Lección 5: El ronroneo cura la tristeza

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Lección 5: El ronroneo cura la tristeza

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Habían vuelto a pasar las semanas, y ya tenía una buena noticia. Después del incidente con el doberman de los vecinos, Samy y Dylan habían vuelto a ser amigos. No sé cómo habría sido la relación entre ellos antes de que yo llegara, pero siempre pensé que se los veía muy bien a los dos. Lo mejor es que también me beneficié con el acercamiento.

A mi ama se le hizo la costumbre de saltar la medianera para presenciar los entrenamientos de nuestro vecino con la pelota naranja y el aro. Y yo había empezado a seguirla. Deberían vernos a ambas, encima del muro, como si camináramos por una línea delgada, juntas.

He sido más que feliz en estos días, y más desde que el brazo de nuestro amigo ha sanado. Todas las tardes tuve el lugar privilegiado para observarlo. Algunas veces Samy llevó mi réplica de la pelota de él, y me he dado el gusto de hacer mi propia demostración de habilidades en el juego. Si hasta los sorprendí en más de una ocasión mirándose de una manera bien rara.

Solo una vez las cosas terminaron muy mal. Fue una tarde que el padre de Dylan llegó apestando a rabia e impotencia, junto con otras sustancias, y al ver a mi ama la confundió con su esposa. Fue espantoso, le gritó una sarta de barbaridades, incluso quiso golpearla y decirle que porqué no le había avisado que había regresado. Dylan forcejeó con él, y nos echó de su casa casi con violencia.

Esa noche Samy durmió abrazada a mí, llorando porque el amor que sentía no servía de nada frente a la realidad. Me contó más de lo que me interesaba saber, aunque la mitad de las cosas ya las había averiguado por mi cuenta. Él la había sacado de su vida de la misma forma en que lo había hecho en su hogar. Y ella no le había creído, sino que había imaginado la existencia de otra muchacha. Había preferido creer que él no la quería lo suficiente, en lugar de admitir que su cariño era tan fuerte que pretendía protegerla de hundirse con él.

Y es que, según la abuela, a Dylan le esperaba un futuro miserable si no llegaba a cumplir su sueño con el básquet. Estaba solo, y la única herramienta para tener una vida decente eran sus propias manos y su habilidad para meter la hermosa pelota naranja en la cesta.

Por lo tanto, el amor de Samy no solo era poco útil para él, sino que además podía llegar a convertirse en un obstáculo. Lo único que el chico debía hacer era que un cazatalentos lo descubriera y lo sacara de aquel pueblo para llevarlo a una buena universidad.

No supe cómo relacionar ambas cosas, no me lo pregunten, yo les comento las cosas que escuché, realmente me daba mucha curiosidad la idea de que mi juego con la pelotita naranja me diese alguna otra ventaja más que la diversión.

Los humanos tenían suerte en ese sentido. O tal vez no. Pobre Dylan, ni siquiera dejaba su pelota en los peores días de invierno.

Así que mi ama y nuestro vecino eran nada más que amigos, ya que no podían permitirse nada más. Y mi nariz y yo éramos bien conscientes de que ellos no estaban de acuerdo con eso, en el fondo. Menos mal que lo único que me interesaba era observar a estos humanos y aprender un poco de ellos, si hubiera querido imitarlos me habría aburrido muy rápido.

Hasta ese momento, había aprendido que las cosas podían ser un poco más difíciles de lo que parecían, y no era una buena lección. Al menos, no una muy interesante. Tenía que seguir buscando, pero ver a Samantha sufrir así no ayudó a alimentar mis instintos de gatita curiosa. Me quedé ronroneando cerca de su pecho, y creo que con eso fue suficiente por esa vez.

Desde la ventana (Crónicas Gatunas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora