Baile de máscaras

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-Marco aún no regresa- dijo Tom, sintiéndose nervioso.

-No demora tanto en ir al baño, por lo general- dijo Star, algo intranquila.

-Creo que iré a buscarlo.

-¿Y por qué yo no?

-Porque, Star, si aún está en el baño...

-Oh. Cierto- la chica se movió, inquieta –Ve, ve.

Tom salió de la sala luego de preguntarle a una de las camareras en dónde estaba el baño de caballeros, y si había más de uno. Sólo uno para toda la nave, le dijo, y hacia allá fue él, sintiéndose intranquilo. Tenía la sensación que algo no estaba del todo bien allí.

-¿Marco?- el baño de varones era pequeño pero lujoso, y lleno de espejos. Observó que ninguno de los tres baños estaba ocupado. Al llegar al final, se dio la vuelta, y vio entrar al señor Nieve.

-¿Sucede algo, muchacho?- preguntó, con el tono de voz puesto en "encantador".

-No encuentro a alguien.

-¿Cómo lucía? Quizás lo haya visto...

-Él... estaba disfrazado de mariachi calavera.

-Oh, sí, lo he visto. Fue a la habitación principal con mi hijo. Sugiero no los molestes, tienen derecho a la intimidad.

Tom lo miró, sintiendo que algo estaba mal, realmente mal.

-¿En dónde están?- el adulto sólo sonrió y entró al baño, mirándolo de arriba abajo como si el demonio estuviese expuesto en un mercado. No le gustó para nada -¿A dónde ha ido?

-Tercera puerta a la izquierda. Marco celeste.

Tom pensó que iba a detenerlo, o hacerle algo, cuando pasó al lado del adulto, pero el señor Nieve se limitó a sonreír. Contó las puertas a medida que iba pasando por ellas, sintiendo que había algo malo sucediendo, algo urgente. Star remarcaba su lealtad, su amistad, la forma en que apreciaba a sus seres queridos, y Tom sabía, sabía, que Marco no era de la clase que jugaba con el corazón de las personas. Allí había algo malo sucediendo.

Llegó a la puerta con marco celeste. Probó el picaporte y lo abrió con un chasquido, dejando paso a una habitación poco iluminada. Tanteó en busca del interruptor de luz, hasta que alguien lo empujó con fuerza hacia dentro, cerrando la puerta con varios pestillos.

-¿Por qué no puedes dejar a mi hijo en paz? ¿Es que él no se merece algo de felicidad?

Tom se dio la vuelta, ultrajado. No tenía tiempo ni ganas de soportar semejante cosa. Algo le estaba sucediendo a Marco, y él no podía perder tiempo con ese hombre, que había dejado de lado su rostro bonachón.

-¿Por qué no se lo preguntamos a Marco?- le espetó, sintiendo que estaba a punto de invocar sus llamas. Marco no era así, no se comportaba de esa manera.

La sonrisa del señor Nieve se ensanchó.

-Prueba- señaló una pared de la habitación –Mira a ver qué tal le va.

Tom sentía una aprehensión que le cerraba el pecho, una necesidad de salir de allí e ir a por Marco cuanto antes, y algo tiraba de él hacia esa ventana. Una ventana de submarino, redonda y remachada para soportar grandes cantidades de presión. En un principio sólo vio agua, hasta que algo que identificó como un sofá pasó flotando por su campo de visión hacia abajo.

Hasta los huesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora