Parte 1

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-¡Chimuelo, destruye las jaulas!

-¡No dejen que escapen!

-¡Atrápenlos!

¿Cómo había llegado a eso?

-Vámonos, amigo..-le pidió en voz baja. Sin rechistar, el Furia Nocturna se deshizo con facilidad de los vikingos que trataban de apresarlo y salió por la abertura que había hecho con anterioridad a la arena, seguido de cinco dragones.

Por supuesto, los vikingos no tenían planeado dejarlo ir tan fácilmente, ni siquiera su propio padre.

Los más jóvenes (Patán, Patapez, Astrid, Brotacio y Brutilda) no tardaron en ayudar, lanzando hachas, lanzas e incluso escudos a los dragones que trataban de huir de los agresivos vikingos.

Por poco y una hacha había logrado alcanzarlo, rozando su mejilla y sacándole un poco de sangre, pero no pasó a mayores.

Ya incluso a una distancia prudente no pudo evitar mirar hacia atrás, a su pasado, su... ¿hogar?

Negó con la cabeza. Ése no era su hogar. Un hogar era un lugar en el que te sentías bien, amado y protegido, un hogar eran aquellos que estaban siempre contigo sin importar la situación. Un hogar no era Berk.

-¡TÚ NO ERES MI HIJO!-escuchó el grito furibundo del líder de Berk.

No sabía por qué, pero eso le dolió, aún cuando su padre nunca vio por él, se avergonzó de su sola existencia y depositó toda su desconfianza y nada de orgullo en él. A ojos de todo Berk, a ojos de su padre, él no debió haber nacido. No era un vikingo. Pero aún sabiendo el desprecio de la gente hacia él, seguía doliendo. Y mucho.

Un gruñido le hizo salir de sus pensamientos. Chimuelo trataba de reconfortarlo, incitándolo a ver el atardecer frente a ellos.

Sí, tal vez no era un vikingo, tal vez ni siquiera era hijo de alguien o le importaba a alguien, pero ya tenía un hogar.

Ya tenía a Chimuelo.

Y con eso le bastaba.

Con eso me bastaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora