O4: Amistad

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—¿Ya me vas a hablar?

Len había perdido la cuenta de la cantidad de veces que aquella frase salió de la boca de Oliver. Desde que pusieron un pie fuera del local el más bajo le atacó con esa interrogante sin cansarse de ella, este no quiso responderle ya que seguía molesto con el capricho del chico de invitar extraños a su casa.

—¿Aún... Aún somos amigos? –La inseguridad en la voz del de vendas se sintió para Len como si hubieran atrapado su corazón entre dos manos, por lo que detuvo sus pasos sacando la diestra de su bolsillo con las llaves del auto retenidas en ella. —¿Len?

—Claro que seguimos siendo amigos. –Suspiró retomando su caminar, sus mejillas adquirieron un suave color carmín cuando Oliver sonrió de oreja a oreja y apretó el paso para llegar hasta donde su auto se encontraba estacionado, el enojo poco a poco comenzaba a disiparse, pero no quería que su amigo lo notara, quería hacerle creer que aún estaba enojado para ver si tenía la oportunidad de que así cambiara de opinión y recapacitara, quería que se diera cuenta de la locura que estaba por cometer, y además, no tenía ganas de volver a ver a esa chica. —Pero estoy enojado, Oliver.

Retomó el habla cuando ambos se adentraron al vehículo, el mencionado asintió sin responder verbalmente y se abrochó el cinturón de seguridad, Len introdujo las llaves al lugar correspondiente y encendió el auto, un molesto ruido tintineante comenzó apenas eso ocurrió y Oliver le señaló a su acompañante el cinturón que no traía alrededor de su cuerpo, el ojiverde frunció los labios y procedió a abrochárselo también.

Durante todo el camino se mantuvieron en silencio, Oliver quería hablar, estar callado no era uno de sus talentos, pero se sentiría aún más incómodo si decía algo y Len le ignoraba, no estaba dispuesto a correr ese riesgo, así que trató de distraerse viendo por la ventana, las casas de aquel lugar eran muy diferentes a la suya, probablemente la de él luciría como un castillo en comparación a esas, y con ese pensamiento un amargo sentimiento llenó su pecho. Le gustaría ayudar a esa gente con tan mala situación económica, pero no sabía cómo, aún no trabajaba, su padre era quien le mantenía, sabía que si le pedía dinero para dárselo a gente sin importancia –a sus ojos– se negaría rotundamente.

Oliver era diferente, diferente a Len, diferente a su padre, diferente a la mayoría de sus conocidos, todos ellos veían por sobre el hombro a cualquiera que no ganara el mismo dinero que ellos, y joder, incluso a los que lo hacían los veían así. Se sentía sofocado en ese ambiente tan tóxico, por eso en aquellos chicos vio una rotura a sus muros que podrían servirle de escape, y no estaba dispuesto a dejar que la sellaran, debía aprovecharla al máximo.

—...Ver.

Alcanzó a oír desde su lado y de inmediato giró la cabeza viendo a su amigo con los ojos bien abiertos, la expresión de irritación en el rostro ajeno ya era bastante normal de ver.

—Oliver, llegamos hace como diez minutos. –Exageró rodando los ojos, la verdad habían llegado hace poco, pero Oliver perdió la noción del tiempo y no estaba seguro si debía creerle o no. —Ya bájate, tengo que ir a otro lugar ahora.

—¿A dónde vas? –Indagó el ojiambar quitándose el cinturón de seguridad, Len le vio de soslayo y en respuesta se encogió de hombros soltando un suspiro que fue suficiente para responder la interrogante del chico. —Oh, okay, suerte con tu novia.

—¡No es mi...! –Soltó de inmediato, pero frenó su hablar cuando Oliver cerró la puerta antes de dejarle terminar, un alargado suspiro escapó por entre los finos labios del rubio y pegó la frente contra el volante, la bocina sonó espantándolo tanto a él como a su amigo, quien dejó caer las llaves de su casa por el susto que se llevó, y apenas las recogió se volteó hacia el ojiverde mostrándole el dedo de en medio. —¡Lo siento!

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