No como un vampiro joven

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-Respira.

Marco obedeció, todavía algo tembloroso, e intentando no pensar en todo lo que había sucedido ayer desde el momento en que pisó la escuela. La otra cara de sus nuevas habilidades. Contuvo el aire unos segundos y lo dejó ir, repitiendo hasta que pudo hablar sin que le temblara la voz.

-Tom... gracias.

El demonio lo miró, sin comprender.

-Por estar aquí. Y por... er, esto- señaló la cama en la que se había despertado.

-Era la más cercana, y si despertabas y no me veías, podrías haber entrado en pánico de nuevo. Además, si realmente había alguna clase de peligro, lo mejor era no estar en sitios separados. ¿Te estás sonrojando? No he utilizado ninguno de mis encantos en ti.

Marco se tapó la cara con las manos, y luego su torso bajó hasta tocar las sábanas.

-Nunca había dormido en la cama de otra persona- dijo entre sus dedos.

-¿Ni en la de tus padres?

-No. Tenían mi cuna al lado, pero siempre era "cada uno en su camita".

-Espero no te haya resultado desagradable.

(Semilla a árbol joven, con mucho por delante. No tocar. No bromear sobre el tema. Aún está vulnerable. No sería justo, no sería bueno, no es base saludable. Demasiado frágil ahora. Apoyar, no tocar.)

-¿Dijiste algo?- preguntó Marco.

-"Espero no te haya..."

-No, después de eso.

-No. ¿Has sentido algo?

-Er... creo. Aunque no eran del todo palabras. Y no es la primera vez que pasa.

-¿En qué circunstancias sucedió la primera vez?

-Fue ayer, en la escuela... ¿Por qué no fuiste a clase?

-Tenía un par de cosas que hacer, y cuando terminé era tan tarde que no valía la pena.

(Cosas fluyendo por debajo de la superficie. Capas.)

-Capas.

-¿Qué?

-Como las cebollas. Compré algunas ayer- Marco sentía que se estaba olvidando de algo, pero que si seguía tirando del hilo lo iba a encontrar –Para cocinar algo. O pretender que iba a cocinar algo. De cena. No fui a cenar. No fui... no fuimos a la escuela- lentamente, sintió que el pánico empezaba a volver.

-Marco, es sábado.

- Casa. Yo. No avisé.

-Le dije a tu madre que te quedabas aquí por la noche- el muchacho lo miró. Con sus alas relajadas, a Tom le recordó a una mascota que había tenido de pequeño. Dejó escapar una risita, y Marco lo miró, confundido –Sí, usé tu teléfono celular. Así que si quieres, puedes hacer eso que ibas a hacer.

(Seguro. Algo que él sabe hacer. Curiosidad, también.)

-¿Hacer?

-¿Qué se hace con lo que compras en tiendas de alimentos?

Un segundo de miradas.

Dos

-¿Sabes qué?- dijo Marco, al final –Tienes razón. No vale la pena que se desperdicien, y con la hora que es, más vale empezar a hacer un almuerzo temprano. ¿Me alcanzas mi ropa? ¿Por qué sonríes?

Hasta los huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora