Reinó un silencio absoluto por espacio de cinco minutos, interrumpido solo por el sonido del limpiaparabrisas.
Diez minutos.
¿Qué le pasaba a aquella mujer? ¿No debería haberla llevado ya hace tiempo al borde de la desesperación con su incesante parloteo?
Quince minutos.
Ella la miró. Camila miraba al parabrisas fijamente. Llevaba el gorro aun incrustado en la frente, de manera que apenas se distinguía su rostro. Estimaba que debía rondar los veinticinco años, su piel clara estaba libre de arrugas. Al menos eso podía ver. Su boca aun estaba cubierta de una barba blanca falsa que no revelaba nada. ¿Tal vez tenía los labios estrechos, con unas comisuras caídas, pero quizás tuviera una boca llena y sensual?
¡Qué tontería! Debería dejar de preocuparse por cómo se veía cuando no iba por ahí vestida de Papá Noel. No importaba si bajo el disfraz se escondía una belleza o una mujer de aspecto corriente.
― ¿Adónde te diriges? ―se le escapó la pregunta que no debería haberle planteado. Ya que debería alegrarse de que reinara el silencio, de que ella no hablara sin interrupción. Además, a Lauren no le incumbía cómo se había metido en aquella situación. Porque una cosa estaba clara: tras todo aquello solo se escondía la triste historia de un hombre que la había tratado mal. Probablemente no le gustaba su gato o estaba molesto por el polvo de las plantas artificiales de su apartamento, pensó Lauren cínicamente.
―Al Polo Norte ―respondió Camila, intentando relajar el momento incómodo, que rondaba en el ambiente.
Vale, aquella no era la reacción que estaba esperando.
―De ahí viene Papá Noel, ¿no? ―agregó. Aparentemente, se había dado cuenta de que Lauren no había entendido la broma.
―Oh, ya veo. Sí, bueno, tan lejos no voy ―murmuró bastante segura de que ahora Camila estaba poniendo los ojos en blanco, como hacen siempre las mujeres cuando otra persona no entiende lo que realmente ha querido decir con su particular observación.
―Lo que quise decir es que me llevaras lo más lejos posible de aquí ―le explicó.
―Ya me lo había imaginado ―mintió. ¿No podía haber dicho eso simplemente? ―. En media hora estaremos en Coburn Gore, eso está apenas pasada la frontera americana. Puedo dejarte allí. ―añadió solo para dejar claro que no la llevaría hasta los confines del mundo.
―Gracias. No te preocupes, no te molestaré más. Me perderás de vista en Coburn Gore.
―Vale ―gruñó. Evidentemente Lauren debería haber protestado en aquel momento. Al igual que siempre lo hacían sus compañeras de género. Algo como: «No, no vas a ser una carga. Tu presencia me enriquece». Alguna mierda así. Que no quería decir otra cosa que: «No puedo esperar a librarme de ti». Mejor que supiera ya a qué atenerse.
El silencio volvió a cernerse sobre ella.
― ¿Te importa si enciendo la radio? ―le preguntó Lauren por pura cortesía.
―No. Por supuesto que no. Yo... haz como si no existiera.
Sin problemas. Fingir que no existe. En un coche deportivo cuyo interior no era particularmente grande, y que ella ocupaba envuelta en una manta. Y entonces se propagó su olor, un olor como naranjas y a otra cosa. Algo que olía a Navidad. ¡Canela!
Le acudieron las imágenes. Recuerdos de Navidad. Para la mayoría de la gente, tales recuerdos eran algo valioso, hermoso. Para ella no.
Sonaba Last Christmas de George Michael. ¿Por qué había encendido la maldita radio?
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Tormentas y amor en Navidad - Adaptación Camren
Fiksi PenggemarLauren detesta la Navidad. A Camila le chifla esta celebración más que cualquier otra. El plan de Lauren para las vacaciones: 6 botellas de whisky, un piso de gran lujo en la ciudad de Miami, sin mujeres, sin contacto con amigos y familiares. Solo y...