Durante el periodo de 3 años, Hugo se empeñó en enviarme cartas cada vez que se le presentaba la ocasión. Cartas a las que nunca contesté.
Sus párrafos poseían ese deje himnótico tan suyo, que impedía que me deshiciera de ellas abandonándolas a su suerte.
Cada vez que recibía una carta de Hugo, guardaba el sobre sin abrir en el segundo cajón de mi escritorio. Y me prohibía a mí misma abrirla.
Pero no importaba el empeño que le pusiera: siempre acababa abriendo sus cartas, por la noche. Y las releía dos o tres veces, saboreando cada palabra.
Nunca me planteé contestarlas. Salvo con su última carta.
Esa era la más especial para mí. Estaba llena de sentimientos que Hugo había sabido plasmar de manera casi mágica en un papel. El modo con el que manejaba las palabras me provocaba horas de reflexión, que siempre acababan con un "le voy a contestar".
Y he empezado miles de cartas, sin conseguir acabar ninguna. No consigo expresar lo que siento, las palabras no me salen.
Antes no era así.
De hecho, hubo un tiempo en el que estaba convencida de que escribir era lo mío.
Pero ya no.
Es como en el caso de los músicos; a veces llega el momento en el que las notas empiezan a sonar desafinadas y una canción que has cantado durante años, ya no suena igual.
Porque sí, he cambiado. Es lo que hace el dolor en las personas. Las cambia. Las vuelve frías, desconfiadas.
Me llamo Alba Mullier, y esta es la historia de lo que ocurrió un verano, hace 7 años.
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Querida Alba...
Novela Juvenil"Las grises calles de Londres son ahora las dueñas de tu recuerdo. Los charcos parecen reflejar tus ojos, aún llenos de ilusión y de vida. Pero ese espejismo dura tan solo unos instantes, hasta que observo que no es tu rostro el que se refleja; es e...