Prólogo.

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Un jodido año. 

Un jodido año  había estado lejos de casa. Y cuando digo lejos, me refiero al otro extremo del mundo, en una academia para "señoritas" a la que mi madre no había dudado ni un segundo en enviarme en cuanto descubrió en lo que me había convertido en mi adolescencia. 

Y no, no me malinterpreten; no soy drogadicta, alcoholica y mucho menos una chica cualquiera. Mis bromas no sobrepasan los límites de lo irrompible y mis notas podrían estar mucho peor. 

Entonces, se preguntarán, ¿por qué mi madre me envió a Australia durante un año entero?

Simple. 

No soy femenina. 

Mis padres se separaron cuando apenas tenía seis años, y a comparación de muchas personas, decidí quedarme a vivir con mi padre y mis dos hermanos.

Durante diez años fui la única persona de genero femenino que vivía en mi casa, y para ser sincera, jamás me causó conflicto no tener una mujer con la que hablar. De hecho, ni siquiera tenía amigas mujeres en California, por lo que se podrán imaginar lo difícil que fue para mí estar todo un año conviviendo únicamente con voces chillonas, habitaciones tan rosadas que me causaban mareo e hipocresía por doquier. 

—Por favor, Liam —lloriqueo a través de FaceTime, observando como mi hermano mellizo se burla de mí —. ¡Tienes que venir a secuestrarme! Bajo mi colchón están mis ahorros de toda la vida, con eso bastará para que compres un tiquete de avión y vengas por mí. 

—Cass, solo llevas tres días en Australia, estás precipitando las cosas —habla sin parar de reír a carcajadas, cosa que había hecho desde que mamá tomó la maldita decisión de enviarme aquí.—Pero gracias por decirme en dónde escondes tu dinero, hermanita. 

Gruño, sin importarme quien me escuche. 

—¡Es mi penúltimo verano antes de entrar a la universidad y yo estoy al otro lado del mundo!—me quejo, dejando salir mi pésimo humor, el cual presentía que duraría todo un año. —¡Yo debería estar con ustedes, viviendo mis dieciséis años al máximo y volviéndome loca!  

—Puede que cuando vuelvas seas una chica hecha y derecha, vistiendo ropa rosa y con las uñas pintadas —se burla Liam, mostrando su perfecta dentadura blanca. 

—Por favor, estamos hablando de Cassie Winston. Ella jamás dejará sus camisetas de equipos de fútbol americano. —Hunter empuja con fuerza a mi hermano, haciendo que este se caiga de la silla en la que estaba y así el rubio pueda ocupar su lugar. 

Ni siquiera me había percatado que Hunter y West entraron a la habitación, pero no se me hacía raro. Los dos idiotas eran tan cercanos a nosotros que entraban a mi casa como si fuera suya. 

—Y cuéntanos, ¿cómo va la tortura? —inquiere esta vez West, dejando ver una media sonrisa curvada en sus labios. 

Su cabello rubio estaba perfectamente desarreglado y sus ojos tan azules como el mar estaban posados sobre mí, esperando una respuesta. 

—Como la mismísima mierda. —suelto sin delicadeza. 

—Ella está por suicidarse, pero ya saben, en el fondo es una chica, tiene el gen del drama en ella.—comenta Liam pasando una mano por su liso y oscuro cabello. 

—¡No estoy exagerando! —me defiendo, mientras giro mi cuerpo quedando con vista al techo.—Me despiertan a las seis de la mañana para desayunar, y cabe aclarar que como cosas que tengo miedo de preguntar qué son. Todos los días asisto a una iglesia para hacer trabajo comunitario, y las chicas aquí no hacen más que hablar de chicos, ¡y ni siquiera saben lo que ustedes, manada de simios, son en realidad! 

Being a Girl.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora