VII

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- ¿A dónde vamos?

El sol ya se ocultaba y Matthew solo se limitaba a guardar silencio y caminar. Las calles por estos lados estaban vacías, a excepción de nosotros. Los edificios, viejos, grises y deteriorados en su mayoría, tenían sus puertas y ventanas cerradas, no había ruido alguno, solo el chocar de nuestros zapatos contra el sucio asfalto.
Era la parte oeste de la ciudad. No había casi comercios ni población activa y por lo general la gente solo venía cuando tenía que visitar a sus seres queridos en el cementerio que estaba a unas cuadras.
Se detuvo en frente de un descampado, en seco, lo miraba alucinado.

Erguido, con su vista intacta en algo tan simple como un terreno vacío a excepción de un par de hierbas y eses de animales callejeros, soltó un suspiro profundo lleno de orgullo.

- Llegamos.

Estaba desconcertada.

-Con que clase de loco maniático vine a parar, Dios. Soy una ridícula, creyéndome lo de wolves y que esto y el otro y con este brazalete que quien sabe de dónde lo sacaste, dejándote entrar a mi casa después de que me drogaste y secuestraste como un macabro horroroso y luego con...

Puso su mano en mi boca y del bolsillo de su parka negra sacó un pequeño bote de plata, y sin que pudiera hacer algún movimiento coloco una gota del líquido opaco que el frasco contenía en mis ojos.
Solté un grito de dolor. Esta porquería ardía como lava. Mis manos estrujaron mis ojos y mi rostro en un intento de sacar algo del contenido pero lo sentía aferrarse a todo mi globo ocular.
Levante la cabeza dispuesta a golpear a el maldito maniático con el que había venido pero más voces en el lugar se hicieron presentes, como si estuviera en el medio de una ciudad en hora pico.
¿Que demonios?
Un edificio enorme, con ventanas de cristal y al menos unos 20 niveles estaba frente a mis ojos, lleno de gente circulando por aquí y por allá. Todos vestidos de ropas blancas, negras, verdes y amarillas. Cada uno con una originalidad para expresar su personalidad y gustos en cada una de las prendas de su cuerpo, a pesar de que eran de la misma tonalidad. Todos eran diferentes.
Mi expresión de sorpresa y desconcierto debió ser algo jamás visto. Solo daba vueltas y vueltas en el lugar mirando todo con admiración, como un niño que conoce el parque de diversiones por primera vez. El espacio pareció haber aumentado cien veces más y la gente seguía saliendo y caminando por todas partes. De todos modos, a nadie parecía importarle mi presencia o quizás estaba lo suficiente confundida para fijarme si alguien me estaba viendo.
Me tambeleé en el lugar desconcertada y todo se volvió negro.

Diablos, otra vez no.

***

-Espera David, no vayas tan rápido, siento que voy a explotar. - No podía dejar de reírme.

El carrusel daba vueltas y vueltas y todo se veía borroso, ya nisiquiera distinguía la jirafa sonriente de la playera roja de David. Tenía una mano abrazada a la cabeza del pequeño poni blanco de plástico que giraba sin parar y con el otro brazo trataba de encontrar el equilibrio de nuevo, moviendolo de un lado a otro.
Sin pensarlo dos veces salté intentado caer encima de él, y al parecer no medí el impacto porque ambos caímos hacia atrás para desplomarnos en el piso. Con las manos en el estómago y los ojos llorosos de la risa.

Despues de un par de minutos, él se paró primero y con su mano me ayudó a levantarme del suelo. Me sacudí el polvo y estire las arrugas que quedaron en el vestido celeste pastel que había comprado solo para este día y lo miré.

Y él ya me estaba mirando.

-No tienes idea de lo mucho que te amo.

Y eso se sintió tan bien, y tan malditamente mal que solo pude mostrarle la sonrisa más grande, y la más triste, que pude poner.

-Yo también te amo, David.

Y lo abrace hasta que no me quedaron fuerzas, como si fuera la última vez que lo pudiera tocar, como si fuera la última vez que lo fuera a ver. Siempre lo abrazaba así, porque nunca sabríamos cuando se descubriría nuestro secreto, nuestro amor que cuidabamos como una pequeña copa de cristal.
Me separé lo suficiente para verlo a los ojos, y lo besé. De la misma forma que lo abrazaba y pude sentir las lágrimas en nuestros rostros, y aunque no sabía quién estaba llorando de los dos no era relevante. Esas gotas saladas nunca habrían podido detener el enorme y oscuro mar que se avecinaba.




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⏰ Última actualización: Jul 03, 2018 ⏰

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