Caleb observó cómo Rachel subía la escalinata y cargaba el arma con habilidad.
-¡Colócate en la popa!—le gritó.
La joven obedeció y Caleb volvió a mirar el panel de control a su izquierda, y jaló una gran palanca.
De inmediato, una serie de mecanismos comenzaron a moverse, las ruedas dentadas y las cadenas comenzaron a girar y una pequeña sección de la parte trasera del casco comenzó a separarse, dejando al descubierto una pequeña plataforma de disparo.
-¿Lista?—preguntó Caleb mientras volvía a girar la cabeza.
-Lista, espero que tu maravilloso plan funcione.
-Bien, ¿tienes buena puntería?
-Quizá…
-Ok, eso bastará, ahora en aproximadamente treinta segundos, el Azote aparecerá a un costado nuestro, completamente al descubierto.
-Muy bien, ¿a qué debo dispararle?—preguntó Rachel ansiosa.
-Junto al motor de estribor, ubica una pequeña válvula que conduce el vapor y hace girar el motor.
-¿Debo dispararle? ¿No está cubierta siempre?
-Cabe la casualidad que en esta nave no. —Caleb dijo con una sonrisa maliciosa y miró su reloj de pulsera.
-¡Quince segundos! ¡Cuando dispares, entra a la nave lo más rápido que puedas!
Rachel apuntaba a las nubes, sin rastro alguno de la nave.
-¡Diez segundos! ¡Solo hay una oportunidad! ¡No falles!—le animaba Caleb desde el timón, al frente.
La lluvia golpeaba con fuerza y no dejaba ver bien. Mojaba y humedecía todo.
-¡Cinco segundos!—Rachel redujo su ritmo respiratorio y se concentró lo más que pudo.
-¡Tres!
Sólo dos más. Su corazón estaba tranquilo y sus manos completamente firmes.
-¡Dos!
Colocó su dedo en el gatillo
-¡Uno!—grito Caleb, y al instante la inmensa aeronave salió de las nubes y se colocó a una corta distancia encima de ellos, a estribor.
“Maldita sea, tenía razón” alcanzó a pensar.
Luego un disparo surcó los aires. El retroceso la tumbó.
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SKYLAND
Science-FictionDespués de que la Era Industrial consumiera los limitados recursos que teníamos, ocurrió el Cataclismo. Despojados de nuestras gloriosas ciudades y con un páramo muerto como herencia, sobrevivimos. Y con los despojos de las máquinas huimos al único...