Capítulo XII

1.5K 149 14
                                    

—Podría ser peor.

—¿Eso crees?

Intenté por quinta vez aflojar la cuerda de mis manos, que ya estaban rojas e hinchadas. Por las fisuras de la oscura carpa donde nos encontrábamos se filtraban rayos de luz, indicando que la mañana había llegado. Calculé que habíamos estado encerrados alrededor de cuatro horas.

—Por lo menos encontramos la caravana—murmuró Joel, que parecía estar tranquilo a pesar de todo.

—Querrás decir que ella nos encontró a nosotros. ¿Estás seguro de que lo es? —repliqué molesta.

—Yo...

—Genial.

En ese momento, ingresaron al pequeño espacio lo que al principio había confundido con tres hombres: en realidad había también una mujer, de complexión bastante fornida y rubia, como yo me imaginaría a una antigua vikinga. El sujeto de la izquierda se acercó a Joel lentamente, con una navaja en la mano. Se detuvo frente a él y todo mi cuerpo se tensó.

Iba a matarlo.

Joel había adoptado una actitud de alerta, aunque en apariencia parecía calmado. No pude evitar gritar cuando el arma blanca se acercó rápidamente a su cuerpo...

...y con un rápido y limpio corte le desató las manos. Mi compañero esbozó una sonrisa de satisfacción y se levantó con la ayuda del hombre, que le tendió la mano. Descubrí que la mujer rubia se estaba riendo ante mi cara de desconcierto, y el otro mostraba también una sonrisa contenida. Quise pegarles.

—Libera a la chica, Seamus, nos está matando con la mirada— comentó la mujer-vikinga. Al parecer le causaba diversión que yo sufriera un ataque de nervios.

—¿Tengo que hacerlo? Su pie sigue marcado en mi estómago desde anoche—esta vez yo fui la que sonrió, y alcé las manos frente a mí. Cuando cortó las sogas me froté las manos raspadas.

—¿Cómo nos encontraron? —pregunté entonces.

—No los estábamos buscando, no se crean tan importantes. Era una salida de caza rutinaria—no quise saber que era exactamente lo que cazaban.

—¿Y tenían que llevarnos con ustedes porque...?

—Necesitamos provisiones, somos muchas bocas que mantener. Ustedes tenían bastantes—intervino por primera vez el segundo hombre, de semblante serio.

—Además, pensé que nos habían visto, y queremos pasar lo más inadvertidos posibles—respondía como si fuera obvio el sujeto que había identificado como Seamus—. Digamos que fue un accidente.

—Pero ahora están aquí—continuó el de rostro serio con los brazos cruzados sobre el pecho—. Pueden quedarse o irse, ustedes eligen.

—¿Dónde es aquí, exactamente? —me atreví a preguntar, y Joel puso los ojos en blanco. Como si él lo supiera.

—¿Es que nunca se calla? —suspiró Seamus, pasando la mano por su pelo oscuro desalineado.

—Y habla también dormida.

—¡Joel!

—Ya está bien—cortó el otro hombre—. Necesito saber sus nombres, y si permanecerán en la caravana.

—Soy Joel—contestó este —y mi sobrina es...

— Sarah—lo corté—. Mi nombre es Sarah—no iba a arriesgarme a que mi verdadero nombre nos delatase.

—Bien, Joel y Sarah ¿Qué eligen?

—¿No necesita saber quiénes somos o siquiera donde nos dirigimos? — el negó con la cabeza.

Los Reinos de Aden: Oráculo © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora