Capítulo 1: flora preciosa

149 5 2
                                    

[En el templo]


-¿Por qué me has llamado, enano?-interrogó Piccolo-.


-Como sabrás, nuestro mundo ya no existe-respondió tristemente Dende-.


-Estoy al tanto de ello, sí-alegó el guerrero-.


-Bueno... ¿Podrías hacerme el favor de cultivar esto en un buen sitio?-murmuró el Guardián de la Tierra, sacando de su bolsillo una pequeña bolsa-. Son las últimas semillas de Ajisa.


-De acuerdo-aceptó Piccolo, y se dispuso a explorar el terreno-.


[En el bosque]


-Este es el lugar idóneo-se dijo a sí mismo el guerrero, al verse rodeado de espléndidas plantas; y procedió a hacer un pozo, sin saber que estaba siendo observado-. Volveré dentro de dos meses-convino, y se marchó-.


(El día acordado)


-Óptimo crecimiento-se regocijó Piccolo al ver seis arbustos medianos de hojas azules-.


-Hola-susurró alguien a su lado-.


-¡¿Ehhh?!-se estremeció el namekiano-.


-Perdona si te asusté-se lamentó el terrícola-. ¿Eres tú quien ha traído las pepitas?


-S-sí...-tartamudeó Piccolo-.


-Se complementan muy bien con el resto del jardín, ¿no crees?-se deleitó el otro-.


-Lo siento. No sabía que esta porción de territorio tenía dueño-se disculpó el namekiano, ruborizándose-.


-Oh, ¡descuida!-replicó el terrícola-. ¿Cómo te llamas, si es que puedo saberlo?-curioseó-.


-Soy Piccolo-contestó el guerrero-. ¿Y tú?


-Es un nombre muy bonito. El mío es Mattian. Soy el Guardián de los Bosques-se presentó el otro-. Por cierto... ¿dónde has conseguido las semillas?-quiso saber-.


-Estos árboles son originarios de mi antiguo planeta, Namek. Y me ha entregado las pepitas uno de los namekianos que intentaban reforestar ese mundo-expuso Piccolo-.


-¡La conjetura respecto a la existencia de vida en otros planetas resultó acertada!-se asombró el terrícola-. ¿Es grande?


-Lo era-afirmó el namekiano, melancólicamente-.


-¿Qué le sucedió?-indagó Mattian-.


-Fue destruido por un tirano-indicó Piccolo, enfadado-.


-Lamento oír eso-se apenó el terrícola-.


-De todas formas, estaba bastante dañado ya-señaló el namekiano-.


-¿Más que la Tierra?-preguntó Mattian-.


-Un poco. Pero este mundo, mientras la gente siga tratándolo así, no durará mucho más-observó Piccolo-. Ojalá se dignen a respetarlo antes de que sea demasiado tarde.


-Lo mismo espero-suspiró el terrícola-.


-No es tan difícil vivir haciendo el menor daño posible-enunció el namekiano-. Ojalá los humanos dejen de comportarse de esa manera tan egoísta pronto.


-Sí-aseveró Mattian-. Oye, ¿cuál es tu opinión sobre la flora terrestre?-consultó-.


-No he podido examinarla con detenimiento aún-refirió Piccolo-.


-¿Deseas que te la enseñe?-le propuso el terrícola-. Digo, si no estás ocupado ahora.


-Me encantaría-afirmó el namekiano-. Si no es mucha molestia...


-¡Ninguna molestia! ¡Vamos!-gorjeó Mattian, tomándolo de la mano-. Vaya, ¡Qué tonto soy!-se reprochó a sí mismo-.


-¿Por qué lo dices?-se extrañó Piccolo-.


-Será un largo viaje, y no siempre nos toparemos con objetos que contribuyan a nuestra subsistencia-apuntó el terrícola-. ¿De qué te alimentas?


-El agua es mi sustento-informó el namekiano-.


-Wow. Me recuerdas a aquella época en la que yo era una Magnolia grandiflora-comentó Mattian-.


-¡¿Pertenecías al reino vegetal?!-se sorprendió Piccolo-.


-Así es-asintió el terrícola, con una sonrisa-.


-Fascinante-manifestó el namekiano-.


-Ahora me nutren las frutas-declaró Mattian-.


-Entonces tu alimentación no ha cambiado mucho-opinó Piccolo-.


-Tienes razón-concedió el terrícola.

La naturaleza del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora