Había días en los que Jimin amaba tomar helados de distintos sabores. Le encantaba probar sabores nuevos y ese día había despertado de su siesta con un muy buen humor y YoonGi aprovechando aquello decidió salir con él en una pequeña cita.
En ese mismo momento se encontraban en una bonita heladería en donde también vendían dulces y bombones. Jimin estaba tomando un rico helado de cerezas y estaba tan fascinado con su gusto que no le importó ensuciar parte de su mentón y mejillas. Él quería disfrutarlo.
YoonGi sólo sonreía enamorado mientras tomaba su batido admirando las lindas manitos casi cubiertas por como el helado se derretía. Corría por sus regordetes deditos y luego al darse cuenta de eso el menor los limpiaba y volvía a tomar su helado.
—Hyung este helado es mi favorito. — chilló feliz mientras volvía a chupar cada uno de sus deditos al terminarlo.
—Te compraré todos los que quieras.
Jimin sólo soltó una linda risita y se sonrojó cuando los delgados labios de su mayor se presionaron sobre los suyos, besándolo lentamente y aprovechando para besar aquellas regordetas mejillas después de limpiarlas con delicadeza con las servilletas. Luego tomó sus manitos y sonrió como un tonto cuando sintió el aroma a cerezas en la palmita tan suave de aquellas pequeñas extremidades.
No podía dejar de admirarlas. Tan lindas, tan regordetas y pequeñas, tan suaves eran preciosas.
—¿Acaso estás obsesionado con mis manos Yoonie? — pronunció el menor mirándolo fijamente mientras colocaba sus manitos en las mejillas del mayor.
—Más que eso...son mi perdición. — cerro sus ojos al sentir aquel dulce tacto, tan cálido. —Eres demasiado lindo Jiminnie, tus manitos completan toda tu perfección. No puedo ignorarlas.
—Ya hyung~ - el castaño sonrió divertido tomando las grandes manos de su hyung. — Tus manos también son muy lindas Yoonie, son muy grandes y pálidas. — comparó con ternura el tamaño de sus manos y se echó a reír. No podía evitarlo.
Pues aunque siempre estuviera reclamando el porqué del tamaño de sus manitas su YoonGi siempre estaba allí para hacerle saber que esas pequeñas extremidades eran su infinita perdición.
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