielo salimos con Harum al mercado y compramos el agua y la comida necesarias para llegar a Tiro. Pasado el mediodía volvemos y cargamos los caballos con los víveres. No hemos mencionado lo de esta mañana, pero cada vez que podemos nos miramos a los ojos y nos sonreímos como tontos. Desde luego, me he enamorado realmente, ¡pero me corresponde! Estoy muy contento, aunque claro, como soy como soy no lo muestro. Tras cargar las monturas comemos algo y nos retiramos a nuestra habitación a descansar, pues partiremos a la puesta de sol, antes de que cierren las puertas de la ciudad.

-Ánaer...

-¿Sí?

-... te puedes quedar en la cama conmigo... si quieres, claro.

Sonrío mientras te agarro de la cintura y te beso la frente. El lado vicioso de mi ser desea desnudarte y volver a ver lo de anoche, pero mi lado normal me lo prohíbe estrictamente. No quiero mandarlo todo al desastre el primer día... Nos tumbamos los dos en la cama, pero tu apoyas tu cabeza sobre mi hombro. Instintivamente comienzo a acariciarte el cabellos, ¡se le coge gustillo al seguir con la yema de los dedos tus tirabuzones!

-Ánaer.

-Dime.

-Tú me quieres... ¿no?- dices mientras te incorporas lo suficiente para poder mirarme a la cara. Yo te respondo con una sonrisa y, cuando me incorporo, te beso con mimo. Me sonríes y pides más.

-Me lo tomaré como un sí.

-Debes tomártelo como un sí- digo, sonriente.

-Bueno... comprobémoslo entonces- dices con la misma voz que me ponías cuando nos conocimos. Te levantas de la cama y, delante de mis ojos, te deshaces del vestido. Totalmente desnuda, y me mente entra en delirio. Deseo abalanzarme sobre ti, pero me controlo. Por tu cara deduzco que es una prueba.

-Si de verdad me quieres... no te importará que duerma contigo desnuda sin que me toques con motivos sexuales, ¿no?- dices, picarona. Yo asiento. La voz no me sale del cuerpo. Con una sonrisa, te tumbas a mi lado y te pasas uno de mis brazos por encima, como para dormir abrazados-. ¡Ah, se me olvidaba! Y por supuesto, ni una erección, ¿eh?

¡¿CÓMO?! No doy crédito a lo que oigo: ¿ni una erección? ¿Cómo quieres que no tenga ninguna erección si duermes desnuda pegada a mí? Desde luego es para matarte, pero asiente, hipnotizado por la estampa. Sonríes maliciosamente mientras yo cierro los ojos e intento controlar a mi "amigo"...

Con la caída del sol despierto. Me miras con una sonrisa de oreja a oreja, y yo al principio no entiendo nada, pero cuando me dices que no duré ni cinco segundos con el falo flácido me entra la vergüenza. Tú te ríes mientras dices que, aun así, he pasado la prueba, que no intentando nada inapropiado, me relajo y te beso. Al bajar vemos que Harum está preparado. Nos despedimos de la esposa del mercader y, sin más demora, partimos los tres hacia las puertas de la ciudad. Allí nos despedimos de él, que nos desea un feliz viaje y que vivamos muy feliz como matrimonio. Ante esta última petición no puedo evitar mirarte, y veo que contienes la risa. Al salir de Damasco nos damos de bruces con el maldito desierto. ¡Cómo lo odio, me pone de los nervios! Por suerte para nosotros la noche no es cálida y, para asombro de ambos, ya tenemos hecho medio camino cuando sale el sol. La alegría se me nota en el rostro, y tu te ríes. Una risa contagiosa que acaba haciéndome reír. Con la caída de la noche paramos a los pies de una gran duna. Con los pocos palos que encontramos improvisamos una hoguera y calentamos unos pocos alimentos, carne sobre todo. El día ha sido agotador y necesitamos llenar nuestros vacíos estómagos. Comemos un buen pedazo de carne cada uno y una pieza de fruta. Tras eso nos quedamos un rato mirando las estrellas, hasta que noto que te has quedado dormida. Te tapo con una manta fina y me levanto para agarrar mi espada y hacer la primera guardia... ¡Mierda! ¿Y mi espada? No me da tiempo a volverme cuando noto el frío acero de la espada en mi espalda. De un empujón me caigo y veo a cinco hombres vestidos de negros. ¿Bandidos? ¿En serio? ¡Hay que joderse! No entiendo lo que dicen entre sí, pero comienzan a rajar las bolsa donde transportamos el agua y yo miro, sin poder hacer nada y con el filo de una espada en mi garganta. De momento no se han percatado de ti, o al menos eso creo. Dirijo mi mirada hacia ti, pero no te veo. ¡¿Dónde diablos te has metido?!

-¡Ánaer, túmbate!- te escucho decir mientras que, de la nada y empuñando mi espada, acabas con uno de los bandidos. La confusión me permite desarmar a mi captor y darle muerte. Tres bandidos para ti y para mí. No está la cosa para sonreír. Te miro. Tus ojos miran a los bandidos con gesto desafiante, y aferras la espada como si estuvieras familiarizada con su manejo. Con esos gestos algo en mi interior me dice que no me preocupe en exceso por ti, y no se equivoca. Das dos pasos rápidos hacia delante y matas a uno y desarmas a otro. Mientras yo acabo con el restante. Uno para dos, y desarmado. Te miro con gesto de admiración: ¿dónde diablos aprendiste a manejar la espada así? Antes de conocer la respuesta veo como inmovilizas de una patada al hombre y lo apresas con unas cuerdas. ¡Increíble!

-¡¿Dónde diablos aprendiste a manejar la espada así?!

-Mi padre era soldado, él me enseño- dices orgullosa, aunque algo aturdida-. Tengo un poco oxidado el brazo con la espada.

-No me lo imagino fino... - bromeo. Ríes mientras me das un suave beso. En cuanto al preso, lo obligamos a decirnos donde se encuentra su campamento, que para nuestra suerte no está muy lejos. De allí cogemos agua y armas. No sabemos lo que nos hay entre las puertas de Tiro y nosotros. Por último soltamos al bandido con una bolsa con trozos de frutas como única posesión. No deseamos que muera, pero si no sabe orientarse nosotros seremos los últimos seres humanos que vea. Hecho esto nos subimos a nuestros caballos y nos dirigimos al galope hacia Tiro. Con suerte llegaremos con el amanecer y a la tarde estaremos surcando los mares del Mediterráneo, todo con muchísima suerte. Aunque, la verdad, yo lo único que quiero es la intimidad de una habitación para poder abrazarte y comerte a besos.

De Ánaer y AleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora