Estaba paranoico, no podía dormir. Aquel encuentro con la misteriosa mujer lo había dejado con miedo de cerrar los ojos; temía que ella volviera y se desquitara con él. Desde esa noche, se presentaba a su trabajo con grandes ojeras y un pésimo genio. Casi le había gritado a un cliente porque no se apresuraba en elegir un sabor de helado. No sabía qué hacer, estaba desconsolado; si seguía trasnochando así, pronto se quedaría sin trabajo y sin hogar.
Acurrucado en su cama, con las sábanas en los pies, observó el techo. Las grietas del techo se notaban más, y de vez en cuando, un pedazo del material del que estaba hecho le caía en el rostro, amenazando con picarle los ojos. Su departamento era un horror, pero lo consideraba mejor que vivir entre la basura.
Notó un ligero movimiento de las cortinas, y sus ojos se posaron de inmediato en la ventana. No había nada, pero él creía que estaba al borde de la locura; la oscuridad de fuera se transformaba en siluetas tenebrosas que amenazaban con atacarlo en cuanto cerrara los ojos. Comenzó a respirar ruidosamente y a agitarse; quería apartar la mirada, pero a la vez no podía. Sudor frío recorrió sus manos y su rostro; tenía miedo. Creyó escuchar un susurro en su oído, un aliento tibio que había envuelto su oreja. Abrió grande los ojos, temblando de miedo. ¿Y si la mujer había vuelto por él? ¿Y si le hacía algo? ¿Y si lo mataba? Las lágrimas comenzaron a brotar descontroladamente de sus ojos, y, con todo el valor que podía reunir en ese momento, volvió su mirada, para encontrarse con el vacío de la habitación.
Soltó un gran suspiro de alivio, mordiéndose el labio mientras dejaba escapar las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos. ¿Cómo había llegado a tal estado?
Recordó sus años de preparatoria, cuando era considerado el más fuerte y valiente de todos, admirado por casi media escuela. Él, en aquel entonces, era feliz. Pero ahora... ahora era lo contrario a todo eso. Era cobarde.
Era miedoso. Era rencoroso. Se odiaba por eso.Se echó a llorar, y no por el miedo, sino por la frustración. Frustración porque no era la persona que había soñado ser. Frustración porque era miserable. Frustración por todo.
No todo va como quieres, se dijo. Cuando se calmó un poco, se levantó, dirigiéndose hacia el pequeño baño que poseía su apartamento. Se apoyó en el lavamanos, observándose en el espejo.
«Pasé de ser un héroe a un perdedor.»
Suspiró y rio irónicamente. No podía seguir así. No podía seguir siendo un cobarde. No más, pensó. Pero entonces sus palabras fueron devueltas, pues al escuchar el chirrido de la puerta, el pelinegro se sobresaltó.
Volteó con precaución, temiendo que allí estuviera la chica de la última vez. No quería problemas con ella, y no quería problemas con la policía de nuevo.
Pero para su desgracia, se trataba de aquella figura esbelta, justo atrás de él, penetrando su alma con aquellos ojos oscuros.
El chico mantuvo un grito ahogado, y sintió que su corazón se detuvo por un momento, dominado por el susto y el terror. No se movió, su mente estaba congelada. Sólo podía cuestionarse cómo había podido entrar allí otra vez. ¿Cómo? ¿Cómo? Sintió que no podía respirar, no recordaba cómo hacerlo.
La chica que estaba detrás de él sólo dejó escapar una pequeña risilla, como si se estuviera burlando de él. De aquel patético joven que no podía ni defenderse a sí mismo por estar muerto de miedo.
Budo estaba congelado, y aquella desconocida no sabía qué decir. Sólo fue cuestión de tiempo para que el asustado pelinegro articulara algo coherente.
— ¿Quién...? ¿Quién eres y qué es lo quieres? —preguntó.
La silueta no dijo nada.
— ¡¿Quién eres, por un demonio?! —estalló el muchacho, dominado por el estrés.
— Tú no... No debes saberlo —dijo la mujer. El tono con el que habló parecía como si la voz perteneciera a una colegiala— Aún no.
Budo pensó que ya había escuchado esa voz antes, pero no recordaba donde. Sus músculos se relajaron un poco, pues tal vez se tratara de alguien a quien ya le había visto la cara anteriormente.
— Tu voz... —balbuceó el chico, recordando.
Recordando...
Y entonces supo. Aquella voz pertenecía a la chica de preparatoria que le había preguntado su nombre días antes.
— ¿Qué hay con mi voz? —inquirió la silueta, atemorizada.
— ¡Tú eres la chica que me preguntó mi nombre!
Ayano dejó ir un suspiro de frustración. La había descubierto.
—Ahm... yo...
— Dios mío —rio el joven— ¿Me desquité con varios clientes por el temor que me causaste tú? Soy patético. ¡Patético!
Budo se echó en la esquina, ocultándose de Ayano. No quería verla, pues entonces se sentiría más miserable de lo que ya era.
La azabache bajó la mirada, apenada. Tampoco quería mirarlo a él, no quería ver que su plan había fracasado. Ahora ya no podría acercársele de nuevo. Él la reportaría a la policía en cualquier momento, y su cara estaría en periódicos, en carteles, en vídeos... Su vida se convertiría en un infierno, todo porque no supo cómo manejar su primer amor.
Pero todo eso era sólo si la reportaba.
Si es que... llegaba a hacerlo.Recordó la jeringa que tenía escondida en el zapato, llena de sedante, con una dosis tan fuerte cono para que durmiera por unos cuantos días. Sabía cómo administrar aquella dosis tan grande, pues había estado prestando atención a las clases de biología.
«No quiero hacerte daño...», pensó Ayano, como si pudiera comunicarse con el pelinegro telepáticamente.
Se quitó el zapato lenta y cuidadosamente para que el muchacho no se diera cuenta, y saco el objeto punzante, goteando un poco del líquido blanquecino.
«En el amor y en la guerra todo se vale... ¿cierto?»
Budo aun seguía hecho una bola en la esquina del baño, sin idea de lo que estaba haciendo la azabache. Lo cual, por cierto, fue un gran error.
La chica se acercó a él con cuidado, localizando el punto donde inyectaría todo. Sonrió grande cuando lo encontró, y cuando estaba acercando la jeringa, el muchacho alzó la vista.
— ¿Qué es lo que estás haciendo? —preguntó, extrañado que aquella mujer estaba tan cerca de él.
— No quería lastimarte, pero no me dejaste opción.
— ¿Qué es lo que...?
Ayano había introducido la aguja, dejando el líquido fluir en las venas de aquel joven, proporcionándole un dolor que parecía durar horas. Budo trató de remover la jeringa, pero se sentía pesado, como si sus extremidades estuvieran hechas de ladrillos. De pronto sintió como perdía el control de cada uno de sus sentidos, con la vista distorsionada, los oídos tapados, la boca seca...
Lo último que vio antes de caer al suelo fue la sonrisa macabra de la chica, y después...
Nada.
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ESTOCOLMO 「 Ayando」(2018)
Fiksi Penggemar«- Esa chica no es lo que parece...» ✨Hermosa portada hecha por @SE0ULRAIN✨