III

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Todo en mi cabeza daba vueltas.
La piel se me erizó y tuve que agarrarme del mesón para no caerme. ¿En que me he metido?

Una vez que logré ordenar mis pensamientos un poco analizé mi alrededor.

Era un comedor bastante elegante con luz tenue. Colores monótonos como el marrón el gris decoraban las paredes. Una mesa de roble, sillas antiguas, una cocina sucia.
Sin duda alguna estaba en la casa de un hombre.

Di varios pasos buscando el pasillo por el que vine pero me detuve al ver algo que llamó mi atención.

En el refrigerador, gris plata como la mayoría de los electrodomésticos, resaltaba una foto pegada con un pequeño imán. En ella aparecían dos mujeres, una mayor que la otra, y en el medio, un chico de no más de 18 años. Vestía la ropa de el ejército estadounidense y en su saco colgaban numerosas insignias. Todos parecían felices. La mujer y la joven eran casi iguales. Cabello rubio, piel bronceada, ojos café, hoyuelos en sus sonrisas. Pero el chico era totalmente diferente. Su piel era blanca, sus cejas gruesas y oscuras, como su cabello. Sin duda era el chico de mi sueño, pero el de la foto, tenía los ojos verdes.

La puerta sonó.

El sonido de las llaves intentando abrir en la entrada me alarmó.
Tenía que salir rápido de aquí.

Corrí por el pasillo y encontré la habitación en donde al parecer había pasado la noche y tome mis pertenencias.

No tenía cómo salir.

El sonido de las pisadas se hacía más fuerte.
Una pequeña ventana junto a una cajonera pareció la mejor solución.

Tiré mis cosas y las pisadas se detuvieron, pero la manija de la puerta comenzó a girar.
Me deje caer con toda mi fuerza y corrí. Corrí hasta perder de vista esa casa tan oscura y desconocida para mi.
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Truenos.

Odio los truenos.
Son como gritos, pero del cielo.

Vivir las tormentas cuando era niña no era nada sencillo, no tenía a nadie para consolarme.

Mi corazón latía con fuerza y mis mantas no lograban detener el sonido de los inminentes rugidos del exterior. Mis manos temblaban y mis mejillas se empapaban de lágrimas.

Cuando nació Isaac todo cambió.
Me prometí a mí misma que no dejaría que él pasará por lo mismo, y en cada tormenta lo sacaba de su pequeña cuna azul para cubrirlo con mis mantas y cantarle hasta calmar su llanto.

Era un niño tan precioso, tan frágil, tan solo.

Mi mamá nunca lo cuidaba. Ella debía hacer los quehaceres domésticos del hogar.

De tanto cocinar, planchar, lavar, no había un espacio para criar al pequeño accidente.
Así era como solía llamarlo mi padre.

Isaac creció en mis brazos, y a mi me encantaba cuidarlo. El cariño que nos dábamos era la única gota de amor que podríamos tener.

Cuando Issac cumplió su primer año hicimos un pequeño festejo en casa, y luego de comer un poco y jugar, justo antes de que por fin se durmiera, soltó su primera palabra.

Mamá.
Qué felicidad, ¿No?

Lamentablemente no se la dijo a su madre, me la dijo a mí.
Los ojos de mi madre se llenaron de decepción, y los de mi padre, de enojo.

Me prohibió volver a cuidar a Issac, y no fue hasta un año después que pude volver a hablarle.

Me prometí cuidarlo pase lo que pasé, y pienso cumplir mi promesa hasta el último de mis días.
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Ya pasó una semana desde mi escape.

Seguí trabajando como siempre, Isaac estaba llendo a la preparatoria, todo estaba normal.

Hoy en la noche su novia vendrá a cenar con nosotros y tengo que preparar su platillo favorito, lasagna.

Mi despensa estaba vacía pero hoy era el día de quincena así que tome mi abrigo y me dirigí al mercado.

El reloj marcaba las 8 en punto y si no me apuraba oscurecería pronto.

Por alguna extraña razón sentía la presencia de alguien detrás de las góndolas. Pero no era tiempo para paranoias, así que seguí buscando los ingredientes.

Un mal movimiento y una pila de latas de tomates se esparció por el piso. Pero al agacharme a recogerlas me encontré con un par de botas negras.

Subí mi vista y me incorpore lentamente para encontrarme con un par de ojos azules que no creí volver a ver.

Rebelión Donde viven las historias. Descúbrelo ahora