Cap 19

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El martillo era tan grande como el púlpito de una iglesia, pero en la inmensa manaza de Freddy Forjaviudas parecía poco más que una flauta. El martillo descendió y golpeó una y otra vez arrancando un rugido metálico al yunque. La habitación estaba en penumbras, iluminada pobremente por el resplandor rojizo que emitía la fragua del herrero.

—Eres increíble, muchacho. Desapareces tres años y cuando vuelves no traes más que problemas, cuentos de brujas y una pareja de tristes de Fuera ¿Cómo se te ocurre? —. La voz del herrero tenía el mismo timbre del martillo al golpear el yunque, metálico y áspero—. Corres peligro, Niebla, el tiempo ha pasado pero muchos de los tuyos no te han olvidado ni perdonado… ni a ti ni a quien se atreva a ayudarte.

—Partiré en breve… y no volveré a pasar por aquí.

Forjaviudas sonrió amargamente, Niebla había captado claramente el mensaje. El herrero estaba dispuesto a ayudarle pero el muchacho no podía quedarse en la fragua mucho tiempo. Los gitunos de Montepardo eran sus mejores clientes, y dados los tiempos que corrían, Forjaviudas no podía permitirse el lujo de perder su clientela. Niebla había cambiado mucho desde la última vez que le vio, pero seguía siendo un chico listo. Y los tenía bien puestos, por eso le gustaba a Forjaviudas. En realidad era posible que, llegado el momento, el herrero arriesgase su clientela por ayudar al muchacho. Esperaba que no tuviese que comprobarlo. Forjaviudas era el padrino de Niebla, pero sobre todo le tenía un gran aprecio.

—Tienes que andarte con mil ojos, muchacho —le aconsejó—. Lo único bueno es que los gitunos no se acercan mucho al corazón de la ciudad, así que no se te ocurra a ti bajar a la ribera del río ni pasarte por el bazoco. Tienes que ser muy precavido.

—Ya no será necesario. Acabo de encontrarme con Acero —dijo Niebla, sin reflejar ninguna emoción.

Forjaviudas maldijo en varios idiomas, incluido el bajo gmemo.

—Entonces me extraña que aún tengas la cabeza sobre los hombros. Acero es muy peligros. Tiene hielo en las venas en vez de sangre y cada vez tiene más poder entre tu gente.

Al no recibir respuesta, el herrero retiró la pieza con la que estaba trabajando. Se colocó un monóculo que emitía un brillo azulado en el ojo derecho y estudió atentamente el fragmento de metal. Era el martelio de Niebla. Forjaviudas lo metió en un cubo de agua fría y el metal comenzó a sisear. Al sacarlo volvió a examinarlo meticulosamente.

—¿Ves? Ni una grieta, muchacho. Tu martelio está perfectamente, todas las piezas que fabrico tienen garantía de por vida. Conoces mi lema: Si se te escacharra un aparato, te devolvemos tus lágrimas de bruja… o pagamos tu entierro—. El herrero soltó una risotada y le devolvió el martelio a Niebla .

—Tiene que haber algún fallo —dijo Niebla, de mal humor—. Cuando estaba en el limbo no pude abrir la puerta hacia Fuera.

—Eres testarudo ¿eh? Lo he comprobado dos veces —. Forjaviudas examinó a Niebla atentamente, como si este fuese otra de sus valiosas piezas de metal en vez de un joven gituno. —Dices la verdad, muchacho… noto esas cosas, hay sangre de bruja corriendo por mis venas... muy poca según la bruja de mi abuela y demasiada, según la bruja de mi mujer —. El herrero soltó otra risotada, pero Niebla no se inmutó —. Ahora hablando en serio, tu martelio funcionó, eso es seguro. La puerta no se abrió por algún otro motivo.

Niebla daba vueltas por la habitación como un tigre enjaulado. Forjaviudas se abandonó a su pasatiempo favorito: observar a la gente. En estos tres años, el gituno se había transformado de un niño flacucho y desgarbado, con la nariz demasiado grande y los hombros demasiado estrechos, en un joven alto y apuesto de mirada torva. Tenía las espaldas anchas y los brazos morenos musculados, y aunque vestía con las amplias ropas de los gitunos, se intuía un pecho poderoso, propio ya de un adulto. Solo sus penetrantes ojos verdes se mantenían intactos, aunque ya no reían como antaño. Con esa constitución, Niebla no sería un buen bailarín, espigado y elegante, pero sí un buen herrero, fuerte y duro… o un buen guerrero.

Niebla Y El Señor De Los Cristales RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora