Hice de todo para evitar el fin de nuestros tiempos. Comande ejércitos, sacrifique mi cuerpo, alma, y profane hasta la moralidad de muchos soldados. Pero como las Nornas suelen decir... "El destino es inevitable, y hasta los más simples e insignific...
Una vez la humanidad acepto una simple verdad; que no estaba sola en este universo. Los hombres creían que algunos mundos eran lugar de sus dioses, y otros que había que temerles. Desde un mundo de frio y de obscuridad vinieron los gigantes de hielo, amenazando con arrastrar al mundo mortal a una nueva era de hielo. Pero los humanos, no iban a enfrentar solos esta amenaza. Nuestros ejércitos, enviaron a los gigantes de hielo de vuelta a su propio mundo. El costo fue grande, pero al final su rey callo y la fuente de su poder les fue arrebatado. Creado del corazón de una estrella, y forjado con la fuerza del mismo cosmos, fue como nació bajo mi bendición el místico martillo Mjolnir, destructor de todas las cosas y azote del mal. Yo, el mismo padre de todo, use el martillo para aniquilar al gigante de hielo Laufey y traer paz a los nueve mundos de Yggdrasil.
Con el final de la gran guerra, nos retiramos de los otros mundos y regresamos a casa, el mundo eterno de Asgard. Sin embargo, antes de volver, después de la batalla final, fui al templo de los enemigos y encontré un bebe. Pequeño, para ser hijo de gigantes y estaba abandonado, sufriendo, dejado para morir. Era el hijo de Laufey. En ese instante la pena me conmovió, y tras coger al niño entre mis brazos, lo lleve a casa para cumplir con una de las voluntades de mi padre Bor "Criar al hijo de tu enemigo caído, para enmendar el árbol torcido de sus errores". No obstante, si en ese instante hubiese gozado del conocimiento que hoy poseo, quizá habría abandonado a ese infante para morir. Puesto que tal vez, solo tal vez, el destino trágico que aguardaba a mi pueblo habría sido distinto, y aquel terrible siclo, jamás hubiese sido sellado una vez más.
