III - Mía

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Renata pasó la prueba con excelencia

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Renata pasó la prueba con excelencia. Poco a poco me he apoderado de su voluntad, de tal manera que la niña confía ciegamente en mí.

Planeo convertirme en su padre y en su madre, seré el sol que le obsequie vida, seré el alimento que su cuerpo precisa. Seré su Dios.

Guardo sus expedientes al escuchar unos golpecitos en la puerta y sonrío de modo espontáneo al ver el rostro de la señora Smith, acompañada de Renata.

—Por favor, señora, adelante —digo.

La mujer obedece, pero Renata no lo hace, incluso cuando su madre se lo indica. Yo la miro muy fijamente a los ojos, de vez en cuando posa en mí el caramelo de su mirada. No tiene expresión alguna.

Asiento con lentitud.

—Siéntate. —Mi voz es firme y segura y veo que la madre me observa con unos ojos extrañados y aun más cuando se da cuenta de que Renata obedece al instante mi orden.

—Excelente —sonrío. Katherine no deja de observarme, pero con una simple mirada consigo que baje la cabeza. Es una mujer muy débil, ha sido entrenada para obedecer—. Pues bien, le he pedido que viniera porque he visto muchas mejorías en Renata. De acuerdo a sus calificaciones y los comentarios que sus profesores me han hecho llegar, veo que se está convirtiendo en una niña muy aplicada y con una mejor capacidad de comunicación y adaptabilidad ante su entorno.

—¡Ay! ¡Gracias a Dios!

—Es por esto que me gustaría llevarla a un paseo a las montañas.

—¿Un paseo?

—Así es. Solo será el fin de semana. Poseo una pequeña cabaña en las afueras de la ciudad, un sitio muy apacible en donde suelo dar terapia a jóvenes y adultos que han sufrido traumas severos y necesitan la frescura del campo. La última vez que estuve ahí, el viento soplaba desde el sur, cargado de aromas extraños y exquisitos a la vez. Según mis pacientes, el lugar es mágico.

—Sí, pero. Usted dice, ¿solas?

—Me temo que sí. Verá —me pongo de pie—, Renata ha desarrollado una necesidad por su presencia constante, y no es para menos, pues usted ha sido un pilar para ella y mucho ha tenido que ver en su evolución. —Veo que asiente. Yo me paseo por la oficina, intentando confundirla, marearla, mientras ella intenta seguir el hilo de la conversación y mis pasos a su alrededor—. Pero en esta parte del camino es necesario que se produzca una separación, ni siquiera será larga, solo lo necesario para permitir que Renatita tome conciencia de sí y se independice poco a poco. Que pueda darse cuenta de que es perfectamente capaz de cuidarse sola.

Tomo los hombros de Renata, que no se había movido ni un ápice desde que tomó asiento. Al hacerlo, la niña da un respingo y, con una suave voz de duermevela, se dirige a su madre.  

—En verdad me sentiré capaz si hago ese viaje

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—En verdad me sentiré capaz si hago ese viaje.

La mujer asiente al ver el rostro de su hija, y yo sonrío por dentro.

La mujer asiente al ver el rostro de su hija, y yo sonrío por dentro

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Manual para crear al Asesino PerfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora