Prólogo

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Guardó silencio

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Guardó silencio.

Se sentía como el objeto de estudio y total repulsión debido a las miradas de los presentes sobre su persona. Desorientado, hundía sus propias uñas en la carne de sus palmas en un intento de desahogar la frustración que se apoderaba de su confundida mente. Se preguntó si se estaba volviendo loco, si estaba por caer en un vacío cuarto con otras personas que se habían perdido a sí mismas. Él no deseaba eso, no quería que lo miraran por más tiempo, no deseaba sentirse de esa forma.

Cerró sus ojos, intentando calmar su respiración y juraba que en su mente podía escuchar otra voz hablar.

―No estás loco, estoy aquí ―habló, suave, casi aterciopelada, quizá porque era la única señal de que no se volvía loco, o, por el contrario, que había perdido la cordura hace mucho.

―Silencio, Rhaast ―susurró, asustado, aterrado de que sus palabras fueran a llegar a los mayores y fuera recluido a una institución mental. Porque un infante con un amigo imaginario era lindo, pero no a la edad que él tenía.

―Niño ―habló alguien, llamando su atención de inmediato―. ¿Con quién hablas?

Ahogado, las miradas lo destrozaban. Sus ojos se llenaban de lágrimas. Él no entendía que estaba mal con su cabeza, por qué después de haber llegado al orfanato sus recuerdos se habían hecho borrosos y solo lograba recordar una vocecilla hablando en su cabeza. Todos pensaban que estaba loco, y su única compañía era el eco en su cabeza.

―Él me habla, cuando está no sé qué hago ―respondió, con voz temblorosa.

Los escuchó murmurando. Ojos entrecerrados y negaciones.

Todos eran falsos, ninguno le creía. Todos mentían, y creían que por ende él también era un mentiroso.

―Tal vez debería estar en un lugar más adecuado, uno en el cual puedan tratar con niños problemas como él.

Se levantó.

―No, no, lo hacen de nuevo ―susurró, nervioso.

―Son unos estúpidos, no lo necesitas ―dijo el individuo en su cabeza―. Salgamos de aquí, deja que te saqué de aquí.

Se levantó de abrupto, provocando un escandaloso sonido cuando la silla se deslizó un par de centímetros. Escuchó su nombre, pero no volteó a ver, por miedo a ser alcanzado por aquellas personas que no creían en él.

Luego, todo se volvía oscuro, como si estuviera dormido.

Al abrir sus ojos se encontraba en un campo verde, lleno de hierva que creía con libertad y flores salvajes y hermosas. El sonido del viento meciendo de forma grácil cada hoja de árboles cercanos que creaban melodías por su ir y venir. Sintió una mezcla de desesperación y calma. Estaba lejos de cualquiera que pudiera lastimarlo, y el mismo tiempo, se encontraba perdido.

Caminó por su cuenta, ni siquiera recordaba cuando llegó a ese lugar. Apenas le era posible recorrer por más tiempo la extensión verdosa, porque su cansancio era extremo y el hambre comenzaba a mostrarse feroz. Sin embargo, sacó la energía suficiente cuando se notó que lo habían encontrado, y a pasos tan grandes como se lo permitían sus cortas piernas, intentó correr entre la maleza.

Pese a sus intentos, no tardó mucho en verse acorralado por el grupo que lo perseguía. Se negó a ceder, buscó esconderse entre arbustos para que no pudiera ser visto, a pesar de que no había desaparecido desde antes y era obvio que sabían dónde estaba.

Entonces, como una sombra silenciosa, alguien se encontró frente a él. Ningún sonido le advirtió que se encontraba una persona cerca, por lo cual se sorprendió. No dejó que eso le impidiera intentar escapar una vez más.

―¡Aléjate! ―gritó con rabia, acorralado. No quería que nadie se acercara. Sin saber porque, solo deseaba que no lo tocaran, que se mantuvieran lejos y dejaran de mirarlo como si fuera una plaga, como si fuera objeto roto sin valor alguno.

―Basta, deja de correr. No te haré daño.

―¡Eso no es cierto, mientes! ¡Eres igual que ellos, no me creen, nadie me cree! ―exclamó, desahogándose por primera vez, su voz se quebró de un momento a otro antes de emitir la pregunta más temida―. Me enviaran a un lugar para locos, ¿verdad? ¿En realidad estoy loco?

Una mano se posó sobre su cabello con suavidad, y el destello de rubíes fríos le provocaron un sentimiento de paz.

―No estás loco.

Lo miró, sorprendido. Las lágrimas brotaron de sus ojos, repitiendo las palabras en su cabeza reiteradas ocasiones. Necesitaba escuchar eso, porque desde que en su cabeza había comenzado a escuchar otra voz, hasta él había comenzado a pensar lo mismo que todas las personas que lo rodeaban.

Sintió un leve movimiento en sus hebras oscuras, cuidadoso, y no pudo recordar algo que se sintiera similar a aquel sentimiento que lo hacía bajar la guardia mientras lloraba desconsolado. Un par de brazos lo envolvieron, y a pesar de odiar que las personas invadieran su espacio personal, se encontró cómodo en la calidez que aquel hombre le estaba brindando.

No sintió asco, ni repulsión, solo tranquilidad mientras se escondía de cualquiera que pudiera lastimarlo un poco más. Refugiándose en aquellos brazos que estaban abriéndose para consolar su solitaria existencia.

Un guía inesperado en su pesada oscuridad.

Compass [ZedxKayn]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora