Parte 3

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Bocón ya estaba cansado de sus vacaciones, y eso que sólo llevaban un día y medio ahí. No es que no disfrutara del no estrés del paradisíaco lugar, es sólo que... extrañaba su forja... extrañaba las cosas que su pupilo y casi hijo le había dejado antes de desaparecer por la injusticia de su padre idiota... extrañaba el hogar en el que prácticamente crió al pequeño vikingo-no-tan-vikingo desde sus tiernos 5 años, extrañaba imaginar a Hipo ayudándole en la forja y escuchar sus sarcásticas respuestas. Extrañaba lo poco que le había dejado su hijo.

-¡Bocón, mira esto jajaja!-salió de su ensoñación al escuchar el llamado de su líder. Estaba señalando lo que parecían ser rocas de colores y perlas pequeñas.

-¡No sé por qué te emocionas, Estoico! Esas cosas no se comen...-respondió en un grito, rodando los ojos por lo infantil de su mejor amigo.

-¡Pero valen demasiado! ¡¿Cuánto crees que nos de Johan por esto, eh?!-la sonrisa del pelirrojo parecía imborrable en ese momento. Una vez más rodó los ojos, gesto sacado de Hipo.

-Iré a explorar, estar aquí me asfixia, además, el olor a Jack ya abunda.-informó, dando media vuelta para irse, pero la voz de un vikingo lo hizo regresar a su lugar, a pesar de que el llamado no era para él.

-¡Señor, encontramos a este niño no muy lejos de aquí!

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Asier había salido a jugar con las crías del Norte de la Isla como casi todos los días, ¡Le encantaba! Jugaban carreritas y a veces salían golpeados, como cualquier niño, pero siempre se levantaban y seguían jugando. Pero esta vez se pasó.

Al rato de aburrirse de las carreras comenzaron a jugar con un coco vacío, lanzándolo y golpeándolo con sus colitas. Los más pequeños hacían de público y los demás jugaban. Él era el más rápido, pero siempre procuraba ir al nivel de los demás para que el juego fuera justo.

Hasta que...

-"¡Asier, te toca a ti ir por la pelota!"-le gritaron sus amigos. Aceptó, pues ya habían ido Fresa,  Coco, Diente y los gemelos Erupción y Explosión. Era su turno.

Lamentablemente Diente, al ser un Pesadilla, lanzaba mucho más fuerte que sus amiguitos, por lo que había llegado demasiado lejos. Pero no le importó. Voló rapidísimo hacia la pelota/cáscara de coco, siguiéndola aún en el aire y llegando a rebasarla a pesar de que esta iba a velocidad impresionante. Iba a alcanzarla, ya casi, ya casi...

-¡Bocón, mira esto jajaja!

¡Vikingos!

Papi le dijo que no se acercara. Se transformó de nuevo a humano y trató de alejarse lo más posible del lado sur, pero fue demasiado tarde. 

Sintió como lo tomaban en brazos y lo llevaban, no pudo reaccionar, tenía miedo...

--¡Señor, encontramos a este niño no muy lejos de aquí!

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Bocón vio impresionado y extrañado al niño, ¿no era una isla desierta?

El hombre que lo cargaba lo dejó en el suelo con poca delicadeza, pero el niño no se quejó, lo que lo sorprendió aún más, pues hasta los niños vikingos lloraban cuando eran soltados así.

Estoico se acercó al pequeño azabache de piel blanca como la nieve y ojos tan verdes que simulaban la vida silvestre, llenos de pureza e inocencia...

Le recordaron a los de su hijo.

-¿Quién eres?

El niño no respondió

Con eso me bastaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora