Las horas pasaron y cada invitado había regresado a su hogar, los únicos que quedaban eran los esposos Medina.
Alejandra y Rafael se encontraban en la sala de estar, ésta estaba en la planta baja y tenía una preciosa vista al jardín, ambos veían la iluminación y las estrellas; se sentaron en uno de los sofás y comenzaron a platicar en voz baja.
-Me amas?- preguntó Alejandra dándole un beso en la mejilla
-Al rato que lleguemos al departamento te lo demuestro.- Exclamó Rafael mientras tomaba la mano de su ahora esposa, ella le clavó la mirada y le sonrió débilmente -Hasta crees, si lo que yo quiero es dormir.-
-Pues no te voy a dejar.- Dijo él en un tono de voz más alto.
-No la vas a dejar qué?- gritó don Jorge que se encontraba detrás de ellos, Rafael se quedó callado -Que jamás la voy a dejar en toda mi vida.- Dijo con un tono de voz tembloroso
-Ándale sí.- Susurró Alejandra mientras se reía, ella le soltó la mano
-Ay Rafael hasta te sudaron las manos.- dijo aun limpiándose la palma en el abrigo.
Don Jorge se sentó en el sillón que estaba frente a ellos -Muchas gracias por esta sorpresa Rafael, créeme que mi familia y yo, siempre te lo vamos a agradecer, pero al ver esta casa... tan grande, pensaba en que no quiero estar sólo, no me gustaría vivir aquí.- Alejandra se levantó y se sentó a un lado de él -Papito pero es tu casa, la casa que compraste con mi mamá, aquí crecí, aquí tuviste muchas alegrías.-
Don Jorge miró para todos lados, como recordando las cosas buenas que había tenido en su hogar -Eso no te lo voy a negar Ale pero por lo menos deberían de quedarse unos días conmigo.- Dijo acompañado de un suspiro -Tu tía optó por irse con Quiñones.-
-Quintana papá- Alejandra, por su parte volteó a ver a Rafael -Es que no... no sé papá, es una decisión muy apresurada-
-Se pueden quedar en tu recámara, es muy grande nena-
-No... no... no sé- seguía dudando de la decisión que tomaría
-George no importa, tú yo nos la vamos a pasar bien, yo te haré compañía- Alejandra vio a Rubí, estaba justo detrás de ellos escuchando la conversación -Sabes qué papá si nos quedamos, verdad mi amor?- Él sólo asintió con la cabeza -Pero eso será mañana papá, Rafael y yo tenemos que ir por nuestras cosas, ropa, zapatos, ya sabes-
-Nena, por favor, quédense desde esta noche, ya no hay ni un alma, no sé vayan-
-Papá pero no tengo aquí ninguna pijama, ni Rafael-
-No están ya casados?- pregunto Don Jorge -Pues hoy es una buena oportunidad para que empiecen a hacer crecer esta familia-
Rubí tomó a Jorge de la mano y ambos subieron las escaleras -Háganme abuelo pronto- exclamó Jorge desde el último escalón.
Rafael se levantó y se sentó al lado de su esposa.
-Eso, que dijo tu papá, es una buena idea- ella sólo lo veía, Alejandra se levantó del sofá y se dirigió a su recámara, Rafael camino detrás de ella y la alcanzó, la tomó por la cintura y ambos entraron a la recámara, Rafael cerró la puerta, buscaba los interruptores para apagar la luz, pero no los encontraba, ella se dirigió a la cama y se sentó -Rafael sólo pienso quedarme unos días, compréndeme mi amor- dijo mientras se sacaba los zapatos.
-Alejandra linda, si a ti te hace feliz estar aquí con tu papá, yo soy feliz, y no importa cuánto estemos aquí mi cielo-
Ella se levantó y se acercó para abrazarlo -Rafael qué te parece si tú te duermes en el sillón y yo en la cama- se vieron a los ojos
-No le vas a hacer caso a tu papá? Dijo que quería nietos pronto y yo no le pienso fallar-
-¡Rafael!- exclamó Alejandra
-Alejandra, no seas una hija desobediente- se acercó más a ella y comenzó a besarla, la cargó hasta la cama y la recostó, empezó a quitarle el abrigo -Rafael...- susurró ella
-¿Mande?- dijo Rafael dándole besos en el cuello.
-Y si nos escuchan?- preguntó pues su angustia en esos momentos era mucha no quería que nadie los escuchara, mucho menos su papá
-Dime quién nos puede escuchar mi reina-
-La recámara de mi papá está justo al lado-
Rafael dejó de besarla y la vio a los ojos
-Tranquila, prometo no hacer ruido- ella le sonrió -Más le vale licenciado Medina- y continuaron besándose, Alejandra se levantó y apagó las luces, sólo dejó las lámparas encendidas, regresó al lado de su esposo y lo abrazó -Te amo.- Dijo ella
Rafael se quitó el abrigo y comenzó a quitarse el cinturón del pantalón.
-Ahorita también vas a saber cuánto te amo-
Ambos se rieron y apagaron por completo las luces.