2. Todas las puertas se cierran

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– ¡… tu pequeña niña querida...! ¡... siempre ha estado antes que yo...! ¡... incapaz de amar a
nadie!
Las palabras de Sienna hacen temblar las paredes de la casa. Todavía. La pareja está en las últimas,
agoniza. Desde hace varios días, entre mi padre y mi madrastra hay una guerra declarada. Y si bien
Tristan y yo tenemos en parte la responsabilidad por la tensión que reina ahora en la casa, esos dos no
pueden decir que nosotros hicimos que se dejaran de amar.
No son ni las 7 de la mañana. Los gritos coléricos de Sienna resuenan desde la planta baja, suben la
escalera como una inmensa ola, ensordecedora, y llegan a estrellarse contra la puerta de mi habitación.
Salto fuera de mi cama, corro al rellano, con los ojos recién abiertos pero el corazón asustado. Abajo,
la única respuesta de mi padre llega hasta mí, con una voz plácida pero firme, casi insensible:
– Habla menos fuerte.
– ¡… toma tus cosas y vete...! ¡Si eso es lo que quieres! ¡Vigliacco! ¡… cobarde…!
Abajo, el nuevo monólogo furioso de mi madrastra llega hasta mí por fragmentos entrecortados por
los insultos en italiano que no comprendo, como si ella estuviera demasiado atormentada como para
formar frases completas o comprensibles.
Arriba, la puerta de Tristan se abre violentamente. Lo veo salir, con el cabello despeinado y el
rostro enfadado. Pasa detrás de mí a toda velocidad con el ceño fruncido y deja a su paso una
corriente de aire glacial que me deja la carne de gallina. Se dirige directamente a la habitación de
Harrison, deja la puerta abierta y se inclina hacia su hermano. Veo su gran mano grácil pasar
suavemente por la cabeza del pequeño. Harry termina por enderezar su pequeño cuerpo frágil, se sienta
en su cama y le tiende los brazos a Tristan. Luego ambos se abrazan, se unen.
Con playera y bóxers negros, Tristan me da la espalda. Encima de uno de sus amplios hombros,
Harry deja caer su cabeza. Sus ojos azules me miran desde lejos, y veo grandes lágrimas silenciosas
rodar por sus mejillas. Mi corazón se estruja.
Después de arrullar a su hermano por algunos minutos, Tristan lo vuelve a acostar y cierra la puerta
de su habitación. Su mirada de un azul tórrido se cruza finalmente con la mía. En ella leo una mezcla de
rabia y vulnerabilidad, una llamada de auxilio al igual que una amenaza de explotar en cualquier
momento.
– ¡... tus responsabilidades… di merda…! ¡Sé un hombre, Craig...!
– Mierda, ¡¿Quieres callarte?! le grita Tristan a su madre inclinándose peligrosamente sobre el
barandal de la escalera. ¡Tienes otro hijo muerto de miedo aquí arriba, por si acaso lo olvidaste!
La voz de Sienna se apaga de inmediato. Y la de Tristan, destrozada, continúa resonando por largo
tiempo en el silencio. Se escuchan unos tacones golpeando la duela hasta la entrada, ruidos de bolso y
de llaves, luego la puerta de la villa se azota. Mi padre sube lentamente la escalera, con un paso pesado
y cansado. No ha llegado hasta arriba antes que Tristan lo ataque:
– ¡Maldita sea! ¿Por qué no la callaste?
– Sé que estás enojado. Pero déjame arreglar esto a mi manera, Tristan. ¿Cómo está Harry?
– ¡Mal! ¡No estás arreglando nada, Craig, la estás dejando controlarte!
Mi padre abre la boca para responder, pero Tristan ya está atrincherado en su habitación, después
de azotar la puerta. No pude evitar sobresaltarme.
– Tal vez tengamos que mudarnos, Liv. La situación se está volviendo insoportable para todo el
mundo. Tengo que pensar las cosas.
– ¿Qué quiere decir eso...? respondo con una voz temblorosa, insegura.
– No lo sé, me dice suspirando, antes de ir a consolar a Harrison.
Que mi padre me confesara su impotencia me rompe un poco más el corazón. Imagino a Tristan
acostado en su cama, con los brazos cruzados detrás de la cabeza y los ojos buscando una solución en
el techo. O tal vez recostado boca abajo, con la cabeza hundida en su almohada para evitar gritar.
