Capítulo II

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 Estuve cayendo lo que me parecieron horas, si se le puede llamar caer al estado ingravitatorio pero vertiginoso en que me encontraba.

Tampoco distinguía gran cosa, por no decir nada en absoluto. Solo había oscuridad, tan absoluta que hasta se podía sentir. "Sentir la oscuridad"; no sé si existirá ese término, pero era el más adecuado para describir lo que veía (o lo que no veía, en este caso). Creo que muchas veces las sensaciones y experiencias humanas suelen verse limitadas por el lenguaje, por lo que una persona es capaz de expresar con palabras.

Finalmente caí sobre una superficie dura y pedregosa, y el "aterrizaje" no fue del todo suave, que digamos. Al lado mío, algo cayo unos segundos después.

Alguien, en realidad.

Una amnesia sobre los sucesos de las últimas horas se había apoderado de mi cerebro, por lo que me costó identificarlo. Parecía estar inconsciente, pero no creí que fuera nada peor porque respiraba. Giré sobre mi espalda y vi un cielo estrellado. La luna emitía un fuerte brillo, casi sobrenatural. Agudice el oído, pero no oí nada; pensé que había perdido la audición, pero segundos después caí en la cuenta: no había nada que escuchar.

Todo parecía muerto. Estaba en una especie de páramo seco, arenoso, y que parecía extenderse kilómetros en el horizonte. A lo lejos podía distinguir los vagos contornos de una cadena montañosa.

¿Dónde estaba? Y lo que era más importante. ¿Cómo exactamente había (habíamos) llegado a este desierto? Ninguna opción razonable encajaba, no había nadie ni nada más aparte de nosotros. Ningún avión, auto ni camión. No era científicamente posible trasladarse de Londres hacia otro lugar en cuestión de segundos. Por lo que me quedo la opción más improbable, que en este caso también parecía la correcta.

La magia nunca me había resultado algo plenamente extraordinario (tal vez me había provocado una conmoción, no era posible que estuviera hablando de "magia" ). Volviendo al caso, había leído demasiados libros para saber que esta era solo un conjunto de energía que podía ser manipulada a través de la mente. Y que esa energía tenía que salir de algún lado; eso resolvería porque mi acompañante seguía inconsciente.

Pero no explicaba por qué nos habíamos trasladado a la mitad del Sahara, o a algún otro lugar recóndito de la Tierra.

De repente, las últimas horas volvieron a mi cabeza, primero despacio, y después con una velocidad increíble. Pasé los siguientes minutos caminando en círculos, sin alejarme demasiado, y mis pensamientos volaron directo a mi padre. ¿Qué le había pasado? ¿Seguiría ileso? O tal vez... Sacudí la cabeza. No me permití pensar de ese modo.

Consideré comenzar a caminar en una dirección y continuar para ver adonde llegaba. Era una chica autosuficiente, podía cuidarme sola. Pero descarté casi de inmediato la idea. Necesitaba agua, y respuestas. Pero sobre todo agua.

Y Kalen era el único que podía darme ambas cosas.

Cuando finalmente despertó, y se incorporó lentamente, y en mi cabeza comenzó a sonar un Aleluya. Lucía desconcertado cuando me vio, pero después ató cabos sueltos. Se levantó y recorrió el lugar con la vista.

—¿Y bien? — pregunté con los brazos cruzados.

—¿Y bien, qué? — alzó un ceja.

—¿Dónde se supone que estamos?

Me dirigió una sonrisa y levantó los brazos, como abarcando todo el lugar.

—Bienvenida a Aden.

— ¿Aden? — fruncí el ceño. Según mis conocimientos geográficos, Aden era un pequeño pueblito costero en Arabia. Esto no era Arabia—. Bueno, cuando de chica me imaginaba un reino mágico y ficticio lleno de dragones y unicornios no me esperaba esto.

Los Reinos de Aden: Oráculo © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora