Capítulo 2 Marcada

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Era un caos.

Las mujeres corrían de un lado al otro en busca de refugio, los hombres salían con sus hachas y machetes para defenderse de los atacantes. Yo solo vi a Aaron salir de la choza y gritarles instrucciones a los hombres. Me apresure a acomodar mi vestido y atrancar la puerta, mi corazón bombeaba sangre y no por la situación de hace unos segundos sino por lo que se avecinaba. Tomo un pequeño cuchillo que reposaba al lado del cantaro y me voy a la esquina más recóndita de la choza.

Mis manos temblaban, estaba aterrada.

Había visto las consecuencias de las noches como estas, sabía todas las muertes y heridos que dejaba, sabía el daño y caos que había en el pueblo y las pérdidas materiales que dejaban a su paso. Una ves de niña había ocurrido este tipo de ataques, tenía siete años y para alguien de esa edad ver un sinfín de cadáveres y destrucción dejaron a su paso esas bestias salvajes fue lo más impactante. Pero eso no era la parte más aterradora del asunto, lo peor era saber el motivo de estos ataques tan caóticos.

Venían por las mujeres.

Jamás hemos sabido que la hacen a las pobres muchachas, sólo que una vez que se iban, jamás regresaban. Muchos decían que era para hacerlas sus mujeres, otros que las utilizaban para sus rituales paganos.

De repente hubo mucho silencio, sólo la brisa nocturna se escuchaba, podía ver entre los huevos de la madera a todos los hombres que esperaban en una pocision estrategica listos para atacar. Gruñidos de todos lados se oían, como si fueran cientos de ellos. Los hombres trataban de agudizar su oído y esperaban el ataque. De entre la obscuridad una figura de pelaje negro salió y atacó a un pobre que se descuido por unos instantes, lobos salieron de todos lados y los hombres se fueron contra ellos. Aullidos, gritos y carne desgarrarse. Sangre y muerte de ambos lados. Era una batalla de especies.

Pude ver un lobo caer al suelo y a un Aaron furioso clavar un hacha en su cabeza y terminar con su vida, no tuvo tiempo de mirar cuando otro de ellos se le lanzó.

La puerta se hizo añicos y un lobo entró con un hombre entre su poderosa mandíbula. La sangre salpicó todo el lugar y un grito de terror salió de lo más profundo de mi ser al ver el rostro inserte del señor Darío. El animal me miró y un sudor helado me recorrió la espalda al ver unos ojos casi blancos, una mirada tan gélida y fija que por inercia retrocedi hasta dar con la pared. Sus movimientos parecían calculados de un lado al otro.

Me estaba asechando.

Lágrimas de pánico resbalaban por mis mejillas y la distancia cada ves era menos. No podía parar mis temblores, tampoco mis gritos, todo en mi era un desastre, quería huir muy mejos de hay o despertar de esta pesadilla. Tiro una mordida y de un salto termine en el suelo, me arrastre hasta topar con otra pared. El lobo me miraba y mostraba sus colmillos en una señal de amenaza. Tanteo el suelo y lo primero que siento se lo lanzo y salgo huyendo de hay.

-¡AYUDA! ! AUXILIO! - gritaba a cualquiera que pudiera ayudarme y corría todo lo que podía.

Mi sangre iba a una velocidad increíble por mi cuerpo, casi sentía que podía volar y saltaba todo lo que se me atravesará con facilidad. Tenía que huir, ponerme a sal...

***

La joven calló al suelo y dió vueltas sin control, unas garras la detuvieron y comenzaron a rasgar su vestido. Marcela chillaba y pataleaba desesperada pero no le importaba en lo absoluto a la bestia que de a poco iba disminuyendo su forma a la de un hombre. Marcela vió aquello estupefacta ¿Cómo podía ser posible aquello? Forcejeo aún más hasta que su agresor la sometió bajo su peso. Una mano áspera hizo intromisión bajo sus prendas mientras que la otra sujetaba sus muñecas sobre su cabeza. Marcela escupió en el rostro de aquel joven que la miró con rabia, tomó su cabello y la espampo en el suelo. Todo le daba vueltas y su vista se nublo, el aprovecho y desgarró de un sólo tirón el vestido de la joven, ella quiso cubrirse pero sus manos fueron sujetadas en la pocision anterior.

Grito de dolor.

Mordió su labio inferior hasta que saboreo su sangre. Poco le importo y siguio con sus embestidas, gruñía y jadeaba más anunciando su liberación, sus colmillos salieron y mordieron el hombro de Marcela que volvió a gritar. Su perpetrador lamió la sangre y soltó un largo y profundo aullido.

Una piel tan blanca como la nieve y una cicatriz fue lo único que vio antes de caer inconveniente.

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