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Salí de mi departamento buscando mis llaves distraídamente dentro de mi bolso mientras intentaba memorizar si olvidaba algo antes de apartarme demasiado de casa.

—¿Atrasado?—icé mi cabeza al oír su voz provenir frente a mí.

—¿Qué haces aquí?—levanté una ceja viendo su rostro divertido adornando sus labios en una coqueta sonrisa.

—Vine a secuestrarte—se acercó a mí.

—Se supone que el secuestrador no anuncia eso antes de someter a su víctima—me reí sintiendo como rodeaba su palma entorno a mi brazo deslizando esta hasta tornarse hacía mi mano sintiendo, con esa sutileza, como mi corazón latía desbocado.

—Soy un mal secuestrador, entonces—murmuró rozando mis labios provocando que entrecerrara mis ojos a la espera de probar sus labios, los cuales hace días no había tenido la oportunidad de poseer, pero él, malicioso, se alejó unos centímetros de mi dejándome con las mejillas tórridas.

—Que idiota eres—se rió. Inflé mis mejillas esperando que mi cara redujera aquel molesto sonrojo. Había reflejado, en mis actos, la vulnerabilidad que tenía por ese hombre. Ya no había mucho que ocultar. Suspiré.

—¿Y que querías?—me alejé de él caminando hacia aquellos ascensores presionando unos de los botones mientras cruzaba mis brazos fingiendo enojo cuando mis entrañas gritaban lleno de júbilo al verlo aquel día. Lo extrañaba.

—Ya te lo dije: Vine a secuestrarte—expresó nuevamente mientras nos adentramos a aquel reducido cubículo. Presionó el botón del subterráneo al mismo tiempo que intentaba ocultar una boba risilla.

—Lo siento. Tengo que ir a trabajar—Me excusé con una mueca divertida en mis labios.

—Oye, no puedes hacer eso con tu secuestrador.

—Debes ser flexible—le di a entender escuchando un corto timbre el cual nos alertó que ya habíamos llegado. Le guiñé un ojo saliendo de aquel lugar mientras esperaba que aquel rubio secuenciara mis actos. Caminamos en silencio hasta que llegamos a su auto, Akira desactivó la alarma y nos adentramos—. Tú, ¿me querías decir algo?—pregunté intrigado obviando aquel jugueteo.

—Sí, pero después que me acompañes en la sesión de fotos—acomodé mi cinturón de seguridad viendo como el auto retrocedía y emprendíamos marcha preguntándome: ¿De qué quería hablar? Tal vez, era una simple excusa; quizás quería que pasáramos tiempo juntos. Pero no podría evitar una sensación de vértigo en el estómago. El problema era que esa sensación no la sabía descifrar como algo bueno o malo.

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Sabía que estaba en un punto crítico, en el cual había dejado de pensar con el cerebro y ahora mi corazón era el que me estaba guiando. Y este, no cumplía bien su tarea; me hacía sentir torpe e inseguro, pero a la vez con una sensación burbujeante que disfrutaba apreciar, por segunda vez y por la misma persona. Pero debía admitir que aquel sentimiento era distinto, y no hablo de la intensidad porque me sentía casi como un prepuberto enamorado nuevamente. Lo distinto era la capacidad de ver todo con lucidez. Y eso, era algo que carecía en aquellos años.

Frente a mis ojos estaba el material legible de aquel fotógrafo. Podía apreciar sus frutos en cada click que daba su cámara. Su forma de desenvolverse en el set era digno de apreciar. Su carisma revoloteaba por el lugar distendiendo en un ambiente ameno.

—¿Te parecen bien?—me sorprendió analizando su dorso y su mirada juguetona, que sólo yo pude apreciar en aquella zona, me hizo sonrojar levemente.

Despertando el pasado [Reituki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora