Capítulo XI

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  — ¿Qué quieres?

Me tomé un tiempo examinando el lugar antes de responder. La pequeña sala estaba iluminada, y las puertas de las dos habitaciones cerradas. El interior de la casa, al igual que el exterior, era de ladrillos, aunque estos eran de un tono marrón claro, no rojizo.

Miré mis manos, cruzadas frente a mí sobre la mesa, y por fin me centré en el hombre.

—Necesito su ayuda—él soltó una amarga risa.

—No, en serio.

—¿Creé que hubiese venido desde la Capital si no fuese cierto? —ante esta respuesta, adoptó una actitud pensativo.

—Así que tú eres el porqué de tantas patrullas de guardias- resolvió irritado—. No son una agradable compañía.

Entonces no me equivocaba. El rey sería dejado en ridículo si la gente sabía que me fui. Un punto a mi favor.

—Bueno, ¿Qué te llevó a burlarte en la cara del rey Ezran de ese modo? —hice una mueca ante el comentario.

—No me burlé de él, pero no me quedaba otra opción que irme. Tengo que salvar a mi padre—el hombre enarcó una ceja, y yo suspiré—Larga historia—hizo un gesto con los brazos y se recostó en la silla.

—Tengo tiempo.

—¿Y cómo encajo yo en todo esto? —preguntó finalmente.

—Necesito un aliado, alguien que conozca el territorio. O que por lo menos sepa como ubicarse—el hombre continuó con la mirada clavada en mí.

—¿Y cómo fue, que espacio de tu mente pudo concebir la idea de que lo haría? ¿Sabes? No está en mis planes ir arrastrando a una niña en busca de aventuras por todo Aden. He estado muy ocupado.

—¿Haciendo qué, exactamente? —pregunté algo ácida. Este no supo que responder, así que se limitó a mascullar un "no te importa" —No es necesario que nos llevemos bien, solo que seas mi aliado. Los aliados comparten los mismos objetivos.

—No conoces mis objetivos—dudaba siquiera que tenga alguno, pero me arriesgué.

—¿No querías vengarte de Ezran? Acompáñame hasta el palacio del rey Sivan, y lo habrás logrado. Solo un estúpido si no tomaría esta oportunidad—esperé que dijera algo, pero permaneció callado. Le di su tiempo.

—Creo—contestó despacio— que estás demente. Pero generalmente no me encuentro en discordia con la demencia, el mundo sin ella sería muy aburrido—alcé la cabeza, y él esbozó una sonrisa torcida—. Lo haré, seré tu aliado.

—Gracias—pude respirar aliviada—. Soy Arleen, por cierto.

—Joel.

Dicho esto, abrió el armario que había al costado de la ventana y sacó varios objetos: mapas, una brújula, comida, dos cantimploras... que me recordaron lo sedienta que estaba. Busqué con la mirada un grifo, pero no había. Bebí entonces el poco líquido que quedaba en mi cantimplora, que había cargado en un aljibe en el pueblo anterior.

Joel terminó de guardar lo que me pareció una provisión tamaño ejército de fruta seca, cerró su bolsa y se sacudió los pantalones. Se la colgó al hombro y dirigió una última mirada a su casa. Sabía que, en parte, estaba algo aliviado por abandonar el lugar que tan malos recuerdos le traía, pero a la vez era lo único que lo unía con su hija.

—Bueno, no tiene sentido seguir esperando—se dirigió a la puerta y la abrió. Lo vi dudar un momento, pero finalmente salió. Lo seguí y no me molesté en cerrar.

Los Reinos de Aden: Oráculo © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora