Entre Máscaras y Silencios
La mañana despertó en el suburbio con un cielo gris que amenazaba lluvia. Mike Hernández, un joven de dieciséis años con cabello castaño oscuro y ojos cafés profundos, se levantó de su cama con una sensación familiar de peso en el pecho. La habitación estaba impregnada del olor a humedad que se filtraba por las ventanas entreabiertas.
Desde joven, Mike había aprendido a llevar una doble vida. En casa, las paredes de su hogar vibraban con los ecos de peleas y discusiones constantes entre sus padres. Su madre, Ana, una mujer de cabello oscuro y semblante cansado, trabajaba largas horas como enfermera en el hospital local, buscando refugio en el cuidado de otros mientras lidiaba con la discordia en su propio hogar. Su padre, Carlos, un hombre de temperamento volátil y ojos endurecidos por el trabajo en la construcción, encontraba en el alcohol una vía de escape de las frustraciones acumuladas.
A menudo, las noches eran testigos silenciosos de gritos ahogados y puertas que se cerraban con más fuerza de lo necesario. Mike, el hijo único, había aprendido a caminar por la casa como si estuviera en una cuerda floja sobre un abismo emocional, temiendo el colapso de la tranquilidad frágil que mantenía su mundo en equilibrio.
Tras una ducha rápida y un desayuno solitario de cereal con leche, Mike se preparó para enfrentar otro día en la escuela secundaria del vecindario. Vestido con su uniforme impecable, una camisa blanca y pantalones caqui, se miró en el espejo con una mezcla de resignación y determinación. En la escuela, él era todo lo que sus compañeros y profesores esperaban: un estudiante ejemplar, destacado en deportes y académicamente sobresaliente. Pero bajo la fachada de perfección se escondía un vacío sordo que se negaba a desaparecer.
Al llegar a la escuela, fue recibido por el murmullo familiar de sus compañeros que lo admiraban desde la distancia. Las chicas susurraban entre risitas mientras él pasaba, y los chicos le daban palmadas en la espalda con una mezcla de envidia y admiración mal disimulada. Mike sonreía, agradecido por la atención que le daban, pero su mente vagaba por senderos más oscuros mientras se dirigía a su primer salón de clases.
Durante las clases, se sumergió en los estudios como una forma de escapar de las realidades más duras que enfrentaba en casa. Sus calificaciones eran impecables, su participación en deportes como el béisbol y el baloncesto lo mantenían en buena forma física y socialmente aceptable. Pero cada día, cuando el timbre marcaba el final de las clases, la máscara de confianza y éxito se deslizaba ligeramente, revelando la tensión que se acumulaba debajo.
Al mediodía, en el comedor escolar lleno de risas y charlas animadas, Mike se sentó con su grupo habitual de amigos. Eran chicos atléticos y populares, cada uno con su propia versión de las presiones familiares y las expectativas externas. Las bromas y las historias de los deportes llenaban el aire, pero Mike notó que su risa era un eco hueco en comparación con la alegría genuina que veía en los rostros de sus amigos.
Durante el almuerzo, una chica nueva captó su atención. Kate, una estudiante de intercambio con cabello castaño y ojos verdes cautivadores, se sentó en una mesa cercana con un libro entre las manos. No era la típica chica que buscaba atención o que encajaba en los círculos sociales más populares. Al contrario, parecía estar inmersa en su propio mundo de palabras y pensamientos, ajena al drama adolescente que rodeaba a Mike.
Intrigado, Mike encontró su mirada vagando hacia ella con más frecuencia de lo que consideraba apropiado. Notó cómo se mordía el labio inferior mientras leía, cómo sus ojos se iluminaban con cada párrafo que absorbía. Se preguntó qué pensaría ella de él, el chico popular con una vida aparentemente perfecta pero que escondía tantas grietas en su armadura.
El resto del día transcurrió en una nebulosa de clases y entrenamientos deportivos. Mike se esforzó por concentrarse en cada actividad, manteniendo su rendimiento impecable como una forma de mantener a raya los pensamientos que amenazaban con sobrepasarlo. Pero cuando el sol comenzó a ponerse sobre el horizonte y los vestigios del día se desvanecieron en la oscuridad de la noche, una sensación de inevitabilidad se apoderó de él.
De regreso a casa, el ambiente era tenso como siempre. Sus padres apenas intercambiaron palabras mientras preparaban la cena. Mike los observó con una mezcla de frustración y tristeza, preguntándose cuándo, o si alguna vez, encontrarían una manera de sanar las heridas que los habían separado tanto tiempo atrás.
Después de la cena, se retiró a su habitación, cerrando la puerta con un suspiro de alivio. Se sentó en el borde de la cama, mirando por la ventana hacia las estrellas que titilaban en el cielo nocturno. Una pregunta resonó en su mente, persistente e inquietante: ¿cómo podía seguir viviendo esta vida de máscaras y silencios?
Tomó una decisión esa noche, una decisión impulsiva y peligrosa que cambiaría el curso de su vida para siempre. Abrió el cajón del escritorio de su madre, donde sabía que ella guardaba las pastillas para dormir que le recetaron para sus propios problemas de insomnio. La etiqueta blanca brillaba en la penumbra de la habitación, una promesa silenciosa de alivio temporal.
Con manos temblorosas, Mike tomó el frasco y extrajo una pastilla con cuidado. La sostuvo entre sus dedos durante un momento, sintiendo el peso de lo que estaba a punto de hacer. Esta pequeña píldora representaba algo más que solo un descanso físico. Era su intento de escapar de la jaula invisible que había construido para sí mismo, una prisión de expectativas y desesperanzas que lo aprisionaba cada vez más.
Finalmente, con un suspiro resignado, Mike colocó la pastilla en su lengua y la tragó con un sorbo de agua. Se recostó en la cama, mirando el techo mientras esperaba que los efectos calmantes de la medicación hicieran su magia. Pero el sueño no llegó fácilmente. Su mente, habitualmente frenética, luchaba por encontrar paz mientras las horas se deslizaban en la noche.
En algún momento entre la vigilia y el sueño, Mike se encontró en un lugar que no reconocía. Era un jardín iluminado por la luz suave del atardecer, lleno de flores de colores vibrantes que parecían moverse con una vida propia. Al final del sendero, un piano brillaba bajo los rayos dorados del sol que se ocultaba lentamente en el horizonte.
Mike se acercó cautelosamente al piano, sintiendo una calma que no había experimentado en años. Cuando sus dedos rozaron las teclas, una melodía suave y melancólica llenó el aire. Cerró los ojos y se dejó llevar por la música, dejando que sus preocupaciones se disolvieran como el humo en el viento.
En ese momento, una figura se materializó frente a él. Una joven con cabello rubio que caía en cascada sobre sus hombros y ojos azules como el cielo nocturno lo observaba con una sonrisa cálida. El corazón de Mike dio un vuelco inexplicable cuando sus miradas se encontraron.
"Mike", dijo ella con voz suave, como si fuera un susurro del viento entre los árboles. "Te estaba esperando".
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Un amor en sueños
Cerita PendekUn amor, un sueño, un destino, serán los factores de esta historia, donde el destino de dos personas son entrelazados sin darse cuenta. Aquí donde nuestro protagonista el cual es el centro de atención, no es lo que parece y descubre lo hermoso de e...