—Pues bien. Esos jerseys, esos rizos y esos polisones me atraparon. Y era sencillísimo atraparme, puesto que me había criado en las condiciones artificiales en las que, como pepinos en invernaderos, se crían jóvenes listos para enamorarse. Nuestra alimentación excitante y demasiado abundante, junto con la ociosidad física más completa, no es otra cosa que la incitación sistemática a la concupiscencia. Que se asombre usted o no, es así. Yo mismo hasta los últimos tiempos no veía nada. Pero ahora lo he visto. Por eso me atormenta que nadie lo sepa y que la gente diga tonterías como aquella señora. No lejos de mí finca trabajaban en la primavera unos aldeanos en un terraplén del ferrocarril. La alimentación ordinaria del aldeano es pan, kvass2 y cebollas. Con esa comida vive, anda ágil, y hace los trabajos livianos del campo. Cuando va a trabajar en el ferrocarril, su ración se transforma en casha3
2 Sidra rusa. 3 Chicharrones. , con una libra de carne. Sólo que restituye esa libra en un trabajo de dieciséis horas, moviendo una
carreta de mil doscientas libras. Pero nosotros, que comemos dos libras de carne y caza;
nosotros, que tomamos toda clase de bebidas y de alimentos excitantes, ¿cómo gastamos todo eso? En excesos sensuales. Cuando está abierta la válvula salvadora, todo marcha bien;
pero ciérrese, como yo la había cerrado temporalmente, y en seguida vendrá una excitación, que, deformada por el prisma de nuestra vida artificial, resultará en el enamoramiento más puro —a veces hasta platónico—. Y yo me enamoré como todos se enamoran: transportes, ternezas, poesía. Pero, en el fondo. todo ese amor mío venía por un lado preparado por la mamá y las costureras, y por el otro por el exceso de alimentación junto a una vida ociosa. Si no hubiese habido paseos en bote, vestidos bien tallados, etc., etc.; si mi mujer hubiese ido metida en un saco informe, y se hubiese quedado en casa, y si además hubiese sido yo un hombre normal que absorbiera los alimentos precisos para su trabajo, y si hubiese tenido la válvula salvadora abierta —por casualidad en aquel momento estaba cerrada— no me habría enamorado y no habría sucedido nada.