¿Señor Bane?, Señor Lightwood.

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Acarició el rostro de Alec y lo acercó mientras se encontraba en medio del sendero bajo la media luna escondida detrás de una corriente de nubes de oscuras. Sus labios apretados, suavemente, y el sentido de un brazo alrededor de su cintura, y la presión de sus cuerpos apretando juntos. Magnus podía sentir el corazón de Alec...

The Eldest Curses

***

Magnus Bane, el conquistador, pero no de tierras o de colonias, sino de los corazones de las bellas damas.

En una Europa Moderna, con el desarrollo urbano y el crecimiento de las ciudades, la alta burguesía buscaba poseer los nuevos descubrimientos geográficos de la época, algo que la mantenía bastante ocupada.

Sin embargo, el desvergonzado y, muchas veces, engreído hombre de poder, guiado por su lujurioso ser, buscaba no más que atraer y poseer a las damiselas (e incluso a algún que otro caballero). Las hipnotizaba con su encanto y las impregnaba del deseo hacia él mismo, poniéndolas así a su merced.

Claro, no siempre lo conseguía, y ahí era donde hacía uso de algún tipo de hechicería.

Este deseoso hombre encerraba a las muchachas en el oscuro sótano de su mansión, que se levantaba imponente a las afueras de la ciudad. Pero ellas no eran prisioneras, ni estaban ahí en contra de su voluntad, querían estar con él y ser sus esposas.

Él podía atraer a cualquier mujer que deseara, y tenía una lista, las mujeres más bellas y hermosas del pueblo. Al entrar en el encanto, caían a sus pies y se arrastraban hacia él sin pensarlo. Una vez ocurrido esto, desaparecían para siempre, pues nunca más se les volvía a ver.

Pero un día, una carta llegó a los aposentos del burgués, un escrito anónimo citando la cordial invitación a un baile en el pueblo vecino. Por supuesto que asistiría, lo veía como una oportunidad de traer alguna bella chica de fuera.

Al llegar, supo que los rumores corrían rápido. El encantador de mujeres, lo llamaban. Guapo, rico... Sexy. Todo lo que las jóvenes acomodadas buscaban. Sin mencionar, uno de los más importantes entre los hombres burgueses.

Decidió ir sin ninguna de sus esposas, ya que estaba en la busca de una nueva. O tal vez más de una. Llevaba un traje muy elegante y de colores exóticos, junto a una extravagante peluca a la moda, y zapatos bien boleados.

Al llegar a la dirección de la tarjeta se encontró con algo que casi parecía un verdadero palacio, exquisita arquitectura moderna y detalles que quedaron de la época pasada se apreciaban por todo el edificio. Por dentro, todo estaba tranquilo, las parejas bailaban al compás de una música lenta que inundaba el ambiente. Enormes candelabros colgaban de los techos altos, las paredes decoradas con papel tapiz de colores neutros, alfombras por encima del azulejo fino y muebles victorianos. La costosa vajilla esparcida por las múltiples mesas, copas llenas de bebidas sostenían las damas y los caballeros. Los hermosos y pomposos vestidos de las jóvenes hacían par a la decoración ornamentada. Sin duda, el interior combinaba, e incluso, le hacía competencia al exterior.

Al pasar la mirada por los asistentes, fue cuando sus ojos dorados se encontraron con la mirada azul resplandeciente del apuesto joven de cabello azabache, quien después de examinar rápidamente al otro, sonrió de lado, le guiñó un ojo y desapareció nuevamente entre la multitud.

Sin darse cuenta, Magnus suspiró por su belleza casi angelical, deseando con ansias conocer tan siquiera el nombre de tan bella creación.

El siguiente en su lista, por supuesto.

Después de divagar un poco, sin rumbo, y de bailar un par de piezas con algunas jovencitas, finalmente dió con el ojiazul. Escuchando el suave susurro de las señoritas, comprendió que se trataba del hijo de uno de los magnates de la ciudad. Alexander Lightwood, primogénito de Robert Lightwood.

Inesperadamente, el muchacho empezó a caminar atrevido hacia él, se acercó lentamente a su cuerpo, guiando los zafiros que tenía por ojos hacia los contrarios, viéndose obligado a levantar levemente la barbilla por la diferencia de altura. Ladeó casi imperceptiblemente la cabeza, como si examinara al hombre ante él. Poco a poco, se iba cerrando la distancia entre sus rostros, y por tanto, de sus labios. Magnus sintió su cuerpo liberarse por completo de una tensión que no se había percatado si quiera que tenía. Cuando ya la distancia era tal que respiraban el mismo aire, el joven sonrió amable.

-Bienvenido, señor Bane. - Habló el señorito.

-Señor Lightwood. - Saludó cortésmente el mayor, inclinando la cabeza, sintiendo una electricidad recorrer rápidamente su cuerpo.

Una belleza, pensó Magnus al ver al ángel frente a él. Lo deseaba. Pero claro, no creía que a su padre le agradara la sorpresa de que su hijo desapareciera de repente. Aunque bueno, no era de gran importancia para él.

-Sabe... Mi padre está algo ocupado así que... ¿Gustaría tomar un trago? - Propuso Alexander, ya no tan confiado como antes, sino un poco nervioso.

Magnus sonrió para sus adentros. Por alguna razón, este chico le pareció diferente de pronto, como si todo ese atrevimiento hubiera sido sólo una fachada, además... De que provocaba ciertas cosas en él. Por la ventana entre abierta entraba una suave cortina de luz de luna, que parecía empapar exactamente al muchacho frente a él, de pronto haciéndolo parecer aún más espléndido, más brillante, más hermoso, más todo. Magnus se perdió en lo que tenía delante.

-¿Señor? - La voz titubeante del joven sacó a Magnus de su ensimismamiento.

-Claro, por supuesto, me encantaría. - Sonrío amable, a lo que el contrario correspondió de igual manera, mientras el mayor se llevaba a los labios su bebida.

Sería algo interesante, pensó Magnus, mirando con morbo al pelinegro delante de él, mientras bebía de la copa.




























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