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El tiempo pasa cada vez más rápido dicen. Para Freya y Max el tiempo pasó tan lento que los tres meses parecieron años

El corazón de la pequeña diosa se rompía cada día un poquito más. A éstas alturas ya deseaba cumplir los dieciocho para poder irse, para olvidarlo, porque se negaba a creer que era más que un enamoramiento juvenil, pero lo era, era mucho más que eso.

Mientras Max trataba de alejarse de ella sin saber nada sobre eso. La trataba como a una hermana menor, y se le estaba haciendo cada día más difícil. Quería tocarla, acariciarla, besarla, quería hacerle el amor. Se sorprendía de la magnitud de su deseo por ella

Intentaba salir todo el día para no verla tanto. Se concentraba en su trabajo, salía a almorzar o a tomar un café por ahí con Agar para distraerse. Pero la morena no hacía más que recordarle a Freya en cada pregunta que le hacía. Que si estaba bien, que si ya había subido los kilos que le hacían falta, que si se llevaba bien con Bethy y sabe Dios que más cosas

Pero entonces un día ella le dijo algo que cambió todo. Había salido temprano sin despedirse de Freya ya que seguía dormida, y fue directamente a encontrarse con Agar pero la cabrona si algo sabía hacer era hacer sentir miserables a los demás

"Tiene diesisiete pero no los aparenta, la he visto en el hospital y realmente parece una pequeña diosa. No debes preocuparte por Freya, los hombres de verdad suelen fijarse en mujeres como ella y no dudo que no va a tardar en encontrar a alguien que la ame y la ayude a salir adelante"

Jodida hija de puta, le había dado justo en los huevos y maldita sea si no quería ser ese maldito afortunado que la tuviera por el resto de su vida

Y entonces con una excusa barata sobre dar de comer a su gato salió disparado

¡Al gato!

Le había dicho que tenía que dar de comer al gato ¡Y él ni siquiera tenía un jodido gato!

***

Su casa estaba silenciosa, Bethy al parecer no estaba. Subió las escaleras y se dirigió a la habitación donde se encontraba la mujer más hermosa que había visto y que comenzaba a... y que comenzaba a amar... dios... estaba tan jodido por ella

Abrió la puerta y la encontró, dormida y acurrucada entre las mantas rosas. Era una belleza, la vista más hermosa de ella, tenía unas ganas inexplicables de construir un castillo de cristal para su pequeña diosa y no dejarla salir de allí nunca más, ni dejar que nadie más entre. En esos tres meses había aumentado siete kilogramos, y eso ya los tenía más tranquilos, pero también lo tenía más despierto en cierta parte de su anatomía. Y es que esas curvas no eran algo de este mundo, ella en definitiva era una Diosa. Lo embelesada con el dulce y suave contoneo de sus redondas caderas, el pequeña casi imperceptible bailecito que hacían sus pechos cuando caminaba. Sus pechos... sus deliciosas tetas no eran las más grandes que había visto, al contrario éstas eran naturales y por lo que podía ver de su escote eran cremosos y amasables. Deseaba poder apretarlos uno en cada mano, encajarían perfecto.

Cerró tras él la puerta y caminó hacia ella decidido. Lo había decidido. No iba a escapar. No iba a ser un cobarde intentando no aceptar esos sentimientos por miedo a que ella se aburriera y lo dejara en algún momento

Se sentó en la cama suavemente sin querer despertarla, acarició su rosada mejilla y la contempló. Los moretones ya se habían ido por completo, el corte de su brazo no dejó cicatriz alguna pero sabía aunque no había visto, que el de su abdomen había dejado su marca allí. Eso le hacía recordar todo lo que ella había pasado, aunque no lo sabía exactamente porque nunca había hablado con nadie. Entonces se dio cuenta de lo idiota que había sido todo ese tiempo, ella de seguro todavía recordaba cada grito de esas chicas, cada cosa horrible que les hicieron, y él alejándose de ella como si tuviera la peste

Diosa de ChocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora