5. Cena en familia

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¿Qué hice?
No, ¿qué hicimos los dos?
De todas formas, nadie lo sabrá nunca. Tristan estará demasiado avergonzado
como para presumirlo. Y fue muy claro conmigo. Bueno, me lo hizo comprender. Fue
un error. El peor error de nuestra vida. No volverá a pasar. Y haremos como si nada
hubiera pasado.
Pero pasó...
¿Pero por qué lo hice?
Él me lo hizo. Tristan Quinn. Su estúpida voz grave y su personaje de cantante
talentoso, sudoroso, apasionado. Por más que me resistí, él logró hacerme caer. Su
estúpida mirada azul en la cual me ahogué. Como si sólo a mí me mirara así. Su
estúpida boca húmeda, que lame y muerde y muerde como si pudiera ser sexy. Y lo
peor, es que sí lo es. Sus estúpidos brazos musculosos, sus manos suaves y seguras de
sí mismas, que acarician y aprietan como si fuera imposible escapar de ellas. Y sin
embargo, no intentó atraparme. A cada segundo, se mostró dulce, respetuoso, a pesar
de su ardor. Tuve la impresión de que él también estaba cediendo. Que él tampoco
podía resistirse. Y tal vez eso fue lo que más me hizo perder la cabeza. ¿Pero cómo
pudimos llegar hasta ese punto?
Nadie debe saberlo nunca.
Es mi hermanastro, yo soy su hermanastra. Nuestros padres están casados. Es
asqueroso , dijeron los demás en la playa riendo. Eso es lo que todo el mundo va a
pensar. Y si llegara a saberse, ya sé que seré yo quien reciba toda la vergüenza.
Tristan es sólo un chico, un donjuán, está en su naturaleza seducir y dejarse llevar por
sus impulsos. A él sí le perdonarán este desliz, este instinto básico. « Él es así », dirá
todo el mundo. Algunos hasta estarán impresionados de que haya logrado llevarme
por el mal camino. Y además es un rebelde, tiene el derecho de cometer estupideces,
inclusive es exactamente lo que se espera de él. Pero yo, la hija de papá, la chica
seria y sin historia, la inocente poca cosa de la cual sólo se espera que continúe por el
buen camino, que sea razonable y haga todo bien: sería una catástrofe. Mi padre
caería desde lo alto. Mi madrastra me llamaría de todas las formas posibles. Y todo
el mundo me reprocharía haber caído en la tentación cuando sólo bastaba con decir
que no. No es como que yo tenga mis propios impulsos. No es como que a mí me
interese « eso ». No, yo no siento nada, claro que no. No soy nada más que una chica
hombruna de 18 años que odia a las personas.
Eso es lo que diré. Ya que así es como me ven, lo utilizaré a mi favor. Si se llega a
saber, lo negaré. Nada pasó entre nosotros. No hicimos más que pelearnos, lanzarnos
cosas y mandarnos al diablo, como siempre, como cada vez que nos encontramos en
la misma habitación.
Si tan sólo nos hubiéramos conformado con hacer eso...
Eso es lo que mejor sabemos hacer...
Lo que hasta ahora hacíamos mejor...
No, basta con que me repita a mí misma que no sucedió nada. Sólo fue un sueño
erótico. Una extraña pesadilla en la que traía puesta una falda de cuero que jamás
utilizaría y una mascara que ni siquiera es mía. Una noche improbable en la que besé
a un desconocido para darle celos a un chico que ni siquiera soporto. Eso no tendría
ningún sentido. Es obvio que jamás sucedió. Basta con que salga de esta habitación y
que olvide que él duerme en la de al lado. Justo al otro lado de la pared, una pared tan
delgada que casi puedo escucharlo respirar.
***
Hemos logrado evitarnos por cuatro días enteros. El mes de julio ha terminado. Ya
estamos a la mitad de las vacaciones de verano. Hace un mes que Tristan regresó de
su internado. Sólo nos queda un mes de soportar estar juntos bajo el mismo techo. Y si
seguimos así, tal vez logremos olvidar.
Bueno, más de un mes... si alguna universidad me acepta.
Bonnie y Fergus ya recibieron su carta de aceptación. ¿Qué debo pensar de eso?
– ¿Ambos están haciendo un concurso para ver quién es más flojo? pregunta Sienna
con ironía una mañana, interceptándome cuando salgo de mi habitación. ¡Tristan,
levántate! le grita a la puerta de al lado. ¡Ya ganaste, Liv se levantó!
– Hoy es domingo. ¿Puedo ir a tomar mi café? le pregunto intentando huir antes de
que él salga.
– No, tengo que hablar con ustedes dos, insiste ella poniendo un puño sobre su
cadera como si eso le diera aplomo.
Tristan sale suspirando, con el rostro deshecho y el cabello despeinado, vestido
con un calzón negro y una playera gris que acaba de ponerse y que no le cubre todo el
torso. No es la primera vez que lo veo vestido así por la mañana. Pero sí es la
primera vez que debo evitar mirarlo. Y que percibo el elástico blanco de su ropa
interior, apretando su vientre bajo. Evito la imagen que intenta invadir mis pupilas.
Intento concentrarme en la lección de moral de mi madrastra, sin duda nada
interesante y que he oído diez veces, pero que tiene el mérito de hacerme cambiar de
ideas.
– ¡A los 18 años, uno exuda energía! ¡Tiene ganas de comerse el mundo a manos
llenas, de no perder ni un minuto de su tiempo! Entonces explíquenme por qué se
pasan todo el día encerrados en sus habitaciones.
– No es cierto, ensayo con los chicos todo el día, responde Tristan en voz baja.
– Y yo trabajo en la agencia toda la semana, agrego mirando a otra parte.
– Sí, y se escabullen en cuanto regresan. ¡Eso no es lo que podría llamarse una
vida en familia!
– Mamá…, comienza a impacientarse mi vecino de rellano apretando la mordida.
Craig se va al trabajo a las 7 de la mañana. Y tú estás en tu hotel hasta las 10 de la
noche. Cuando estás en la casa, te encierras en tu oficina con un letrero de « No
molestar ». Harry conoce mejor a sus niñeras que a ti. Mi padre está muerto, la madre
de Liv no existe y tú ves a tu marido una hora al día. ¿En verdad quieres darnos una
lección sobre la familia?
– ¡No me hables así, Tristan! se exaspera Sienna extendiendo el índice con rabia
frente a él. Digo esto por ustedes. ¡Pero si quieres seguir arruinando tu vida, continúa
así, lo estás logrando muy bien! ¡Y si no te gusta nuestra familia, ahí está la puerta!
grita señalando la planta baja con el dedo. ¡Eso también aplica para ti! concluye antes
de bajar las escaleras con su andar teatral tipo commedia dell'arte.
Tristan emite un sonido entre risa ahogada y suspiro de hastío. Yo también sonrío,
por esa crisis tan repentina como innecesaria, como suele suceder con mi madrastra.
Nuestras miradas y nuestras sonrisas se cruzan, pero se apagan de inmediato. Él tiene
una mueca de incomodidad. Yo una de vergüenza. Yo miro mis pies. Él se baja la
playera. Yo intento irme hacia la escalera. Él comienza a andar al mismo tiempo. Yo
me muevo hacia la izquierda y él tiene la misma idea. Me muevo a la derecha para
evitarlo y me bloquea el paso sin hacerlo a propósito. Y nuestros dos cerebros se
confunden, incapaces de encontrar el movimiento necesario para cruzarnos sin
rozarnos.
Vete al diablo.
Ya nada volverá a ser como antes. Será mucho peor.
                      ***
Un café y una parada en el baño más tarde, dejo la casa corriendo y subo a mi auto
nuevo. Al fin sola. Dudo si llamar a Bonnie, pues no estoy segura de tener humor de
escuchar sus vocalizaciones y sus bromas pesadas. Podría intentarlo con Fergus, pero
me va a fastidiar con ese concierto genial que se perdió, me va a pedir que se lo
vuelva a contar por quinta vez y eso no me ayudará a pensar en otra cosa. Podría ir
con mi padre pero, cuando está en la agencia los domingos es para arreglar una
urgencia. Y ya es hora de que aprenda a arreglar mis problemas sin él. Me decido por
mi abuela; siempre está en casa los fines de semana, jamás está de mal humor y está
muy lejos de mis preocupaciones, es la persona perfecta.
Su pequeña casa es como su personalidad: original, colorida, desordenada y llena
de vida. Sobre su gran jardín - que no ha tenido césped durante mucho tiempo -
cohabitan todos los animales abandonados que ha podido adoptar durante los últimos
diez años: tres perros, una cabra, tortugas, una multitud de gallinas y gatos errantes y
hasta un puerco pigmeo que dice haber salvado de la muerte. Betty-Sue es
vegetariana, obviamente, pero no sólo eso. Es una verdadera hippie, que rechaza la
sociedad de consumo, come orgánico, cultiva su propio huerto, fabrica su propia ropa
y recicla todo lo que se encuentra y que pueda serle útil. No le importa para nada el
dinero de mi padre y lo rechaza cada vez que él intenta hacer algo para mejorar su
vida. Betty-Sue no necesita gran cosa para ser feliz. Solamente que la dejen en paz. Su
hijo y su nieta le bastan, aunque seguido presume tener amantes de paso, pero le repite
a quien la quiera escuchar que prefiere mil veces los animales a los hombres.
De hecho acaba de entablar una amistad con un pelícano que nada en el pantano de
atrás de su casa. Su último pasatiempo es construirle un nido artificial por si éste
tiene ganas de tener hijos, sin siquiera saber si es macho o hembra. Betty-Sue cree en
la vida, es dura como el fierro, adora los milagros y puede pasar horas contando flores u hormigas. Todo le parece interesante, la alegra, y se necesita mucho para
hacerla perder su sonrisa.
Me estaciono frente a su casa y ya me está haciendo grandes señas para que llegue
con ella a la entrada. Mi abuela lleva puesto un vestido largo de flores y está descalza
pintando de verde manzana una especie de refugio improvisado, sin duda una casa
para uno de sus últimos protegidos. Desde aquí escucho los colgantes de sus
brazaletes produciendo música mientras que se activa. Según mi padre, Betty-Sue
lleva la misma ropa desde hace cuarenta años. Sabiendo que tiene 77 - 20 en su mente
-, lleva más de la mitad de su vida sin ir de compras y, sólo por esta simple hazaña,
es mi ídolo. Debe llevar el mismo tiempo sin cortarse el cabello y tiene una larga
melena gris ondulada, que a veces intenta teñir con henna, sin mucho éxito. Tiene los
mismos ojos azules y la piel clara de todos los Sawyer - y sólo conozco a tres ya que
mi padre es hijo único y mi abuela no tiene ni idea de quién es su padre.
– ¿Qué vienes a hacer aquí, querida? ¿Tu madrastra sigue haciendo de las suyas?
– Nada grave, sólo un pequeño regaño salido de la nada, le respondo alzando los
hombros, hastiada.
– Déjame decirte un secreto, susurra Betty-Sue dejando de pintar. Tu padre es un
buen hombre que ha tenido éxito en todo durante su vida... excepto en sus
matrimonios, afirma con malicia. Tiene un gusto raro para las mujeres. De por sí, la
francesa no me parecía tan buena opción... ¡Pero la italiana es insoportable!
– Sólo duró dos años con mi madre. ¡Pero ya lleva tres con Sienna! suspiro.
– No te preocupes por eso, no va a durar.
– ¿Les lanzaste un hechizo con tus muñecos de vudú? pregunto riendo.
– No, mi adivina lo predijo, me confiesa con un guiño.
– ¡Ah, en ese caso, es más que seguro! me burlo gentilmente.
– ¿Y tú, pequeña? ¿Cuál de esos pobres idiotas que te rodean está loco por ti? ¿A
qué muchacho has logrado convencer de tomar malas decisiones?
Normalmente, adoro los discursos feministas de mi abuela, quien está convencida
de que las mujeres dirigen el mundo y manejan a los hombres a su antojo. Pero que
hacen parecer que se dejan dominar para conservar el secreto de su supremacía. Todo
un caso... Sólo que hoy, el chico que hace lo que quiere tiene un nombre. Que ni es
idiota ni está loco por mí. Y que su mala decisión resulta ser su hermanastra.
– Sé guardar un secreto, insiste Betty-Sue al verme pensar. ¿Y a quién se lo podría
contar? ¿A Blanqueta, a Costillita o a Filet-Mignon?
– ¡Y pensar que yo no tengo el derecho de llamarte « abuela » mientras que tú le diste esos nombres a tus animales!
– ¡No como carne, pero tengo derecho de utilizar esos apodos para recordar su
sabor! bromea observando su colección de animales a lo lejos.
– …
– Sé que adoras a tu padre, querida Liv. Y que tu madre no ha estado realmente
dispuesta a escucharte estos últimos dieciocho años... Pero si necesitas hablar con una
mujer, aquí estoy, ¡no hay forma de no verme! me recuerda abriendo los brazos para
mostrarme su vestido de colores.
Dudo un segundo más y luego me lanzo a sus brazos, con el corazón latiendo con
demasiada fuerza y la boca negándose a pronunciar ni una sola palabra. No puedo.
Todavía no. sin duda nunca podré. Ese paréntesis tórrido y prohibido entre Tristan y
yo debe permanecer siendo un secreto. Mientras tanto, disfruto del calor de Betty-Sue,
de su energía positiva y de sus lentas caricias en mi espalda.
– Sin importar lo que hayas hecho o tengas ganas de hacer, pequeña, nada es grave,
murmura con su voz suave y cálida. Sea lo que sea, nada es tan grave como crees.
No estoy tan segura de eso...
                        ***
Después de haber jugado con los perros de mi abuela, corrido tras un puerco
llamado Filet-Mignon, después de haber bebido un té helado casero y pintado un
nicho de madera, regreso a mi casa con el corazón un poco más alegre y el cuerpo
lleno de rastros de pintura verde. Pero mis sentimientos siguen igual. ¿Sigo
odiándolo? ¿Más que antes? ¿Le reprocho algo? ¿Esto fue su culpa? ¿La mía? ¿De
nadie? ¿Debería ignorarlo? ¿Enfrentarlo? ¿Bastaría con que haga como si nada para
olvidar todo? Tal vez valga la pena intentarlo.
Harrison y Tristan están en la entrada en el momento en que me detengo en la
banqueta. Escucho sus voces a través de mi ventanilla abierta - la del pequeño es
aguda y jovial mientras que la del otro suena grave y torturada. No parece estar
realmente en su estad normal. Me estaciono lo más lejos posible del portón para
esconderle mi auto y no darle una razón para ensañarse conmigo. Inhalo
profundamente antes de entrar, e intento tomar una actitud normal e indiferente al
momento de decir:
– Entonces, ¿quién hace pipí más lejos?
– ¿Y eso qué te importa, Sawyer? me responde secamente el mayor.
– ¿Por qué tienes verde por todos lados? me pregunta el pequeño curioso.
– Harry, ¡vete a jugar allá! le ordena Tristan.
– Puedes hablarme a mí como quieras, pero él sólo tiene 3 años y no te ha hecho
nada, intento defenderlo.
– ¿Porque crees que tú me hiciste algo? dice con una ligera sonrisa socarrona. No
fue nada, Sawyer. Y no vayas a imaginar que eso cambiará algo entre nosotros.
– Eres tú quien lo está mencionando, Quinn, respondo para no dejarme. Había
olvidado todo eso por completo, miento sosteniendo su mirada.
– Qué bueno, asiente desviando su mirada azul.
La deja pasear por mi piel, por los lugares manchados de pintura, por mi mentón,
mis hombros, el cuello escotado de mi blusa. Juego nerviosamente con mi tirante
como para asegurarme que está ahí, que sus ojos penetrantes y disipados no siguen
teniendo el poder de desvestirme.
Al parecer, él está igual de confundido que yo y no sabe si me odia o me desea...
– ¡Entren a lavarse la cara los tres! grita Sienna después de haber abierto una
ventana de la sala.
Veo a Tristan sobresaltarse al mismo tiempo que yo y retroceder automáticamente.
Él se frota enérgicamente el cabello, como para poner en orden sus ideas, y mete las
manos en los bolsillos de sus shorts de mezclilla, regresando a su actitud indolente,
perfectamente indiferente.
– Creo que tu madre piensa que todos tenemos 3 años, murmuro en dirección a
Tristan que no puede evitar sonreír.
Él acaba de ponerse a mi lado, frente a la ventana donde Sienna espera
desesperadamente a que la obedezcamos.
– ¿Es hora de ir a dormir o primero nos leerás un cuento? le pregunta a su madre
con un tono insolente. ¡Creo que Liv necesita que la hagas tomar un baño antes!
– Eres tú quien sueña con eso, Quinn, lo provoco en voz baja.
A mi derecha, veo su hoyuelo marcarse. Mi broma tuvo efecto. Él cruza sus
musculosos brazos sobre el torso y hace un esfuerzo por no mirarme.
– Deberías cerrar bien la puerta en el baño, Sawyer. Podrías tener problemas con tu toalla, responde entre dientes.
– Basta, tengo miedo, respondo con ironía sonriendo.
– Bueno, ¿van a venir o se van a quedar ahí riendo? He decidido que cenaremos
todos juntos esta noche. ¡Como una familia! grita Sienna antes de cerrar la ventana.
– Mierda, suspira.
– No puede ser, confirmo.
Quince minutos más tarde, los cinco estamos sentados alrededor de la mesa
cuadrada del comedor - que casi nunca utilizamos. Aun así cada quien tiene su lugar
designado: mi padre y yo de un lado, Tristan y su madre del otro, con Harry en la
orilla porque insistió en quedarse al lado de su hermano.
– ¿Sabías que en las familias normales los padres cocinan? No el servicio, dice
Tristan con su eterno deseo de molestar a los demás.
– Cállate y come, responde Sienna con una sonrisa forzada, dispuesta a todo para
que esta cena sea un éxito.
– ¿Puedo cortar la carne de tu hijo o esperamos a que una niñera intervenga?
vuelve a comenzar el ataque.
– Craig y yo trabajamos arduamente para darles todo esto, se defiende mi
madrastra. Y es normal que recurramos a personas que se dedican a esto para que nos
apoyen.
– Papá tenía mucho más dinero de lo que ustedes jamás producirán, continúa
provocándola Tristan. Y eso no le impedía vivir con simpleza.
– Tu padre ya no está, susurra Sienna teniendo dificultad para pasarse su último
bocado.
– ¿Y tú, Craig? ¿Estás de acuerdo con este modo de vida de burgueses? pregunta en
busca de un nuevo adversario.
Ambos hombres comienzan un debate estéril sobre lo esencial y lo superfluo, lo
cual divierte mucho a mi padre, quien jamás se queda corto de argumentos, y estimula
el espíritu de contradicción de Tristan. Durante ese tiempo, Harrison come con los
dedos y se pone a chillar cada vez que su madre le pide que utilice el tenedor. Los
observo, uno por uno, y me doy cuenta hasta qué grado somos diferentes. Hasta qué
grado ninguno de nosotros parece estar realmente en su sitio.
Mi padre pudo haber rehecho su vida con una mujer dulce, abierta y tranquila,
como él. Sienna pudo haberse encontrado a un marido que no fumara, sumiso, pero a
la altura de sus ambiciones en la vida. Harry pudo haber tenido a sus dos padres,
tiernos y pacientes, que le hubieran enseñado a comer con cubiertos y a hacer pipí en
donde se debe. Tristan pudo nunca haberse cruzado en mi camino. O pude haberlo
encontrado por azar, en un concierto o un bar. Y no hubiera sido mi hermanastro.
El teléfono de la casa suena y me saca de mis pensamientos. Pero alrededor de la
mesa, nadie tiene la idea de interrumpir lo que está haciendo para ir a contestar.
Apenas si lo escucharon. Todo el mundo tiene un celular y el timbre del teléfono fijo
no parece interesarle a ninguno. Termino por hacerlo yo, arrastrando mis pues,
convencida de que esa llamada no será para mí.
– ¿Diga? pronuncio intentando imitar la voz exagerada de Sienna, sólo para
divertirme.
– Sé lo que sus hijos hicieron, comienza a decir una voz metálica, aparentemente
deformada.
– ¿Perdón?
– Sé lo que hicieron.
– Creo que se equivocó de número, señor, respondo cortando lo que creo que es
una broma de niños.
– No, insiste el robot. Liv Sawyer y Tristan Quinn. Sé lo que hicieron. Y eso se llama incesto.
La conversación se termina y mi corazón se detiene. La tierra dejó de girar, pero
las risas y los gritos siguen llegando hasta mí desde el comedor.
¿Pero quién podría ser?
Y sea quien sea, ¿cómo supo eso?
¿Y si mi padre o mi madrastra hubiera contestado?
– ¡Liv, regresa aquí, tienes que explicarle a este idiota las ventajas de ser una hija
de papá! bromea mi padre desde lejos.
– Tristan, ¡no la insultes, es tu hermana! lo regaña Sienna.
« Tu hermana… »
« Nada es tan grave como crees…»
« Eso se llama incesto… »
Nada. Excepto eso.
                
                    Continuará...
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