Capítulo 1 La cacería de luna llena

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El marido tomó impulso y estampó su palma en la mejilla de su pobre mujer que cayó al suelo con un golpe seco, lágrimas nublaron su vista y se contuvo para no emitir sonido de llanto. El hombre se tambaleó hasta que con manos torpes cogió la botella de whisky y bebió un gran trago.

- Maldita zorra ... - arrastró las palabras como evidencia de su ebriedad - todo el día en esta posilga... ¡¿Y no puedes tener la comida bien hecha?!

Ella trato de incorporarse mientras decía.

- N-no había leña suficien-

-¡¿Y porque demonios no me dices?! - dió otro trago -

Ella lo miró con ojos suplicantes y trató de ser lo más prudente posible.

- T-te lo dije ayer, pero t- otro golpe impacto en su mejilla y volvió a caer.

- ¡No sirves para nada¡ ¡Nada¡ - rugió escupiendo a la pobre mujer que temblaba.

Al otro lado de la puerta un par de ojos esmeralda veían la escena con terror, quería entrar hay y ser un escudo humano entre su padre y su madre. Pero sabía que eso solo empeoraría las cosas.

- ¡Ni si quiera pudiste parir un varón! ¡Me diste una mujer! ¡Una maldita mujer! - dió un último trago y lanzó la botella que se hizo añicos contra la pared - sólo Dios sabe porque me castigo con una esposa tan inútil.

Le dolía, cada palabra, cada oración. Las palabras eran peor que los golpes que le daban cuando se portaba mal. La piel sana, pero el corazón no. Esos ojos dejaron salir una tras otra lágrima pero sin hacer ruido.

Doce años después

Un aullido se hoyo a lo lejos y un joven vestido con pieles de lobo entró danzando y gruñendo a todos los pueblerinos que hay se encontraban. Ellos le respondían con gritos de odio y oraciones en latín, empujones y lamentos fingidos. El joven tenía una capa de lodo en todo el cuerpo que ce cubría la poca piel que estaba expuesta, se movía de adelante hacia atrás, de un lado a otro como si de un animal rabioso y herido se tratara. Los que a su alrededor estaban vestían de negro y las mujeres llevaban cubierta la cara por un velo. Sumándole a eso las pocas antorchas que hay estaba la escena era una mescla de sonido y movimientos extraño y bisarros, era lo que más tarde llegarían a llamar fiestas paganas.

El Druida mayor apareció con su vestimenta para la ocasión con el cayado que era el símbolo de su autoridad. El joven se presentó frente a él y todos guardaron silencio. El druida comenzó con el ritual de la caería.

Entre la multitud un par de ojos esmeralda veían atentamente aquel espectaculo. Desde que tenía uso de razón había presenciado el mismo acto canónico que año tras año se llevaba a cabo, sabía cuáles eran los rezos, los elementos que se necesitaban y hasta la preparación con pigmentos para hacer la marca de la luna en su frente para la protección de nuestra divinidad. Lo único que cambiaba era el joven que vestía las pieles, pero este año había dos cosas distintas.

Era un chico nuevo y era su prometido.

Era un arreglo al que su padre había llegado para evitar que le quitaran lo poco que quedaba de su hogar ya que desde hacía tiempo los leñadores no volvían del bosque si se adentraban mucho, no habría problema si el tipo de madera que necesitaban estaba en la profundidad del bosque y solo árboles frágiles y jóvenes en las orillas. Su patrón amenazó con matarlos a ambos o venderlos como esclavos si no pagaban la deuda que tenían, por si fuera poco cinco familias más tenían el mismo problema y todas ofrecieron a sus hijas para complacer las bajas pasiones de Darío, pero en ves de eso le propuso a su hijo mayor escoger de entre las doncellas una esposa o amante, cualquiera que hubiera sido no había mucha diferencia.

Al final fue Marcela a quien iba a tomar como esposa y así fue como terminó atada a un chico que aprendas y sabía su nombre. Le parecía irónico como su padre se lamentaba de haber tenido únicamente una mujer como hija y ahora ese "error" era el que lo estaba salvando de un destino terrible.

Por lo menos agradecía que su prometido fuera un chico... Decente, a lo que todos contaban en el pueblo era un excelente partido, trabajador, responsable y un líder nato, sin embargo demostraba muy poco interés en su presencia, apenas le diría la palabra y en las fiestas de cosecha prefería la compañía de sus amigos a pasar un tiempo con ella. Marcela prefería mil veces la indiferencia de Aaron a que la tratara como a un perro no deseado.

Cuando el rito hubo terminado, Aaron tomó una de las antorchas y la lanzó a la base de la madera que encendió en una enorme fogata. Todos gritaron y la fiesta comenzó.

Marcela fue de inmediato a una choza donde su prometido la esperaba. Ella debía limpiarle y prepararlo para la fiesta, parte de la tradición ya que como futura mujer y esposa debía atender y servir a su marido a cualquier hora y de cualquier manera. Lo miró de cuerpo completo, era la primera vez que veía a su prometido tan cerca y debía admitirlo, era guapo. Tenía el físico de un leñador, brazos fuertes, espalda ancha y una maraña de cabello castaño que le caía rebelde sobre su rostro.

Pasó saliva y con manos temblorosas le quitó las pieles para dejarlas sobre una cama improbisada de paja, tomó el paño y lo humedecio para proceder a limpiar la capa de lodo. Descubrió bajo esa suciedad una piel blanquecina y áspera, comenzó por el cuello, paso a los brazos, siguió en el abdomen y por último sus miembros inferiores. En todo el tiempo el no dijo una sola palabra, Marcela tampoco. Era tanta la tensión entre ambos que casi podía tocarse en el aire, ni si quiera el sonido de sus respiraciones se escuchaba, sólo el agua al ser exprimida. Cuando hubo acabado con aquella labor, tomó la ropa que estaba sobre un banco para vestirlo.

Su corazón dió un vuelco cuando lo tuvo a escasos centímetros de distancia.

No supo como pudo levantarse e ir hasta donde ella estaba sin hacer ruido. Se tambaleó cuando la sujetó de los hombros y la hizo retroceder hasta que se tropezó con la esquina de la cama. Sostuvo su peso sobre sus codos y sus mejillas se enrojecieron cuando Aaron cubrió su pequeña figura con su inmenso cuerpo. Se sintió la cosa más pequeña bajo su prometido.

Estaba asustada.

Sabía lo que iba a pasar, estaba muy asustada y confundida, no sabía que hacer o cómo actuar. Tenía miedo de hacer algo que molestara a Aaron y la reprendiera. Así que solo intento mantenerse relajada y pensar en otra cosa que no fueran las manos de su prometido hacer intromisión bajo su vestido. Su tanto fue ageno y extraño, pero hizo uso de todo su autocontrol para no correrle las manos, el sólo siguió con su labor exploratoria, disfrutaba de la suave y pálida piel de Marcela.

El vestido fue subiendo hasta sus caderas, dejando al descubierto su lencería que solo era una pequeña prenda que cubría su entrepierna y se sujetaba de su cadera. Aaron movió a su prometida de tal manera que sus piernas quedaron a los costados de su cuerpo y sus intimidades a escasos milímetros. Comenzó a liberar su masculinidad ya despierta.

Marcela cerro los ojos con fuerza, sólo esperando a que todo esto pasara y haría como si nada hubiera pasado, además era parte de la tradición que el hombre probará a la mujer para saber si era la correcta.

Un grito se escuchó a lo lejos.

Aullidos le siguieron.

Ambos chicos se miraron, el con los ojos oscurecidos y ella con terror.

Los lobos habían llegado.

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