Tengo unas ganas locas de ir con él, de hacerme lugar para acostarme a su lado, sin hablar. Sólo para
que mi cuerpo helado y su coraza glacial produzcan calor, juntos, como bien sabemos hacerlo. En lugar
de eso, regreso a mi habitación y me siento en el piso, de espaldas a la puerta. Intentando resolver
todas las preguntas que me asaltan.
¿Mi padre va a separarnos?
¿Va a dejar a Sienna de una buena vez por todas?
¿Nos mudaremos a nuestra casa anterior aquí, en Key West?
¿Piensa regresarme a Francia, lo más lejos posible de Tristan Quinn?
¿Podría soportar dejar esta villa, que tanto había odiado cuando me obligaron a mudarme
aquí?
¿Lograré vivir sin él?
Una noche, soñé que Sienna tiraba la pared que divide nuestras habitaciones y que en su lugar
construía una barrera con alambre de púas mortales. Así, mi castigo era ver a Tristan todo el tiempo,
mirarlo dormir, vestirse, desvestirse, escucharlo tocar la guitarra, cantar, llamar por teléfono, refunfuñar
contra todo el mundo. Verlo así de apuesto, fuerte, triste, insoportable, frágil o terriblemente atractivo.
Todo eso sin poder acercarme nunca a él.
Mi padre me juró que no le contó a mi madrastra los secretos que le confié. Mis sentimientos por
Tristan. Nuestra historia que fue tan importante para mí. Que todavía lo es, más que nunca, a pesar del
intrincado nudo en que se ha convertido. No sé si Sienna se creyó la versión de que « Sólo fue un error
», pero en vista de las pocas palabras y miradas que intercambia con su marido, podría decir lo mismo
de su matrimonio... Un error.
Entre Tristan y yo, todo sigue igual de fuerte, pero nunca había sido tan complicado. El infierno ha
comenzado. Cuando estamos solos los dos, me siento fuerte, dispuesta a todo. Nuestros besos
robados me vuelven loca de felicidad, loca por él. Las miradas que intercambiamos me hacen creer que
todo es posible, que la tempestad terminará por calmarse. Pero en público, mi seguridad se acaba. La
maldad de las personas, su crueldad, su indecencia. Los juicios que nos hacen sufrir constantemente me
sobrepasan. Me obligan a alejarme de él. Muy a mi pesar. Poco a poco, una montaña se erige entre
nosotros dos, cada vez más alta y cada vez más rápido, imposible de atravesar. Y esta distancia entre
nosotros me llena de un vacío inmenso que me da vértigo, pero que parece inevitable. Casi merecido.
Como si tuviera que pagar. Y sin embargo, no me siento más culpable por amarlo.
¿Entonces por qué me estoy encerrando lentamente? ¿Por qué me apago poco a poco? Es como si
quisiera desaparecer, para ya no ser una presa fácil. Al contrario de Tristan, yo soy incapaz de soportar
las miradas de los demás. Sus insultos, sus bromas de mal gusto. Los rumores a mis espaldas. Los
vistazos furtivos, insistentes, de reprobación o asco. Las familias enteras que voltean a verme cuando
paso. Los autos que pasan y me tocan el claxon. Un día, en la tienda, un chico al que conocí vagamente
en la escuela me persiguió por los pasillos, con un pepino en la mano, susurrando:
– Sawyer, ¿quieres probarlo? ¿O sólo comes lo de tu propio huerto...?
Le lancé mi botella de leche a la cabeza antes de huir corriendo para que no me viera llorar. La otra
vez, fue una antigua profesora a quien me encontré en la calle. Una mujer a la que siempre admiré por
su inteligencia y bondad. Estaba acompañando a un grupo, tal vez iban camino a un museo. Al verme,
los adolescentes se pusieron a silbar, reír y hacer poses sugestivas gritando « ¡mi hermano, oh sí, mi
hermano ». Ella los hizo cambiarse de banqueta y luego me rozó murmurando « Lo lamento », mientras
verificaba que nadie la viera dirigiéndome la palabra. Creo que hubiera preferido que me ignorara.
En la biblioteca, cuando fui a sacar unos manuales sobre el derecho inmobiliario para mis clases,
alguien metió otro libro en mi montón: ¿Cómo superar el incesto? En la panadería, me preguntaron si
no tenía vergüenza de atreverme a salir después de « eso ». En la agencia inmobiliaria, varios clientes se
negaron a ir a visitar propiedades porque yo sería su guía. Romeo salió a mi rescate. Mi padre me
repitió que no era mi culpa y que no debía preocuparme por eso. Pero sé que al menos dos ventas
fueron canceladas por causa de la « mala reputación de la Luxury Homes Company ».
Intenté aguantar con todas mis fuerzas. Hasta esta última escena de humillación. En la gasolinera, un
tipo de unos treinta años - que tenía un anillo en el anular izquierdo, detalle importante - me ofreció
amablemente su ayuda al verme llorar. Creí que esto era una muestra de humanidad. Que era un buen
samaritano. La excepción que me regresaría la confianza o, en todo caso, iluminaría mi día. Pero el tipo
sonriente terminó por proponerme en voz baja deslizar « su bomba en mi tanque, si me entiendes ».
Entendí muy bien, así que subí a mi auto. Y él agregó:
– ¡Si puedes hacerlo con tu hermano, no veo por qué un hombre casado te causaría problemas!
Por poco tuve un accidente al regresar, puesto que las lágrimas inundaban mis ojos y me obstruían
la visión. Entonces decidí que no volvería a salir. Nunca más. Ahora me dedicaría a las clases por
correo y a los manuales comprados por Internet. Haría el trabajo administrativo de la agencia desde la
casa. Bonnie y Fergus estarían invitados a mi habitación. Pasaría algunos días sin mucho ánimo con
Harry en el jardín trasero - nunca en el delantero, donde me pueden ver desde la calle. Tendría largas
conversaciones con Betty-Sue, sólo por teléfono, y ella me pasaría a sus compañeros de cuatro patas
para que escuche los tiernos gruñidos del cerdo y los maullidos de los gatos - que creo que más bien la
arañarían y escupirían cuando se acercara a ellos - y finalmente el ruido totalmente inaudible del bebé
pelícano pidiendo comida.
Mi abuela es la única que puede arrancarme una sonrisa.
– Sawyer, ¿me escuchas?
La voz ahogada de Tristan llega hasta mí, del otro lado de la pared, una noche en que creí que no
había nadie en casa. Mi libro se me escapa de las manos y cae al piso, al revés, con las páginas todas
dobladas. Nisiquiera lo recojo.
– ¿Alucino o me acabas de lanzar algo a la cara?
– No…
– Entonces me escuchas.
– Sí…
– ¿Sabes qué día es hoy?
– …
– El 14 de febrero.
– …
– ¡Es el maldito San Valentín, Sawyer! ¡Hasta Craig y Sienna salieron!
– ¡¿Juntos?!
– No tengo idea. Pero se llevaron a Harry.
– ¿Por qué me dices esto?
– Porque no hemos hablado desde... ¿Desde cuándo?
– Demasiado tiempo..., me murmuro a mí misma.
– No escuché.
– Ya sé…
– ¡No hay nadie en casa y aun así nos estamos hablando a través de esta estúpida pared! se
exaspera de nuevo Tristan.
– Ven, murmuro de nuevo, sin atreverme a hablar más fuerte.
– ¿Qué?
– No, nada.
– ¿No me extrañas?
Su pregunta es como una puñalada en el corazón. Pero su voz grave y profunda me llena de un
extraño calor. Siento como si cada una de mis células se despertara, reviviera. Pero no quiero creer en
lo que escucho. No quiero caer en la trampa. La historia de amor imposible. La esperanza de algo más.
– ¿Qué tiene que ver San Valentín, Quinn? le pregunto suspirando.
– ¡No me importa en lo absoluto esa tonta fecha! Y sé que a ti tampoco. Nunca habríamos salido
un día así, si hubiéramos sido libres, en otra vida. ¡Pero justamente, no estamos juntos! No somos
libres. ¡Y nisiquiera sé por qué! ¡Y eso me vuelve loco, Liv! Todo lo que tenemos que hacer, es decidir
serlo. Ir a tomar una copa, comer algo, como personas normales. Demostrarle a todos esos idiotas que
pueden pensar lo que quieran, decir lo que quieran, escribir estupideces en nuestra fachada, pero que
nada cambiará lo que pasa aquí. Entre tú y yo.
Aparezco en la puerta de su habitación, imantada por su poderosa voz, tranquilizada por sus
certezas, fascinada por la fuerza de su carácter, capaz de todo. Movida por algún sentimiento mucho
más fuerte y más grande que yo.
– Te advierto que no me voy a cambiar.
Tristan observa mis shorts de mezclilla todos deshilachados, mi playera simple, blanca con rayas
azules, mi cola de caballo medio deshecha, y me sonríe. Y pierdo toda miseguridad. Élse acerca, con
su maldito hoyuelo marcado en su mejilla y una chispa de alegría y de malicia haciendo brillar su mirada
orgullosa.
– Entonces, sólo así... dice jalando suavemente mi liga para desamarrar mi cabello.
– Tú y tu espíritu de contradicción, suspiro, divertida.
Élsepara mi cabello enredado y luego toma mirostro entre sus manos antes de besarme.
Muero de felicidad y de tranquilidad, como si un genial doctor acabara de encontrarle un
remedio a mi mal.
                                      ***
Algunos minutos más tarde, ambos caminamos lado a lado, a lo largo del camino que lleva al centro
de la ciudad. Ignoramos los cláxons y los gritos inaudibles cobardemente lanzados desde las ventanillas
abiertas. Pero mi corazón late ya un poco más rápido de lo normal. Al llegar frente al Dirty Club,
Tristan me pregunta « ¿Lista? », le respondo que no pero aun así entramos. Él pasa su cálida mano bajo
mi cabello para ponerla en mi nuca, como para asegurarme que está ahí, que puede protegerme.
Escoge una mesa cerca de la pared, se sienta frente a la multitud y me deja el lugar « fácil », el que no
me obligará a enfrentar todas las miradas. Luego Tristan se inclina para decirme, por encima de la
música que está demasiado fuerte:
– ¿Hubieras imaginado que tantos imbéciles saldrían en San Valentín? Hasta los chicos más
populares. Y los más rudos.
– Siento que toda la ciudad está aquí.
– Eso es lo que queríamos, ¿no? ¡Enseñarles a todos!
– ¡Te lo suplico, no me beses!
– OK, primero te emborracharé.
Su sonrisa de niño travieso despierta automáticamente la mía. Él me abandona por un minuto para ir
a la barra, después de susurrarme « No estaré lejos ». Es la primera vez en mi vida que odio tanto la
soledad. Que ésta me parece tan peligrosa. Luego Tristan regresa con dos cervezas, se sienta sobre su
silla y me extiende su copa para brindar. Me parece demasiado apuesto con su playera gris obscuro.
Con su rostro que respira la audacia y la provocación, su lenguaje corporal que evoca más bien una
indolencia sexy y al mismo tiempo inamovible.
– Lo estamos pasando bien, ¿no?
– No lo sé. ¿Cuántos están haciendo gestos obscenos a mis espaldas?
– Sólo tres o cuatro, dice sonriéndole a alguien detrás de mí, antes de mostrarle su dedo medio.
– ¿Por qué nos castigamos así?
– ¡Porque no estamos haciendo nada malo! ¡Sólo estamos tomando una cerveza en un bar! ¡Y los
estamos molestando, Liv!
– ¡Están enfermos! grita alguien de repente desde elfondo del lugar.
– ¿Nos vamos? propongo después de eso.
– No, terminarán por cansarse.
– Los Key Why son cinco, ¿no podías escoger a otro miembro, Sawyer? me agrede una voz
femenina.
– No voltees, ignórala, me resopla Tristan entre dientes.
– ¡Yo sí tenía derecho de acostarme con él, tú no! grita otra fan molesta.
– ¡Lástima por ti, Kayla! le responde alzando los hombros.
– ¡Bola de tarados!
– ¡Me dan asco!
Los insultos se multiplican detrás de mí, al infinito. Los gritos aumentan, un poco más fuertes, un
poco más agudos y más excitados. Los silbidos y los abucheos se propagan como un rastro de pólvora
y me taladran los tímpanos. Es interesante cómo elser humano ama el efecto de la muchedumbre, cómo
necesita del apoyo de los demás para ponerse a ladrar por su parte, cómo se lanza con todo al primer
campo de batalla sangriento que encuentra. Bastó con que uno solo de esos salvajes se lanzara para
que todos los demás encontraran valor de repente. Mi corazón se acelera y los oídos me zumban.
Tristan termina por levantarse, tirando la mesa y nuestras cervezas de paso, y grita hacia el techo:
– ¡¿Cuál es su maldito problema?! ¡Que uno de ustedes venga a decírmelo a la cara!
Aprieta los puños, eructa, y mi primer reflejo es ir a detenerlo. Pongo mis manos alrededor de su
cintura, pegada a su espalda, lo jalo hacia mísuplicando que se detenga, que salgamos de allí. Luego es
el gerente del Dirty Club quien llega a interponerse entre Tristan y nuestros adversarios, pidiéndonos
que salgamos de su bar antes que las cosas empeoren. De paso, el encargado huraño me dice que sabe
bien que no tengo 21 años, que no debería tomar alcohol y que más me vale irme pronto. Este nuevo
ataque termina con mis últimas fuerzas. El cuerpo musculoso y encolerizado de Tristan se me escapa y
me lanzo a la salida, muerta de vergüenza, de angustia y de calor. La puerta se azota detrás de mí. El
escándalo por fin se detiene. Sigo corriendo en la calle, dejo que el viento fresco de la noche me golpee
en las mejillas, tranquilice mi sangre hirviente. Y la adrenalina que corre por mis venas me impide llorar
por ahora, o simplemente pensar.
– ¡Otra vez estás huyendo, Sawyer! ¿Por qué huyes de mí?
La voz desgañitada de Tristan atraviesa la noche. Me detengo en seco y él me alcanza sobre la
banqueta. Luego se separa, camina hacia atrás por el camino, mientras toma el cuello de su playera y
jala la tela, como si le costara trabajo respirar. Su cabello está despeinado, sus rasgos están tensos. Y
verlo así de herido me rompe el corazón. Pero menos que las palabras que pronuncia, con un tono de
desesperación:
– ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué no los enfrentas conmigo?
– No puedo... No soy tan fuerte como tú.
– ¡Pero quiero ayudarte! ¡Estar aquí para ti! Protegerte de todos esos imbéciles. Quiero ser tu
hombro, tu impulso, tu armadura, ¡todo lo que necesites! ¡Sólo juntos somos más fuertes que ellos!
– Lo intentamos, Tristan. Vine contigo. Jugamos a la pareja a la que no le importa nada, que está
por encima de ellos, pero no funcionó. No se detendrán hasta destruirnos.
– ¡Y tú ni siquiera nos defiendes! ¡En cuanto las cosas se complican, corres! Me dejas peleando
solo, por los dos, como si…
– ¿Como si qué?
– ¡Como si no te importara!
– No estás pensando lo que dices...
Mis ojos lo desafían a demostrarme lo contrario. Sostengo su mirada, por primera vez. Ignoro las
lágrimas que fluyen bajo mis párpados y lo sigo mirando. Pero sus pupilas azules y brillantes se desvían.
Barren por un momento el asfalto entre nosotros.
– Sí, Liv, resopla con una voz casi apagada. Yo siempre te pongo a ti antes que a mí. Tú sólo te
proteges. Te salvas a ti antes que a nosotros. La opinión de los demás, tu imagen, todos tus miedos...
eso vale más que lo nuestro.
Tristan marca una pausa, suelta su playera arrugada y dirige los ojos al cielo azul marino. Sigo
tontamente su movimiento, como si la solución se encontrara allá arriba. Como si pudiera mantener
nuestra unión simplemente mirando la misma estúpida estrella que él. Pero termina por decir en un
suspiro:
– Fui tan idiota... en creer que tú eras diferente. ¡Que nosotros éramos diferentes, mejores que los
demás! Que había encontrado a mi otro yo. Mierda, ¿cómo pude creer en esas idioteces de las almas
gemelas?
Él mantiene la cabeza hacia atrás. No sé si está llorando o sonriendo de esa forma amarga que tanto
odio. Ya no veo más que su manzana de Adán atravesando su piel. Como una estocada que me llega
directo al corazón.
Luego Tristan se voltea. Su cuerpo fornido se marcha, en medio del camino. Clava sus dos puños
apretados en sus bolsillos. Su andar lento, grácil e indolente lo lleva lejos de mí. Su imagen se vuelve
borrosa, ahogada bajo mis lágrimas.
¿Acaso acabo de perderlo?
¿Para siempre?

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