Lección 8: Sobre el amor

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Lección 8: Sobre el amor

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—¿Qué cosa? —preguntó ella, sin soltarse de su agarre.

—Una asistente social llegó a casa hace unas semanas y habló con mi padre.

—Oh, Dylan…

—Voy a ahorrarte los detalles desagradables —se apresuró él—. El asunto es que luego de varias amenazas, él ha aceptado internarse para rehabilitarse de su adicción.

—¡Eso es genial! —exclamó mi ama, pero a él se le notaba la tristeza—. ¡Me alegro tanto por ti…!

—Espera, la asistente social dice que todavía soy menor de edad como para seguir manteniendo la vida que llevé hasta ahora, y no va a permitirlo —la interrumpió él, sin mirarla—. Unos parientes han aceptado tomar mi custodia, y tendré que mudarme con ellos a Nueva York.

Los gritos de alegría de Samy se atoraron en su garganta, y ella hizo un esfuerzo visible por contenerse.

—Eso… Eso está en la otra costa del país —opinó, más calmada—. Bueno, supongo que allí habrá escuelas con buenos equipos de básquet.

—Cierto. Dicen que podré conseguir mostrarme a varios cazatalentos allá. Me han llenado de folletos de escuelas, no he tenido tiempo de elegir ninguna todavía.

—Entiendo —susurró—. ¿Cuándo tienes que irte?

—En tres días me vendrán a buscar —explicó el chico—. Pude convencerlos de dejarme terminar esta semana para despedirme de mis amigos.

Pero la paciencia de mi ama llegó a su límite con ese detalle de la noticia. Incluso yo me indigné. ¿Tres días?

—¡Tres días! —gritó ella, levantándose de la cama—. ¿Por qué me dices esto ahora? ¿Por qué siempre me haces lo mismo, Dylan? ¡Otra vez vas a dejarme, y ni siquiera me dejaste participar del proceso!

Él también se puso de pie, y yo vi venir una tormenta. Lástima que la puerta estaba cerrada. Casi olvidaba a los intrusos que bebían y bailaban en la planta baja.

—Esto no se trata de ti —contestó el chico, empezando a mosquearse—, yo también me sorprendí con todo lo que ocurrió.

—¿Y tengo que enterarme de las cosas cuando ya están a punto de suceder? ¿De qué sirvo ahora yo? ¡Ni siquiera tengo derecho a llorar o enojarme!

En ese momento tuve que correrme del camino, porque la muchacha avanzó como un torbellino hacia la puerta, salió de la habitación y cruzó el pasillo en dirección a la escalera, seguida por un Dylan desesperado.

—¿Samantha? ¿Adónde vas? ¡Samantha!

No podía perderme eso. Había tenido mi pequeña lección sobre el acercamiento al amor, la primera pelea de pareja y el desastre final en una sola noche. Ahora parecía que la cosa se ponía fea, pero tampoco es que yo pudiera hacer nada para impedir que la chica se volviera loca de furia.

Me asomé desde el peldaño superior para encontrarme con que Samantha estaba sacando a patadas a todos los invitados de la fiesta. Si hubiera podido aplaudir como lo hacen los humanos, lo hubiera hecho. Adiós intrusos, adiós ruido y destrozos. Pero Dylan no pareció muy contento con la reacción de ella. Se veía asustado, en realidad.

—¿Qué estás haciendo? ¡Deja la rabieta para otro momento!

—No es rabieta —contestó ella mientras cerraba la puerta detrás del último extraño que se largaba—. De todas formas esta noche yo quería levantarte el ánimo, no sabía que iba a ser la última vez que nos veríamos.

—Ah. Yo… No sé qué decirte —reconoció él, con timidez—. Todo ha sido tan repentino.

—Quiero aprovechar estos últimos días, Dylan —declaró la chica, más decidida que nunca—. Mi abuela no regresa hasta el sábado, así que quédate conmigo. Quiero tenerte solo para mí. Cúmpleme ese deseo, aunque sea la última vez.

Sus palabras se habían ido apagando, hasta formar un murmullo, por lo que tuve que bajar los escalones si quería seguir chusmeando la conversación. Ése sería un momento decisivo para ellos dos, pero para mí también. Los dos me importaban mucho, demasiado si se trataba de una gatita caprichosa como yo.

Entonces lo escuché responder, con un gesto que a ambas nos conmovió por igual, estoy segura.

—Sa... Samy…

Él acababa de llamarla por ese apodo tan personal, y nunca lo había escuchado decírselo, en mi año y medio de vida. Supe que había significado algo, porque mi ama cruzó el recibidor y fue hacia él con rapidez. Terminaron envueltos otra vez en un abrazo con beso incluido. Solo que esta vez no me pareció asqueroso, ya me había acostumbrado. Qué velocidad la mía.

Esa noche me dejaron afuera de la habitación de ella, pero no me molesté. Imaginé que si hubiera tenido la oportunidad de asomarme, hubiera querido salir corriendo. Pero ambas pudimos disfrutar de su compañía durante los días que siguieron, hasta que la tarde del viernes llegaron la asistente social y los parientes de Dylan.

Samy no quiso ir a despedirlo, dijo que no podría soportarlo, pero yo sabía que terminaría llorando en su cama por días enteros después de eso, y no me parecía una buena elección. Sin embargo, los humanos son así de testarudos.

Y si piensan que no pude despedirme de mi amigo, no se apresuren. Antes de subirse al auto que lo llevaría lejos de nosotras para siempre, él se quedó mirándome un rato largo, con las manos en los bolsillos y en silencio. Era comunicación de ventana a ventana. Maullé para llamar a Samy, y ella se levantó a tiempo de verlo por última vez. Él estaba más cerca de su meta, por eso yo no me lamenté demasiado, pero Samy me apretó muy fuerte sin darse cuenta mientras le daba el último adiós.

Y así terminó lo que pensé que serían mis últimas lecciones de parte de Dylan Skeen. Pero la vida siempre nos tiene algunas sorpresas.

Desde la ventana (Crónicas Gatunas #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora