Capítulo Tres

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"Ayer maravilla fui, Llorona y

hoy ni sombra soy".

-La Llorona.

       Hoy.

      ―Mañana empezaremos la clase hablando sobre el libro Clases De Literatura de Julio Cortázar. Les sugiero que comiencen a hacer sus investigaciones sobre el libro y que sean lo más prudentes posible.
      El profesor Justin Bieber habla seriamente hacia su clase. Nadie se atrevía a desafiarlo, era algo que simplemente nadie podía permitirse hacer., sería como echarse la soga al cuello y ver su carrera académica acabada. Simplemente inaudito. 
      ―Profesor, ¿podríamos trabajar en equipo? ―preguntó una chica sentada en una de las últimas filas de atrás.
      El profesor Bieber la escrutó con la mirada.
      ―Claro que sí, señorita Martin. Estoy seguro que a usted le gustará compartir todas sus excelentes ideas con sus compañeros, para que después ellos presenten la investigación como suya... eso le gustaría, ¿no es así? Me imagino que le gusta regalar su trabajo a sus compañeros los holgazanes, teniendo en cuenta de que usted sí hace lo que le corresponde. Sin embargo veo que le gusta trabajar duro y hacer trabajo de más... como sea. No se confunda, señorita Martin. Hay cosas mucho más importantes que tratar de ganarse el aprecio de personas que simplemente no lo merecen.
      La alumna bajó la vista intentando darle a entender que retiraba la idea, mordiendo su labio nerviosamente e inspirando hondo como si le costara respirar. El profesor Bieber alzó la comisura derecha de su boca divertido. La chica salió apresurada del aula, como alma que lleva el diablo.
      ―Veo que la señorita Martin se ha arrepentido de su... humilde ofrecimiento. ―Dijo el profesor mirando con desaprobación al resto de sus alumnos que yacían en el aula, esperando por el segundo timbre para la siguiente clase de seminario en el edificio, quienes lo miraban asombrados, como si no pudiesen creer lo que el profesor había hecho. Él solo se limitó de manera despectiva y salió del aula con maletín en mano.

      Danielle Martin lloraba en uno de los cubículos de los baños públicos de la universidad. Tenía los ojos rojos y los labios hinchados mientras que unas cuantas gotas de sangre salían por su labio inferior, pues lo había estado mordiendo desde que había salido del aula del profesor Bieber.
       Se sentía como una tonta llorando, porque el profesor Bieber tenía razón. Ella solo iba a hacerle la tarea a los compañeros, incluso cuando ya eran chicos universitarios que podían responsabilizarse de sus propios deberes. ¿Y todo para qué? ¿Para que le dieran un poco de miserable amistad? Menuda estúpida estaba hecha. Clara tenía razón: no servía para vivir en sociedad, y hasta ahora se daba cuenta. ¡Qué ingenua y qué tonta había sido!
      Había dejado que sus compañeros de clase, e incluso el profesor Bieber la pisotearan, como si fuera la suciedad del suelo o un animal rabioso. Le habían clavado una daga muy profundo. Era algo que ella no iba a olvidar nunca.
      Se limpió la mejilla derecha por donde aún bajaban
      Unas cuantas lágrimas, pensando en una manera de zafarse de las burlas por parte de sus compañeros. Pensó en regresar a casa de su padre con el rabo entre las patas con tal de evitar los chismorreos y habladurías, pero su padre nunca lo permitiría. Si ella se salía de estudiar esta carrera su padre la obligará a regresar, argumentando que ya había gastado mucho dinero solo para pagar su matrícula. Debía aguantarse, al menos hasta que consiguiera la beca de doctorado para Harvard. Esa era su meta y esperaba cumplirla.
      Escucho como se abría la puerta del baño y unos pasos se escuchaban por la losa húmeda, no le importó si alguien la escuchaba. Ya no le importaba.
      Sus sollozos se hicieron más grandes, y cada vez se escuchaban más.
      ―¿Quién está ahí? ―Preguntó una voz de hombre del otro lado de la puerta.
      Danielle se sobresaltó. ¿Que hacía un hombre en el baño de mujeres?
      ―Abre la puerta ―dijo de nuevo el hombre. ―o no pararé de patearla hasta tirarla.
      Danielle se asustó y rápidamente abrió la puerta con la cabeza gacha. No quería provocar que aquel bruto que estaba detrás tirara la puerta, se metería en un problema con la universidad, y todo por andar de chillona.
      ―¿Señorita Martin? ¿Qué demonios está haciendo aquí, en el baño de los hombres?
      La voz del profesor Bieber resonó en su cabeza y la hizo alzar la vista encontrándose con unos ojos mieles poco familiares.
      ―P-p-profesor Bieber.
      Danielle Martin esperaba que la tierra se la tragara y la escupiera hacia el espacio. ¡Madre santa! ¡Se había metido en el baño de hombres! ¡Qué estúpida!
      ―No me creo exactamente una visión, señorita Martin. A menos que usted me vea como eso. ―Habló de nuevo el profesor.
      Ella bajó la cabeza con las mejillas sonrojadas, sintiendo como su cuerpo se calentaba. El profesor Bieber la miró con insolencia. como si no le importara humillarla más de lo que ya lo había hecho. ¡Por al amor de Dios! Sí que ese hombre estaba chalado.
      ―¿Disculpe, profesor Bieber? ―Dijo ella, advirtiendo la mirada del profesor sobre ella. Como esperando a que dijera algo imprudente e indeseable.
      ―No ha respondido a mi pregunta, señorita Martin. ¿Qué hace usted metida en los baños de hombres como si fuera una chiquilla acosadora?
      ―Ha sido un error, profesor. No pretendía entrar en el baño de hombres. Lo juro.
      ―Así que un error, ¿eh? ¿Por qué será que no llego a creerle ni la más mínima parte de todo esto?
      »Su relato carece de credibilidad, señorita Martin. Pero no se preocupe, yo no diré a los demás que se ha puesto de rodillas... la humillación la mataría.
      Danielle se sonrojó hasta la médula. «maldito cabrón», pensó, y sin saber de dónde salió su coraje dijo:
      ―Yo no me he puesto de rodillas ante nadie, profesor. Y mucho menos me gusta ese tipo de comportamiento tan vulgar, incluso que se refieran a mí de esa manera. Creo que usted está siendo demasiado anegable... simplemente molesto y poco profesional.
      »Se supone que un profesor de literatura debe de tener un léxico estupendo; de maravilla; pero ya veo que eso no es para nada posible. Así que si me permite, debo recoger el orgullo y la dignidad que aún me quedan. Con su permiso. Lo veré en clase a la próxima, profesor Bieber.
      Y dicho esto, salió del baño cuidando no ser vista por los pasillos, lo cual no le costó mucho, pues los pasillos estaban vacíos porque los alumnos se encontraban en clase por ese piso.

ACTIVITIES J.B. (New version)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora