Prólogo

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El parque estaba casi desolado de no ser por dos rubios que se balanceaban con ímpetu sobre los columpios.

Tan solo tenían siete años, pero a pesar de su corto tiempo en este mundo, ambos ya se consideraban mejores amigos.

— ¿Irás a mi escuela esta vez, Adrien? — Preguntó más animada de lo normal.

Él apretó los labios, su amiga había sido bastante insistente en cuanto al tema y ya comenzaba a agotarse.

— Creo que aún no... — Ella bajó la mirada haciendo un puchero.

— Si quieres puedo hacer que mi papi hable con el tuyo.

— No Chloé. No creo que sea una buena idea.

Asintió desganada, pero Adrien le sonrió de una manera tan cálida, que de inmediato se sintió feliz de nuevo.

El rubio se dio impulso, intentando llegar aún más lejos que la vez anterior y aquello, a la chica le aterraba. — ¡No tan alto! Por favor, puedes lastimarte.

— No voy a caer, y si lo hago tú me atraparas. ¿No?

Ella se sonrojó, adoraba la confianza que el chico depositaba en ella, más nunca se creyó capaz de salvarlo.

Miró al suelo, dejando que el viento moviera su columpio. Sus vigías estaban bastante alejados, observándolos desde un banco.

La pequeña lo miró con cautela, relamiéndose los labios antes de hablar. — Adrien... — Llamó.

— ¿Si? — Preguntó parando en seco, arrastrando sus zapatos sobre la tierra.

— ¿Podrías guardar un secreto?

— Por supuesto. — Exclamó el chico, buscando la mirada que se escondía tras los mechones de su dorada cabellera.

— Yo...  Puede que yo... — Guardó silencio durante un rato sintiéndose muy extraña, demasiado y en su interior no paraba de preguntarse si realmente algo como lo que sentía tenía cabida en este loco mundo.

— Hey... — El tacto de la mano contraria sobre su hombro descubierto la tranquilizó, logrando despegar su azul mirada del suelo y uniéndose a los amables verdes que la contemplaban. — Puedes contarme lo que sea, juro que no le diré a nadie. — Y ella lo tenía más que claro, de lo que realmente estaba asustada era de su reacción ante tan alocado sentimiento.

Finalmente soltó un pesado suspiro. — ¿Que pensarías si te dijera que... — Tragó pesado antes de continuar, el corazón se le aceleró y sus mejillas se tiñeron de carmín. — M-me gustan las chicas?

Adrien pestañeó un par de veces, meditando las palabras de su amiga, para luego regalarle una gran sonrisa. — Pues... Diría que no hay problema, a mi también me gustan las chicas.

Ella quedó impresionada por tan simple respuesta, deseando una contestación más elaborada por parte de él. — Pero es diferente.

— ¿Por qué?

— Porque... Bueno, para empezar yo soy chica.

— ¿Y?

— Y a las chicas le gustan los chicos.

El pequeño llevó una de sus manos a su mentón, procesando lo que acababa de oír.

— Mamá dice que amor es amor y que hay demasiado en el mundo como para clasificarlo. — Se encogió se hombros despreocupado.

— Oh... — Exclamó. — Eso es muy lindo. — Adrien asintió concentrándose en su juego. — Entonces, ¿No crees que soy extraña? — Negó. — ¿Seguiremos siendo amigos?

— Los mejores. — La pequeña se iba a levantar para abrazarlo, agradecía enormemente tal compresión y apoyo a algo que él parecía no darle tanta importancia, y era justo eso, su normalidad ante el tema lo que la maravillaba. Pero entonces, un balón rojo llegó a los pies del rubio y tras el, una diminuta azabache.

Era mucho más baja que ambos, sus mejillas tan rosadas como sus labios, gozaba de grandes ojos azules adornados por largas y coquetas pestañas, y finalmente su oscuro cabello negro recortado en una melena que brillaba bajo el sol.

Parecía buscar algo, observaba a todos lados inspeccionando el lugar, hasta que sus azules se encontraron con los ojos de Adrien.

Se acercó cautelosa y a paso lento, como si en cualquier momento el Agreste fuera a morderla.

Ambos rubios no se atrevían a despegar la mirada de ella, parecía un hada salida del bosque, tan hermosa como mágica.

— Eso... Eso es mío. — Dijo, alternando su mirada entre el balón y el chico, con una voz tan suave y acaramelada que podías saborear el dulce de sus palabras.

Ambos llevaron sus ojos hacia donde apuntaba, encontrándose con el objeto.

Chloé atinó a recogerlo pero su amigo se le adelanto con rapidez, tomándolo entre sus manos y y acercándose a la pequeña.

— Ten. — Le sonrió claramente nervioso y los celos se apoderaron de la rubia, más no era por la atención que Adrien le brindaba a la misteriosa chica, más bien se trataba de la indiferencia de la ojiazul hacia su persona.

— Gracias... — Comenzó a mecer su vestido rosa.

Ya tenía el balón en su poder, sin embargo no deseaba partir aún.

— ¿Te gustaría quedarte a jugar con nosotros? — Preguntó el chico y el corazón de Chloé se llenó de esperanza.

— ¡Marinette! ¡Es hora de irnos!

Un hombre robusto gritaba en dirección a los infantes, era gigantesco y el ojiverde se sintió algo intimidado.

— Lo siento mucho, pero tengo que volver a casa. — Apenada se alejó de ellos, corriendo por el verde pasto que contrastaba con su piel de porcelana.

— Marinette... — Dijo Adrien junto a un suspiro, intentando recordar su nombre.

Lo guardo en su mente de diversas maneras, repitiéndolo cada cinco minutos. Sin embargo no logró retenerlo más allá del día.

— Marinette... — Murmuró ella también, observando el suelo con detención.

Por su lado, Chloé sí lo memorizó. A sabiendas de que París era una ciudad gigantesca y la posibilidad de volverse a encontrar con la azabache era casi nula...

O al menos, eso era lo que ambos creían.

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Tengo mil trabajos y aquí me tienen escribiendo otro fic :) matenme luego para que no deje crías.

Este será un poco diferente, espero que les guste tanto como a mí.

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