Capítulo 8

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Lauren no sabía cuánto tiempo llevaba allí afuera, partiendo leña como una loca. Una cosa era segura, estaba exhausta, sudorosa y tenía que ducharse.

También tenía que disculparse con Camila por haber actuado como una idiota. Camila tenía razón. Apenas lo conocía, no tenía motivos para confiar en ella. ¿Y si en realidad era una mujer que cogía lo que quería? No podía saber si nunca haría algo así. Además, Camila podía ir por ahí como quisiera. No estaba obligada a contarle nada.

Con un golpe preciso clavó el hacha en el tronco de madera, luego se puso la ropa y entró. Cuando estuvo en la cocina, apareció ante sí una escena inusual. Camila estaba de pie ante a la cocinilla. Su figura era esbelta. Se había anudado la camiseta de manera que acentuaba su cintura y no le colgaba como si fuera un saco. Tenía un cuerpo de infarto, y Lauren notó literalmente que la sangre se le desplazaba hacia las partes inferiores de su cuerpo. ¡Maldita sea! Camila había dejado claro que no quería nada de ella. Lauren la haría cambiar de opinión. Tenía que hacerla cambiar de opinión, porque quería saber cómo era sin aquella ropa informe. Quería verla desnuda, debajo de ella, con una expresión de éxtasis en el rostro. Se le secó la boca. Se aclaró la voz una vez y, luego, otra. Camila se volvió hacia Lauren. En su rostro había una expresión que Lauren no sabía interpretar.

―Lo siento. No tenía derecho a reprocharte nada o decirte lo que tienes que hacer ―dijo Lauren. Durante un instante, reinó el silencio. Lauren estaba esperando ansiosamente su reacción. Camila no iba a rechazar sus disculpas, ¿verdad? Tan mal no se había comportado.

―Está bien. ―Camila se volvió al horno, se puso unos gruesos guantes y sacó la bandeja. El olor a pan de jengibre llenó inmediatamente la cocina. Una extraña sensación se apoderó de Lauren. Nostalgia. Nostalgia de una familia que celebraba una Navidad tradicional. Nostalgia de un árbol decorado, del aroma de las galletas y de los regalos que se abrían la mañana de Navidad.

Era la primera vez que se permitía sentir tanta emoción en Navidad.

Normalmente la fiesta solo le causaba problemas. Todo el mundo estaba de compras, cocinando y celebrando con la familia. Ni siquiera podía escaparse a la oficina, porque eso habría sido demasiado embarazoso incluso para Lauren. Trabajar cuando todos los demás estaban celebrando. No, durante años había pasado aquellos días en Miami, en un apartamento con vistas sobre la ciudad. Alejada del circo navideño. En Florida no tenía que preocuparse de que nevara repentinamente. Como aquí. Llenaba el congelador con comida preparada, miraba videos en streaming que nada tenían que ver con la celebración, y se quedaba allí atrincherado hasta que cesaba la locura.

Esta vez, el destino había frustrado sus planes. Junto con Camila, que gracias a las galletas había traído otro pedazo de Navidad a una casa en la que ya antes parecía que Papá Noel iba a pasar sus vacaciones.

―Eso huele muy bien ―dijo sin embargo, para encubrir su momentáneo bajo estado de ánimo y mostrarle a Camila que no le reprochaba nada.

―Sí, ¿no es verdad? ―Cuidadosamente amontonaba las pastas en un plato― ¿Qué tal si hacemos té y nos comemos nuestras galletas? ―La miró.

Una sonrisa se dibujaba en sus ojos. Algo había cambiado. No sabía exactamente qué, pero lo averiguaría.

―Eso suena bien. Solo necesito meterme en la ducha primero.

―De acuerdo. Prepararé té mientras tanto.

―Bien. No tardaré mucho.

Lauren entró en la habitación que Camila le había dejado. Si de ella dependiera, pasarían la noche juntas. La imagen de Camila apareció en su mente. Se había cambiado de ropa. Por primera vez, acentuaba su figura a través de la ropa en lugar de ocultarla. Y luego aquella sonrisa. Sacudió la cabeza.

Tormentas y amor en Navidad - Adaptación CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora