Lección 6: Sobre la vida y la muerte

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Lección 6: Sobre la vida y la muerte

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Samy y Dylan habían seguido viéndose, pero ya no cruzábamos la medianera sino que él era quien venía a nuestra casa. Era una pena no poder ser testigos de su danza con la pelota naranja, ya que cada día parecía ser más intrincada. Me gustaba mucho observarlo, y desde mi ventana no llegaba a esa porción de su patio. No me atrevía a hacer equilibrio en el techo de mi casa, desde el incidente con el doberman de los otros vecinos me había vuelto más cuidadosa. Salía menos.

Una vez volví a encontrármelo al grandote, y hasta me pareció que me movía la cola y me dedicaba una sonrisa perruna. ¿Quién lo entendía? Dijo la abuela que por fin le habían puesto un entrenador, y que ya no lo dejaban solo en la calle. Supongo que por eso ya no se lo veía tan triste, si hasta había engordado un poco. En fin, tampoco es que fuera a arriesgarme a estar a su alcance otra vez, pero ya no parecía tan furioso con el mundo. Me alegré por él.

Así fue como mis únicos encuentros con mi humano de interés habían sido bajo mi techo, en los últimos tiempos. Pasaba horas sentado en la cocina escuchando las historias de la abuela, conmigo en el regazo, por supuesto. Otro tanto estaba a solas con Samy en el patio de atrás, o en la sala de estar, frente al televisor. Jamás cruzaba la puerta de su habitación, pero tampoco me fijé mucho en eso durante esa época. Yo me aprovechaba de esos momentos para absorber toda la información posible de él, ya que había llegado a una conclusión.

De los pocos humanos que había conocido en mi año de vida, Dylan Skeen era el más lleno de vida. No quise decir que la abuela y Samy no fuesen personas alegres y fuertes, sino que nuestro vecino les ganaba a todos en vitalidad. Nadie podía ser capaz de soportar tanto, y de traducir el dolor en habilidad para el deporte, o en ganas de bailar a solas en su habitación. Podía escuchar la música desde la pieza de Samy, pero la tristeza él se la quitaba de la misma manera que al sudor. Lo admiré por eso, y seguro que mi ama también.

Solo que hubo un día en que el dolor fue demasiado. No había música suficiente para callar los gritos de angustia del padre de mi vecino, ni para calmar el temblor en el cuerpo del pobre chico. Tampoco se necesitó un oído potente para saber lo que había ocurrido.

La mamá de Dylan había muerto.

Samy corrió a consolarlo, la vi golpear la puerta hasta que le sangraron los nudillos, pero él nunca le abrió. El borracho se había ido, por suerte, pero los preparativos que siguieron fueron duros para él solo, como dijo luego la abuela de mi ama. Ellas fueron a acompañarlo a algún lado, lejos de casa, y no regresaron hasta el día siguiente. Por suerte me dejaron todo lo que necesitaba para comer y beber, pero no me quedé nada tranquila. No podía dejar de pensar en que yo pronto tendría cita con el veterinario, y no quería pisar ese lugar.

En realidad, era injusto. Dylan estaba tan lleno de vida, y no podía prestarle a su madre ni un poco para que no lo abandonara.

La muerte era un misterio que podía enfriar al corazón más encendido, pero la llama dentro de Dylan no se apagó después de eso, no señor. Creo que aquello le sirvió para practicar con más fuerza.

Ni siquiera dejó de hacerlo cuando llegó la temporada de tormentas. La energía de mi vecino se multiplicó por las ganas de encontrar un destino mejor. Y así sería; estaba más cerca que nunca de su meta.

Desde la ventana (Crónicas Gatunas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora