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Pero rápidamente volví a mis lógicos pensamientos, los cuales me atormentaban con los hechos ya vividos:

No sirvo para amar...

Pensé que la mejor forma sería guardar aquellos sentimientos, pero... Era estúpido, puesto que, me encontraba a mí mismo mirando con otros ojos a aquel fotógrafo; mi mente y mi corazón no se coordinaban del todo.

Los días transcurrieron y no me atrevía siquiera a estar segundos asolas con él. Temía que mis sentimientos salieran a la intemperie y él no sintiera lo mismo o, peor aún, que todo terminara mal como había ocurrido con Kai o como con tantos otros.

Caminé hacia el comedor de aquella gran compañía mientras pensaba que podría comer. Eran las cuatro de la tarde. Moría de hambre y sabía que un jugo y una galleta no cesaría mi apetito. Leí los diversos menús que, de forma rústica, se mostraban en pequeñas pizarras dispuestas frente al mesón de pedidos. Pasee mis ojos por aquellas letras blancas sobre una madera polvorienta por la misma tiza mientras descartaba mentalmente lo que no se me antojaba, terminando por elegir un insípido plato de papas fritas con pollo. Suspiré acercándome hacia donde se encontraba una muchacha para solicitar mi pedido. Ensimismado esperé pasando mis ojos por la pantalla de mi teléfono celular para aguardar por mis deseados alimentos, cuando escuché aquella voz, que a estas alturas, se había vuelto desconocida. Casi me pareció irreal cuando su tono acarició mis tímpanos.

—¿Aún no almuerzas? Ya es bastante tarde—terminó hablando como si murmurase para si mismo. Alcé la mirada encontrándome con el susodicho dueño de aquella particular voz a mi lado con un café en su diestra, el cual, en acto seguido llevó hasta sus labios sin antes regalarme una sonrisa. Lo observé alegrándome. Hacía tiempo que no escuchaba su voz dirigida hacia mí; ya me hablaba, aunque fuese para banalidades como aquella.

—Lo sé. Ya sabes... Se me pasa las horas cuando trabajo—le sonreí—. Y... ¿Cómo has estado?—me atreví a preguntar recibiendo una mueca afable de su parte seguido de un asentimiento de cabeza.

—Bien—entonó tras un silencio incómodo, el cual fue interrumpido por la misma muchacha anterior. Ésta traía una bandeja con alimentos variados de aroma agradable—. Bueno te dejo para que comas tranquilo—dijo dándome una tenue palmadita en la espalda saliendo por el mismo lugar por el cual yo había llegado. Suspiré largamente. Hacía varios días que no hablaba con él y escuchar su voz me había alegrado muchísimo.

El comedor estaba prácticamente vacío a esa hora. Busqué con la mirada un lugar apartado para comer y elegí una esquina del amplio comedor. De forma autómata dispuse sobre la mesa la charola y un jugo concentrado en azúcar que me serviría para conllevar el resto de la tarde. Aunque, a esa hora, ya sentía el cansancio en mis hombros.

—¿Me puedo sentar?—me tensé al escuchar su voz después de sentir como corrían la silla situada en frente.

—Si digo que no, te sentarás igual—intenté actuar normal con una sonrisa en mis labios. Vi como dejó el bolso de su cámara sobre la mesa y otra de mayor envergadura en el suelo—. ¿Y cómo te fue?—pregunté con agilidad para no tener que soportar minutos de silencio incómodos. Hablar de trabajo era lo más óptimo.

—Bien...—suspiró cogiendo una patata frita de mi plato—. ¿Por qué no fuiste?—preguntó untándola en la salsa para luego mirarme de forma penetrante.

—Tenía cosas que hacer.

—"El editor debe supervisar siempre el trabajo del fotógrafo"—rodó sus ojos citando mis palabras dichas en las primeras sesiones que fuimos juntos.

Despertando el pasado [Reituki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora