Lección 7: Sobre rituales y fiestas

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Lección 7: Sobre rituales y fiestas

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Había vuelto el verano, las clases se habían terminado para mi ama, y a la abuela le había surgido un viaje, por lo que nos quedaríamos solas en la casa por unos cuantos días.

Ahí supe que los rituales de los humanos para empacar eran bastante complicados. Nuestro hogar se vio patas arriba de un momento a otro, y presencié cómo la señora llegaba a la conclusión de que era necesario llevarse casi la mitad de su ropero.

Muy divertido, a decir verdad, teniendo en cuenta que luego tendría que cargar con eso hasta la salida, y luego a vaya saber dónde. Me entretuve bastante mirándolas a ambas luchar con el peso de la maleta, para terminar arrastrándola por las escaleras.

Samy se quejaba poco, y pude notar la ansiedad que ella tenía mientras más se acercaba el momento de la partida de la anciana. ¿Qué pensaría hacer?

Luego de la despedida, y de las mil indicaciones que gritó la abuela desde el auto, mi ama más joven corrió a encerrarse en su cuarto, conmigo en sus brazos. Lo primero que hizo fue llamar por teléfono a todas sus amigas, para armar una fiesta. Esa palabrita me resultaba conocida. Era la misma que la abuela había dicho que estaba prohibida. Tuve que levantarme y salir de ahí, de solo imaginarme lo que significaría se me erizaban los pelos del lomo.

Fiesta, fiesta… ¿Sería algún tipo de comida? Ojalá, podría servirme un poco yo también. Tal vez sería indigesta, ya que la abuela no la deseaba en su casa.

Sin embargo, cuando se hizo de noche y empezaron a llegar los compañeros de Samy para llenar la casa de frituras, botellas de vidrio y música estridente, corrí a esconderme al garaje. ¡Eso de la fiesta era para que extraños invadieran nuestro territorio! Qué horror. Me enfurecí tanto por la intrusión, que casi llegué a entender la reacción del doberman cuando me vio en su patio hace tanto tiempo.

Si al menos Dylan llegara también…

—Nina, ¿dónde estás? —sonó la voz preocupada de mi ama, mientras agitaba una latita llena de comida para mí. No me iba a hacer caer tan fácil.

—Déjala, veo su colita desde aquí, está debajo de esa estantería —agregó Dylan, desde la puerta—. Debe estar asustada.

Me moví y fui hacia ellos, molesta por haber sido descubierta. Dejé que ella me alzara y me llevara a su habitación, pero cuando pasamos por la sala y vi el desastre que estaban armando los intrusos, me ericé toda. ¿Así de desobedientes serían todas las humanas jóvenes?

En fin, al menos Dylan estaba con nosotras otra vez. Y ya no se veía tan desolado. Creo que la música no llegaba a animarlo tanto como antes. Samy de pronto lo tomó de la mano y lo metió a nuestro lugar a la fuerza. Cerró la puerta, y me puso sobre la cama.

—¿Qué te parece la fiesta? —preguntó, nerviosa—. No te veo tan animado como antes, y eso que busqué la música que tanto te gusta bailar en tu habitación.

—¿Me espías acaso? —se indignó él, entre risas. El ambiente era extraño, no necesitaba ser una gatita con super olfato para sentirlo.

—Es imposible no hacerlo, cuando montas ese espectáculo para nosotras —respondió ella, incluyéndome en su locura—. A Nina le gusta mirarte desde la ventana, ¿sabías?

—Sí, ya que a mí me agrada mirarla también —dijo el chico, mientras se sentaba a mi lado y me acariciaba el lomo—. ¡Es tan esponjosa!

De no ser porque estaba recibiendo mimos extra, me hubiera enojado mucho. Me estaban usando de excusa para quedarse a solas ahí, con algún propósito distinto al de las otras veces que él estaba en casa. No podía identificar esa tensión que flotaba en el ambiente. Nunca había vivido una situación así. Tomaría nota mental, si no me distrajera ronroneando de gusto por culpa de estos dos.

¿Se habrán pensado que no me daba cuenta de que las manos de ambos se rozaban con la excusa de hacerme cariño? De pronto el aire se puso más pesado, y cuando levanté la mirada me los encontré bien cerca, observándose fijamente como tontos.

Me levanté para dejarlos solos, justo a tiempo de que Dylan se lanzara sobre ella y le diera un beso de lo más asqueroso. Ella no lo rechazó, sino que lo abrazó también y se quedaron así, pegoteados. Sin embargo, no pude evitar quedarme en la habitación. Debía elegir entre soportar a esos dos, o a la masa de extraños de afuera. Así que permanecí allí, contabilizando los minutos de ese momento. Les puedo decir que duró más de lo que yo tardaría en devorarme mi ración de balanceado. Puaj.

—Samantha, yo… No vine hasta aquí para bailar —balbuceó él, apenas se soltaron y yo quería saltar en una pata—. Tengo algo que contarte.

Y ahí se terminó la celebración para todos.

Desde la ventana (Crónicas Gatunas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora