Capítulo IX

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 Kalen se equivocaba. Lo supe en el mismo momento en que empezaron a decorar el castillo y el pueblo. Y a juzgar por la cantidad de preparaciones, y el empeño que ponían en ellas, no era un evento cualquiera. No podías acercarte a menos de diez metros de Sammuel, quien empezaba a despotricar contra cualquier persona que estuviera al alcance de su vista. Por eso, todos en el castillo lo evitábamos. No había visto al rey desde mi audiencia, y esperaba que esta vez pudiera discutir más seriamente acerca de mi padre. Lo usaría, si llegara a ser necesario, como una condición para quedarme en Aden.

Le comenté a Gyandev al respecto, pero este se limitó a negar con la cabeza.

—Ser Oráculo, Arleen, no es una elección. Es tu obligación, o deber, según como lo mires—no pude evitar notar un dejo de tristeza en su voz.

—¿Es que hay alguna diferencia? —repuse con amargura.

—En la mayoría de los casos, el deber nace de nuestra conciencia.

Eso me dejó pensando. ¿Permanecería aquí si fuera mi elección, o simplemente me quedaba porque no tenía otra opción?

No volví a tocar el tema. Los siguientes días nos limitábamos a concentrar todos nuestros esfuerzos en la búsqueda del príncipe. Lo máximo que llegué a ver fue una vaga silueta.

—No puedo seguir—contesté en una ocasión; estaba bañada en sudor frío y temblaba.

—¿No puedes, o no quieres? —me acusaba mi maestro.

—Llegué a mi límite, en serio.

—Entonces intenta sobrepasarlo. Los límites los pones tú, no tu cuerpo- dicho esto me hacía continuar, hasta que me era casi imposible formular una conversación coherente.

María me devolvió el libro dos noches después, pero oculto el sol no podía siquiera mantener los ojos abiertos. La chica se mostraba algo preocupada por mi estado, pero yo siempre le restaba importancia.

Y con el pasar de los días, la lucha del rey por buscar a su hijo se convirtió en mía. Era algo que debía hacer, costase lo que contase.

Llegó la mañana del festival, la cual tenía libre, a pesar de que las festividades no empezaban hasta la tarde. Así que decidirme retirarme a los jardines y avanzar con la lectura de "Breve historia de Aden", ya que iba muy retazada. Pasé directamente a la sección Fiestas y tradiciones, y me enfrasqué en eso un buen rato.

El almuerzo fue muy animado, ya que todos comentaban lo que sucedería esta tarde. Después de terminar, invité a María a mi habitación para que elijamos vestidos, actividad en la que no me hubiera involucrado mucho de haber estado sola. Al contrario de lo que pensaba, aceptó de buena gana, y tuvimos lo que muchos denominarían "tiempo de chicas". Esto me hizo extrañar de sobremanera a Anna, a quien le hubiese encantado. Una vez que María bajaba sus barreras, podía ser muy confidente. Además, algo en sus expresiones se me hacía familiar.

Al final me decidí por un vestido azul marino, y la chica por uno verde seco que hacía que su pelo oscuro resaltara. Usé lo más parecido a un polvo cosmético para cubrir mis ojeras, y sonreí al pensar que nunca antes había tenido necesidad de usarlo.

Al salir al salón de entrada, la actividad era mucha más de la que había visto alguna vez allí. Todos habían cambiado sus ropas de servicio por otras más formales. El rey seguía sin aparecer.

Un Sammuel muy agitado y molesto me indicó cual sería el momento de la presentación; según lo que me dijo, solo tendría que permanecer de pie sonriendo como idiota mientras el pueblo cree que sería la solución a todos sus problemas, lo que resulta irónico de pensar ya que ni siquiera podía resolver los míos.

Los Reinos de Aden: Oráculo © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora