— Has estado actuando un poco raro hoy, Ayano-chan. ¿Sucede algo?
Kokona estaba frente a la azabache, clavando sus ojos púrpura en el rostro de la joven, tratando de llamar su atención. Era la hora del segundo receso, y las chicas estaban esperando a Ayano para irse a comer juntas en la azotea.
— ¿Eh? —Ayano volvió a la realidad, notando la cara de preocupación de la chica— No, nada...
— ¿Segura? Parecía que estabas murmurando algo...
La pelinegra abrió los ojos grande, entrando en pánico. ¿Qué había dicho?
— A-ah, ¿en serio? No... no dije nada raro, ¿verdad? —preguntó Ayano, temerosa de que sus planes se vinieran abajo.
— No escuché bien. —Kokona se encogió de hombros, y observó de reojo a las demás, quienes estaban asomadas desde la puerta para ver qué sucedía— ¿Vienes?
La joven asintió, e inmediatamente se levantó de su asiento y tomó su caja de bento entre sus manos, acercándose a las demás y yéndose con ellas a la azotea, sin percatarse de la ausencia de la pelimorada.
Kokona se quedó pensando, mirando sus pies y perdiéndose en el cuero de sus zapatos. En realidad, le había mentido a Ayano. Había escuchado todo, cada palabra, cada susurro. «Ese chico debe aprender la lección, o sino le irá peor...». Esas habían sido las exactas palabras de la azabache. Y no fue lo que dijo, sino el tono que tenía cuando lo enunció. Era aterrador, grave y conciso, como si estuviera sedienta de algo que la pelimorada no alcanzaba a comprender. De inmediato supo que no debía decirle, y se quedó callada. Pero ahora tenía miedo de Ayano. Tal vez, cuando se diera la ocasión, iría a su casa para saber que se traía entre manos. Pero ese no era el momento. Ahora necesitaba comer, y rápido.
Corrió hacia donde se encontraban las demás, y, no sabía exactamente por qué, pero sintió que la azabache la estuvo observando todo el receso, mandándole escalofríos a la espalda e infundiendo miedo en ella. La pelimorada no hizo nada más que pensar: «Debería tener cuidado con Ayano de ahora en adelante».
-o-
Las horas pasaban lento, demasiado lento para su gusto. Su estómago no paraba de dolerle y su garganta se encontraba terriblemente seca, ardiéndole a cada rato que tragaba la poca saliva que su cuerpo estaba produciendo. Ayano se había ido a la escuela y lo había dejado sin comer, como si quisiera matarlo de hambre. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que la chica se fue, y eso lo estaba volviendo loco. Sentirse desconectado del mundo era lo peor, no sabía qué sucedía, y si por lo menos alguien se daba cuenta de su ausencia.
«Voy a morir aquí —pensó el pelinegro—. Voy a morir aquí, loco y hambriento».
Sintió como su estómago gruñía por quinta vez, recordándole su mísero estado. Quería salir de ahí desesperadamente, poder moverse y sentir la brisa en su nuca, porque comenzaba a sentir que las paredes de su alrededor estaban acercándose más y más, dejándolo falto de aire. Se sentía perdido y desconsolado. Sólo quería cerrar los ojos y desaparecer de allí, pero sabía que eso no era posible. La única que podía sacarlo era la azabache, pero era más que obvio que no lo haría; si fuera por ella, lo mantenía cautivo por siempre.
A causa de todo lo que había ocurrido en esas 48 horas, la adrenalina le había hecho olvidar a su cuerpo lo cansado que estaba, por lo que cuando lo recordó, sintió como si le hubieran golpeado la cabeza, dejándolo noqueado y mareado. El sueño no se hizo esperar, en cuanto el pelinegro se recostó en el suelo, los párpados bajaron súbitamente, sumiéndolo en la oscuridad.
En ese momento, no le importó nada a su alrededor, ni siquiera las cadenas que lo mantenían atado a la pared. Sólo quería paz...
Cuando abrió los ojos de nuevo, vio una bandeja con comida frente a él, con una nota al lado. Se sintió tentado a abalanzarse sobre la comida pero se contuvo. Tomó la nota, sintiendo la textura del papel en sus dedos, percatándose de la letra cursiva que estaba elaborada cuidadosamente con alguna pluma, diciendo lo siguiente:
«Si está leyendo esto, significa que ya despertaste. Te dejé comida para compensarte lo de hoy, sé que te estabas muriendo de hambre. Lo hice yo, así que consíderate afortunado, no siempre cocino para las personas. En fin, disfruta.
-A.»
Budo estaba sorprendido por los cambios repentinos de humor de la chica: primero era agresiva con él, y después linda, ¿qué pasaba? Cerró la nota y detalló el platillo que tenía frente a él: un gran bol de ramen recién hecho, humeando por lo caliente que estaba. Sin pensarlo dos veces, tomó el bol y comió directo de ahí, pues se encontraba tan desesperado por tomar bocado que sentía que no tenía tiempo de agarrar los palillos. Se quemó un poco los labios, pero no importaba, sólo quería que algo le entrara al estómago. Cuando terminó, dejó el bol en la bandeja y se arrinconó en una esquina, cual gato asustado.
¿Cuanto tiempo había pasado desde que se quedó dormido?
Escuchó que alguien bajaba las escaleras, y supuso que se trataba de la azabache, que, en efecto, era la que regresaba al sótano recoger la bandeja de comida. Se quedaron viendo por unos segundos, una mirada que enlazaba sentimientos tales como la curiosidad y el miedo por parte de los dos. Para la sorpresa del chico, ambos no eran tan diferentes después de todo. Rápidamente apartaron los ojos; Ayano sonrojándose y Budo conteniéndose de pensar siquiera en hablarle. Aunque tenía curiosidad, tenía curiosidad de quién era aquella chica, quería saber su nombre sobre todo, porque los nombres tenían una magia oculta; podían ocultar significados y mensajes sólo en unas cuantas letras. Sonaba exagerado, pero así lo sentía.
No pudo contenerse, quería saber si podía llamarla de otra forma, además de "chica". Su mente deseaba saberlo.
— ¿Cómo...? ¿Cómo te llamas? —musitó el pelinegro.
— Aishi. —Las comisuras de los labios del chico temblaron un poco— Es mi apellido.
Las esperanzas que tenía el muchacho se vinieron abajo cuando escuchó eso último. Ayano lo notó y le regaló una sonrisa ladina al pelinegro.
— Cuando nos vimos en la heladería, hiciste lo mismo. Estamos a mano ahora. —Dijo la muchacha, levantándose y llevándose la bandeja consigo, dejando al chico desolado en su miseria.
Una miseria que pesaba en los hombros de la azabache.
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ESTOCOLMO 「 Ayando」(2018)
Fanfiction«- Esa chica no es lo que parece...» ✨Hermosa portada hecha por @SE0ULRAIN✨