Primer día.

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Me levanto con la poca luz que ofrece este día. A mí no me despierta los rayos calurosos del sol. Lo único que me ayuda a levantarme de esta cama es un irritante, insoportable y de cualquier otra forma que se pueda llamar al reloj.

Cómo extraño vivir en el campo con mis padres. Donde sólo veías el cielo azul todo el tiempo y las bonitas estrellas al anochecer. Como me hubiera gustado seguir en ese lugar tan seguro. Donde lo único que hacía era estudiar. Salir con mis amigos. Ayudarle a mis padres con el ganado y a Emily, mi hermanita. Con su estudio en la primaria. Era una rutina, lo sé. Pero me sentía bien, me sentía acogida por mi familia
Por mi hermanita y por los animales.

La cama está desocupada, como raro. Es algo común en esta casa. Es el pasatiempo de mi esposo, si es que a esa clase de animal puedo llamar esposo.
Trago grueso cuando siento mis ojos llenarse de lágrimas y limpio bruscamente mi mejilla por si alguna   ha caído.

No más, Ross.

Mi mente divaga mientras miro el mueble a mi derecha totalmente dañado, lleno de astillas abiertas y una lámpara que ya no funciona.

Me dirijo hacia la cocina esperando con mucha suerte que él no esté ahí. Ni siquiera se merece ser llamado por su nombre. El no merece ningún trato bueno de mi parte.

Agradezco y chillo con sorpresa cuando no lo veo por ninguna parte. Ahora debo mirar si la camisa que limpié con tanto esfuerzo la noche anterior ha secado.
Aplicó betún a mis zapatos de tacón. Planchó mi falda que debo llevar pegada al cuerpo y busco en mi cajón una ropa interior que me haga sentir decente. Primer día de trabajo. Le agradecí mucho a Dios por haberme permitido el honor de ser una de las secretarias del jefe. Creo que tuve una buena referencia en mi hoja de vida. Eso debió haberle impresionado.

Me baño, quitando cada suciedad de mi cuerpo. Tratando de no gastar mucho jabón. Nuestra economía no nos ayuda mucho. Pero con este trabajo empezaré a comprar cosas para mí. Como las medias veladas. Algún labial que haga juego con mi cabello rojizo. Quizás un rojo.

Río por lo bajo notando mi forma de hablarme a mi misma. Sé que merezco mejores cosas. Otras camisas para el trabajo. Algo para comer y una nueva falda. Alguna moña para recojer mi cabello, pero ni para eso alcanza el dinero.

Hoy quiero llegar y verme diferente. Como si de verdad me importará el trabajo. Y es que hablando sinceramente, es algo que me importa.

Me seco y coloco mi ropa lista y planchada como se debe. Si algo me enseñó mi mamá cuando vivía en el campo era que podíamos no tener mucho dinero, pero nunca debemos ir mal arreglados. Es un dilema que me ha perseguido a lo largo de mi vida.

Tomó mi bolso y una chaqueta porque a esta hora del día el frío se apodera de las calles y la niebla no colabora mucho con la ropa que llevo puesta.

Tomó un bus con el dinero que debería usar para comer y lo pago. Cuando llegó veo la gran empresa frente a mí.

Es una empresa de correos y la maneja un señor muy joven. O eso me comentaron la última vez que fui. Todas las mujeres cuchichean cuando yo entro.

Sé que mi cabello no está en el mejor de los aspectos, pero trato de verme lo más presentable que puedo. Agachó mi cabeza, ¿Por qué me siento avergonzada por mi manera de vestir?, ¿Por qué me apenó por esto?  Yo era una mujer fuerte y con carácter. De un momento a otro todo se fue a lo profundo de la baja autoestima.

Me chocó con una mujer que riega una bebida caliente sobre mi chaqueta. Menos mal no fue en mi ropa de trabajo.

- Lo siento, de verdad - Me mira con tristeza y yo sonrío de una forma simpática. Si algo he aprendido es a nunca ser grosera - Vamos al baño a limpiar tu chaqueta.

Golpe tras golpe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora