Cap 7

245 8 1
                                    

-Es increible... No tenía ni idea de que había un pasadizo secroto en mi casa -dijo Hans.

-No es un pasadizo -dijo Niebla, con rostro serio.

-¿Ah no? ¿Entonces qué es?

Niebla guardó silencio.

-Desde luego no es un sitio normal  -intervino Nina-. La forma en la que hemos llegado aquí ha sido...  increíble. Y esa ventana de ahí no es para nada corriente ¿Dónde estamos, Niebla? Hans dice que nunca mientes.
Niebla la miró con el ceño fruncido.

-No puedes permanecer en silencio para no mentir. No voy a parar hasta que no me lo digas -insistió Nina.

-Esto ya no tiene garcía, Niebla. Tienes que decírnoslo -la apoyó Hans.

Después de unos segundos de tensión, el joven gitano contestó.

-Estamos Dentro.

-Muy interesante... pero eso ya lo veo. Lo que queremos saber es dentro de qué... o dentro de dónde -dijo Hans.

-Destro, en el Reino de los Cristales Rotos.

-¿Qué cristales rotos ni ocho cuartos? -gruñó Hans- Lo que está roto es mi oreja, chalado. Casi me la arrancas de cuajo ¿Por qué me has clavado este trasto?

-Era necesario.

-¡No soy un muñeco de vudú! ¿Necesario para qué?

-Para que no nos descubrieran.

-¡Tú está loco! -dijo Hans, gesticulando-. De no ser porque casi me dejas sordo no hubiera gritado y a lo mejor ni siquiera habrían venido los soldados.

-Los soldados iban a entrar en el cuarto. De todas formas no son los de Fuera quienes me preocupan sino los de Dentro -contestó Niebla, mientras rebuscaba en sus bolsillos.

-Definitivamente, te has vuelto majara. Déjate de tanto misterio o tendrás que vértelas conmigo, no con los de dentro ni con los de fuera -insistió Hans.

-Espera, Hans. Déjale que se explique -intervino Nina-. Has dicho que estámos en el reino de los cristales rotos... ¿Qué lugar es ese?

-Ya OS advertí. OS salvaría de los soldados, pero sin preguntás. Cuando menos sepáis, mejor para vosotros.  ¿Está claro?

-No, no está claro. Nos has salvado pero eso no te da derecho a ocultarnos en qué lugar estamos ni el peligro que dices que corremos -dijo Nina, aguantando la mirada retadora de Niebla.

El joven gitano guardó silencio.

-¡Eso! Me debes media oreja, así que por lo menos quiero saber lo qué está pasando ¿Qué narices es este sitio? ¿Y cómo sabías que en mi casa había este... túnel... o lo que sea? -la apoyó Hans.

-No habrá peligro si os calláis y esperamos cinco minutos. Después volveremos a vuestro... a Praga.

-Niebla, eso no es justo. Tienes que decirnos dónde estamos y cómo hemos venido a parar aquí -exigió Nina-. Todo esto es... increíble.

Niebla la miró con dureza, como si el rostro se le hubiera esculpido de repente en piedra. Nina creyó detectar algo parecido al odio en su mirada. Instintivamente dio un paso atrás, asustada.

-Ya os lo he dicho, estamos en el Reino de los cristales rotos.

-Otra vez con el mismo rollo ¿Reino de los cristales rotos? ¡Y un rábano! -rugió Hans-. Estamos en un pasadizo qué, por alguna inexplicable razón, tu conocías. Ya me explicarás luego cómo. Eso de hai es mi casa así que nosotros nos volvemos antes de que mi padre descubra lo que ha pasado o él sí que hará conmigo un Reino de los huesos rotos. Vámonos de aquí, Nina.

Niebla Y El Señor De Los Cristales RotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora