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Suspiré por décima vez aquella tarde mientras veía como las puertas metalizadas se abrían hacía mi nuevo destino; sin saber que me depararía en aquel lugar desconocido.

Salí de aquel reducido cubículo resignado. Caminé por aquel pasillo, que en mi vida había transitado, repasando con mis ojos las placas doradas que adornaban las puertas formadas a mis costados con un objetivo en mente: Encontrar la de aquel timador fotógrafo. Fruncí mis labios cuando mis ojos dieron con aquel número de dos dígitos plantándome frente a aquella puerta de apariencia similar a la mía, pero con una serie de cifras en brillante dorado que la hacía variar.

Tragué en seco exhalando el aire que contuve por milésimas de segundos en el instante que mantuve presionado aquel botoncito sobresaliente junto a la madera, el cual dio un estridente sonido para luego quedar en un ansioso silencio de nula respuesta. Golpeé la blanca madera de forma tenue rogando mentalmente que aquel sujeto no estuviera en casa, pero mis súplicas hacia una deidad fantasiosa quedó en el olvido cuando aquella manilla se giró y un desaliñado fotógrafo se dejó vislumbrar; descalzo, con el cabello húmedo, desordenado y en ligeros ropajes: Una camiseta de algodón y un pantalón de tela del mismo material mostrándome un lado diferente de aquel hombre.

—Supuse que te habías arrepentido—me miró un tanto asombrado echando sus cabellera hacia atrás en un intento vago de acomodar aquellos rebeldes hebras doradas.

—Fui primero a mi departamento. No iba a venir con las mismas e incómodas ropas del trabajo—articulé cabreado escuchando un "Uh" para nada convencido de su parte—. No tengo toda la tarde...—exclamé notoriamente cansado, viendo como el contrario deseaba por todos los medios encabronarme con aquel temple soberbio que tanto odiaba—. ¿Y, Te vas a apartar? Si quieres me voy. La verdad, sería feliz si dejásemos este jueguito infantil hasta aquí—vi como me bloqueaba la entrada a su hogar con sus brazos cruzados y una de sus cejas alzadas, dándole aquel toque altanero que tanto molestaba a mis ojos. Percibí como una sonrisa socarrona se formaba en sus labios y como éste se aproximó a mí alertando mis actos. En un rápido reflejo me intenté alejar, pero aquel sujeto se acercó levemente a mí oído derecho antes que yo pudiese hacer algo susurró:

—Me gusta... Hacerte sentir infeliz—se alejó mirando mi entrecejo fruncido y una sonrisa pletórica se adhirió en sus labios que con aquella luz tenue del pasillo los hacía lucir más rosados de lo normal.

Bufé viendo como se adentraba hacia su hogar dejando la entrada libre, para que, de igual forma yo imitara sus actos. Cerré la madera detrás de mi espalda percibiendo mí alrededor con mis orbes prácticamente desencajadas de sus órbitas, admirando aquel desastre que se montaba frente a mis narices. Cajas y más cajas inundaban la sala, muebles envueltos en plástico dispuestos de forma aleatoria sobre la cerámica, todo tal cual como fue plantado en el piso el primer día de mudanza.

—¿Esto es una broma...?—murmuré sin pensar viendo como aquel rubio se giró sobre sus talones mirándome sonriente. Aquella parecía una macabra escena de terror. Lo miré fulminante, si las miradas matasen, estaba seguro que aquel fotógrafo estaría rodeado por un charco de sangre y no por marrones cajas apiladas. Refunfuñé resignado moviéndome rápidamente para terminar con aquella tarea imposible.

No me quedó de otra más que sumergirme en aquel escombro de muebles y cajas selladas abriéndome paso entre aquel mar de cartón y plástico.

Comencé rápidamente a descubrir lo que aquellos cartones sin gracia ocultaban en su interior. Escuetamente llevaba tres cajas abiertas. Caminaba de allá para acá posicionando objetos en muebles y cajones, sintiendo, muy a mi pesar, como las horas pasaban tediosamente lentas y mi alrededor continuaba tal como había empezado. Mi rostro formó una mueca de desgano mientras suspiraba con frustración.

Despertando el pasado [Reituki]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora