Capítulo 5

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Durante los siguientes seis días *___* descubrió que convivir con Jooheon era fácil… siempre y cuando le dejara salirse con la suya. Le daba rabia su actitud autoritaria y las estratagemas que empleaba con el fin de dominar todas las situaciones, pero no podía negar que era un hombre generoso, hasta el punto de que habían tenido varias discusiones y rabietas por todo el dinero que se gastaba en ella: ropa, un portátil, un iPhone, un iPod, un iPad… A Jooheon le encantaba todo lo que empezara por «i», y compraba todo lo que consideraba esencial para el bienestar de *___*. Ella se había armado de paciencia y había intentado explicarle más de una vez que ya vivía bien antes de tener todas esas cosas, pero Jooheon se limitaba a responder con gruñidos y no tardaba en aparecer con otro artículo que a él le parecía imprescindible y a ella, innecesario.

La única batalla que *___* había ganado era que no le comprara un coche.
Se había negado en redondo y había insistido en que prefería coger el autobús. En realidad, esa batalla tampoco la había ganado, pues la única razón por la que Jooheon había cedido en esta discusión era que su chófer (un hombre encantador que se llamaba James) la llevaba y la recogía de las clases y las prácticas todos los días. A pesar de que James estaba a disposición de Jooheon a cualquier hora este iba cada mañana a la oficina en un Bugatti Veyron. La primera vez que *___* vio aquel coche tan elegante y lujoso casi se atraganta. Estaba impresionada porque hasta entonces solo lo había contemplado en fotos, pero Jooheon se limitó a encogerse de hombros y a comentarle que Changkyun tenía otro, pero que el de Changkyun era más nuevo, un dato que parecía irritarle. *_____* puso los ojos en blanco y se marchó. En el fondo era como un niño…, solo que tenía más dinero —mucho más dinero — y que sus juguetes eran muchísimo más caros.

El sábado a primera hora Nina (otra empleada de la casa que le había caído bien a *___* desde el primer momento) le trajo ropa nueva. La asistente personal de Jooheon no venía sola, sino acompañada de una fila de hombres que cargaban con bolsas y más bolsas de ropa que obviamente no habían sacado de un Walmart ni de ningún hipermercado del estilo.
Llenaron un vestidor entero con aquellas prendas de diseño que *___* seguramente no se pondría en la vida. Por el amor de Dios, ¡hasta los vaqueros eran de un diseñador de renombre! Todas las prendas le quedaban como un guante. Jooheon había sacado la ropa manchada de su mochila para ver qué talla tenía. El incidente de la ropa fue el primero de muchos episodios en los que *___* se dio cuenta de que Jooheon siempre hacía todo a lo grande.
Al ver el dinero que había transferido a su cuenta corriente se negó en redondo. ¿De dónde diablos habría sacado el número de su cuenta? Una vez más Jooheon se limitó a encogerse de hombros y a pedirle que le avisara cuando necesitara financiación adicional. ¿Financiación adicional? ¡Le había hecho una transferencia de cien mil dólares! Cuando *___* consultó el remanente de su cuenta casi le da un paro cardiaco. Hasta ese momento su saldo solía ocupar un solo dígito y, de pronto, aquella cuenta se había convertido en una fuente inagotable de dinero. ¿Cómo iba a gastar nadie tanta pasta en unos pocos meses? *___* intentó devolverle la mayor parte del dinero porque tener tal cantidad en su cuenta la abrumaba un poco y sus necesidades, que eran muy básicas, ya estaban más que cubiertas gracias a su particular rey mago. Jooheon masculló algún juramento, murmuró algo de que era una cabezota e hizo caso omiso de su petición. Ella acabó poniendo el grito en el cielo y marchándose resignada, cuchicheando algo sobre un hombre arrogante y terco. Al salir de la habitación oyó una risita sofocada, pero se resistió a echar la vista atrás para comprobar si Jooheon estaba sonriendo.

En realidad le alegraba que por lo menos se lo pasara bien con ella, porque era incapaz de encontrar algo en lo que echarle una mano, y la mayor parte del tiempo se sentía culpable por aprovecharse de su generosidad.
Como las limpiadoras venían una vez a la semana, lo único que podía hacer *___* era cocinar y disponía de tiempo de sobra para realizar esa tarea. Aunque preparar platos y postres era prácticamente lo único en lo que podía ayudar, cada vez que le hacía la cena Jooheon reaccionaba como si hubiera llevado a cabo un gran esfuerzo equiparable a salvarle la vida. Al parecer él jamás cocinaba y, cuando estaba en casa, sobrevivía a base de sándwiches, pues nunca había querido contratar a un cocinero a tiempo completo. Nina se ocupaba de comprar la comida, una tarea de la que ahora, para gran alivio de su asistente personal, se encargaba *___*. Nina estaba harta de recibir semana tras semana la misma lista de la compra, que limitaba la dieta de Jooheon a comidas preparadas y bocadillos. La diminuta mujer, que debía rondar los sesenta años pero que se conservaba muy bien, había exclamado entusiasmada «¡Aleluya, por fin, comerá como Dios manda!», y le había entregado a *___* la lista de la compra.

la obsesión de un Millonario ✔ TERMINADA ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora